En las últimas páginas de
Petersburgo, la novela del escritor ruso Andréi Biely, encontramos a Nikolái
Apolonóvich, el único hijo de Apolon, alto funcionario del gobierno imperial, contemplando el pasado desde su
exilio a través de una bruma blanca. Sabemos que esa bruma blanca es el tiempo
que todo lo pone en entredicho y nos convierte en fantasmas de carne y hueso.
Ya lo había dicho un personaje en uno de
los primeros capítulos: “El diente del tiempo lo roe todo : los cuerpos,
las almas, las piedras... hasta a los zares”.
Como buena parte de las grandes novelas europeas
de finales del siglo XIX y comienzos del
XX , Petersburgo se ocupa de la decadencia: la de los individuos y la de la estructura
social en su conjunto. Por eso
Biely crea en principio un entramado de
personajes desgarrados por los credos
políticos, por los apetitos personales y por su incapacidad para construir y
mantener relaciones afectivas. Anna Petróvna, esposa de Apolon y madre de Nikolái, huye hacia España seducida por un pintor,
para retornar dos años después convertida en
un despojo. Lo que encuentra a su regreso no es ni sombra de lo
imaginado: el marido ha caído en desgracia y su hijo vaga como alma en pena, presa de sus incertidumbres y de las convulsiones de
los tiempos. Un poco sin querer, ha quedado atrapado en las redes de uno de
esos grupos anarquistas afectos a destrozarlo todo. Para completar el cuadro, está enamorado de la esposa del subteniente
Lijutin, un errático militar que
sacrifica sus pasiones a un curioso concepto de la
decencia.
En la otra orilla, a modo de
espejo, transita Aleksánder Ivanovich, uno de esos místicos rebeldes que
combina sin problemas las doctrinas anarquistas con los preceptos de la teosofía
y el espiritismo. Vive en un cuchitril a un extremo de la ciudad, donde
cada noche debe enfrentarse a sus alucinaciones. Su destino se cruza de manera
irremediable con el de la familia
Apolonóvich cuando descubrimos que una conjura se cierne sobre el padre
: los insurgentes quieren acabar con su vida y
Nikolái parece ser el instrumento.
Sobre todos ellos el imperio de
los zares amenaza con derrumbarse. “ Suelen transitar al borde del abismo con
más frecuencia de la que creen”, advierte el narrador, mientras encontramos la
estatua de bronce del zar Pedro I deambulando por las calles, abrumada por la
inminencia de la disolución. Y no es para menos. Como lo anunciara Karl Marx en su momento: “Todo
lo sólido se desvanece en el aire” . No
por casualidad, la novela fue uno de los objetos de estudio del pensador Marshall Berman en
el ensayo que retoma la cita de Marx
como punto de partida.
Pero en últimas los
individuos, con todos sus dramas
a cuestas, son meras anécdotas comparados con las fuerzas que se mueven al
fondo: el tiempo, el río y la multitud. El primero pasa por los siglos de los
siglos y deja a modo de legado una bruma
como la contemplada por Nikolái desde su
exilio: poco menos que nada. El segundo, el río Neva, vigila la ciudad desde
antes de su fundación y aguarda impasible su debacle final. Entretanto, la
multitud corre vociferante por la
Avenida Nevski y se siente dueña
de la Historia, cuando en realidad es un mero instrumento.
“Nuestro cuerpo es como una
especie de barquito, que surcando el
océano espiritual, ha zarpado de un continente espiritual para tratar de arribar a otro”, murmura la voz melancólica
del narrador, agazapada en los muros, en los puentes, en las esquinas, en los
coches tirados por caballos que recorren
la ciudad en todas direcciones. Y entonces lo comprendemos : las ciudades son
ese océano, alimentado por las pequeñas
historias de hombres y mujeres que van y vienen sin comprender muy bien
lo que buscan. Sus cuerpos son los órganos de un gran miriápodo, un animal de
muchas patas que avanza, mientras siembra el caos y, por fortuna, también el
olvido en la piel de los hombres.
