“Ante le ausencia de Falcao
García tenemos toda la fe puesta en la
capacidad goleadora de Teo”, le escuché decir a un comentarista deportivo,
excitado por la llegada de la hora cero en el mundial de fútbol.
Al paso, recordé que Teo quiere
decir Dios y de inmediato pensé en las fatigas que deberá pasar la ignota
divinidad, sometida a iguales peticiones por parte de periodistas y fanáticos
de los treinta y dos países participantes.
“No seas menso”, me reprendió mi hija adolescente, enfundada en
una camiseta amarilla con el nueve
a la espalda, “el señor habla de
Teófilo Gutierrez, el goleador”.
Ah, bueno, me dije. Al menos
Jehová, Alá, Yaveh o Changó no tendrán que ocuparse del caso colombiano:
bastante tienen con observar impávidos cómo dos facciones del infierno se
disputan el poder político en esta República tropical con ínfulas
primermundistas.
Siempre me ha fascinado lo mucho que de plegaria
tienen las palabras y las frases pronunciadas entre signos de exclamación: son
algo así como la petición urgente de un bote
salvavidas en medio de un océano embravecido. Por eso, hice un recuento
de las imágenes multiplicadas por los medios desde ese Jueves Santo 17 de abril en que el autor de El otoño del
patriarca decidió despedirse de este mundo en olor de santidad. ¡Gabo! ¡Gabo! gritaban
los niños en las escuelas, aunque ni siquiera sus profesores hubieran leído una
sola línea de su obra.
¡Nairo! ¡Nairo! Repetían unas
cuantas semanas después miles de ciudadanos
apiñados frente a las pantallas
de los televisores, mientras un super
héroe boyacense ascendía en cuerpo y alma a los cielos a punta de pedal.
Ahora solo falta una horda
desatada gritando ¡Teo!¡Teo! y tendremos
el cuadro completo: la expresión piadosa
y profana de la desesperación colectiva traducida en ídolos que suben a los altares para ser derrocados una semana
después.
Ustedes me dirán que así ha sido
siempre en todo tiempo y lugar. Les
concedo toda la razón, pero en la
Colombia reciente esas formas de
histeria desmedida son también el
síntoma de un profundo sentimiento de orfandad. “Todos buscamos el madero de la
talla exacta de nuestro naufragio” sentenció el poeta. Descuadernados y a la
deriva los habitantes de este rincón de la tierra nos arrojamos en brazos de todo lo que nos parezca un asidero. No por casualidad, medio país sigue
gravitando al ritmo de las bravuconadas y consignas de un caudillo con
sombrero. “¡Uribe! ¡Uribe” repetían en coro
el domingo 15 de junio varios vecinos de mi vereda, con el fervor de
quien recita un mantra religioso. Y el fulano en cuestión ni siquiera era
candidato a cargo alguno.
Como a muchos de ustedes, a mi
también me apasiona el fútbol. Admiro el
coraje de esos ciclistas que desafían
las leyes de la física a bordo de su vehículo juguete. Leo a
García Márquez desde que un inolvidable profesor de literatura llamado Alfonso
Mahamud me reveló sus prodigios. Pero se
me ocurre que las últimas expresiones de
fervor nacional tienen algo
de angustiado. Cómo si hubiésemos
perdido la brújula y quisiéramos encontrarla entre el revoloteo de una miríada
de mariposas amarillas de papel, en la camiseta rosa de un campeón, en las
frases huecas de un demagogo o en el
incierto botín de un goleador. Mientras tanto, afuera sigue la vida y exige de
nosotros esfuerzos de inventiva, solidaridad y coraje que van mucho más allá de
espontáneas y patéticas formas de piedad.
En el fútbol, como en política, hay una mentira esencial, la fantasía de que los nuestros merecen más y mejor que los de ellos. Tu observación sugiere que mientras más desesperados estemos, más fervorosas y exaltadas serán nuestras efusiones. Estoy de acuerdo. La angustia te acorrala y te cierra la perspectiva.
ResponderBorrarNo solo nos acorrala, mi querido don Lalo: nos vuelve agresivos y peligrosos. Durante las celebraciones posteriores a la victoria contra la modesta selección griega pagamos la cuota de dicha con más de una decena de muertos. Debe ser por eso que una marca promocional de la imagen del país dice que " Colombia es pasión".
ResponderBorrarLa gente necesita agarrarse a un madero para flotar en la incertidumbre de la vida. De ahí que los más supersticiosos busquen siempre héroes o ejemplos a los que seguir. No importa si en el camino se cometan desmanes o violencia mortal como nos relata de Colombia. Los héroes deportivos de hoy son la última muestra de la insania colectiva. A adorarlos como los nuevos becerros de oro, perdiendo toda cordura pero olvidando, sobre todo, que son tan mortales como el resto. La humanidad no aprende desde la primera noche de los tiempos.
ResponderBorrarApreciado José: no aprendemos, entre otras razones, porque a menudo obramos como si el pasado nunca hubiera existido. De allí a la insania colectiva y el arrojarse en brazos del primer ídolo o gurú que se nos cruce en el camino media solo un paso, con frecuencia irreversible.
ResponderBorrar