PDT : nos reencontramos pronto. Mil gracias por visitar el blog.
Supongo, Gustavo, que en este post que anuncia tus vacaciones asoma una de tus convicciones: la vigencia del libro, del relato, de la literatura, como reflejo y compendio de la aventura humana. Buen descanso, con libros claro.
ResponderBorrarMil gracias por el deseo, mi querido don Lalo. Y claro: el descanso incluirá buenos libros.
ResponderBorrarAh, el rio, siempre el rio como metáfora perfecta de la vida. Su excelente reseña me ha rememorar otra obra grandiosa, aquella que lleva el título de “El puente sobre el Drina” del escritor yugoslavo Ivo Andric que leí hace varios años y me han entrado las ganas de volver a hacerlo, a modo de consuelo hasta que consiga el libro de Biely. Ja, muy buena caricatura para cerrar temporalmente el chiringuito y que visite muchos sitios durante el descanso-viaje-vacaciones, como más o menos aconsejaba Cavafis.
ResponderBorrarHola Gustavo. Como siempre, sus reseñas de libros son estupendas y dan ganas de ir corriendo a comprarlos. Muy bueno continuar a releer esa gran literatura que no pierde vigencia, a pesar de la ola de «literatura» de consumo que nos agobia. Le deseo unas buenas vacaciones y un pronto regreso para continuar disfrutando de su blog. (Y a propósito, a dónde viaja, si se puede saber?) A la brisa marina? A la montaña? A un lejano país?... En todo caso, bienvenido por estos lares cuando quiera «saltar el charco» Un abrazo de viento del norte. Olga Lucía Betancourt.
ResponderBorrarDe modo que sería una buena idea irse de vacaciones al río, a cualquier río, apreciado José, empezando por el muy caudaloso de la literatura.
ResponderBorrarMil gracias por darme a conocer El puente sobre el Drina, que de inmediato saldré a buscar.
A popósito de Kavafis, el viejo siempre insistió en que los únicos viajes auténticos son los que uno emprende al fondo de sí mismo.
Apreciada Olga Lucía : esos escritores rusos son, en el sentido literal de la expresión, de otro mundo. La capacidad que tienen para escudriñar el alma humana en medio de las turbulencias de la historia no la podido encontrar en ninguna otra literatura.
ResponderBorrarMil gracias por la invitación. A lo mejor un día nos encontramos a ese lado del camino.
De acuerdo, por la literatura Rusa. Siempre tocan fondo. No conozco muchos escritores rusos de hoy, pero hace años, estando en Colombia, compré una colección de «Mestros Rusos», en seis tomos, que sacó Planeta, en esas ediciones inolvidables de papel seda y cantos dorados. Escritores de la generación de Tolstoy, Gogol, etc, y la verdad es que la tengo aquí, porque no pude desprenderme de ella. Y es una lectura que repito cuando deseo sumergirme en el alma rusa y en su tumultuosa vida. La invitación sigue en pié. Olga LucíaB
BorrarGustavo. Espero que tenga unas buenas vacaciones y de ellas obtenga algunas buenas ideas.
ResponderBorrarEl tiempo como personaje ¿Podría ser en esta novela?. Aunque me parece muy relevante la idea de contar la historia y tener como referente de tiempo de la ciudad el río. Que mágnifica posibilidad de la narración. Habrá que pensarlo con Pereira, con Consota o el Otún. Aunque ya alguien lo ha hecho, creo que Rigoberto Gil Montoya toca algo del tema. Pero mi ignorancia es infinita y no tengo más antecedentes. Aún así el río se mantiene como secreto, como misterio, la verdad me agrada más que el mismo mar, en las canciones, y en los libros..
Abrazos.
Hola, apreciado Eskimal. Apenas regreso y encuentro su mensaje. Si la materia que nos hace- y deshace- es el tiempo, y sí el río es la gran metáfora del tiempo, casi podría decirse que no hay gran novela sin río, así sea como pura añoranza.
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