El evento tuvo lugar en Pereira,
Colombia, un país que, entre más de un
centenar de dialectos, tiene como lengua oficial el castellano. En ella se han escrito poemas
tan bellos como los Nocturnos de
José Asunción Silva o novelas tan colosales como Cien años de soledad. En ese
idioma tejieron sus relatos los
cronistas de Indias, abrumados por la desmesura del paisaje y lo inabarcable de
las distancias.
Por lo visto, a los organizadores de ese seminario, congreso o feria no les bastó la
lengua utilizada por Porfirio Barba Jacob
para escribir su Canción de la vida profunda, porque decidieron ponerle
el siguiente nombre: “Coffee Break for
Business and Technology”. Además, entre sus productos se encontraba un
show room, aparte de un espacio para clusters y commodities.
Ya sé que algunos de ustedes me
van a moler a palos. Van a decir que estamos en tiempos de la globalización y
por lo tanto debemos pensar en grande, según dicen los teóricos de la
administración y el crecimiento personal. En esa medida el conocimiento y utilización de un segundo idioma es cuestión de supervivencia.
Y tienen toda la razón. Pero mi malestar no tiene
relación alguna con el patrioterismo-
sentimiento que detesto- y menos con esa forma de pasión desmedida por lo
propio que anula de entrada el reconocimiento de los valores ajenos. Simplemente pienso que todo
tiene su tiempo y su lugar: está muy
bien que nuestros ejecutivos y
empresarios se capaciten para hacer negocios en todos los idiomas, incluidos
los mencionados en el relato bíblico de
la Torre de Babel. Se necesita como mínimo el inglés para negociar con
un extranjero que nos visita o cuando en
procura de nuevos mercados viajamos a
lugares remotos de la tierra
Pero que hablemos- bastante mal, por lo demás- la lengua de
Shakespeare y Los Beatles entre nosotros mismos no puede ser sino una muestra
de ese esnobismo hijo del sentimiento de inferioridad que caracteriza
a los individuos y a las sociedades ansiosas de reconocimiento ajeno. Eso hasta
se les perdona a los muchachos cuando
ofician sus rituales en las discotecas de moda o a través de los códigos de las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación. De ahí a recibir todos los días invitaciones que hablan de coaching , outsourcing y benchmarking o escuchar a programadores de radio presentarse a sí mismos como diyeis media un trecho bastante grande.
Y es que llevado al campo de los adultos
hispano hablantes el asunto se vuelve sospechoso. El evento en cuestión pudo haberse llamado Un café para hablar de
negocios y tecnología. Suena hasta más
acogedor. Además, el mensaje es claro, preciso y conciso, como lo piden los
expertos en comunicación. Referirse a
cadenas productivas en lugar de clusters, reemplazar show room por sala de exhibiciones y decir
materias primas en lugar de commodities
resulta más amable y cálido para
un lector u oyente. Si la lengua nos
define en tanto individuos y parte de un
colectivo, utilizar las viejas y conocidas palabras nos
hace sentir en familia. Ya lo han
repetido cientos de veces iniciados y
profanos: la única patria verdadera es la lengua. Cuando viajemos o recibamos
visitantes extranjeros tendremos ocasión
de poner a prueba la vastedad o
precariedad de nuestros conocimientos. Por ahora, dígamelo en castellano.
Me imagino que usted se mareó entre tanta palabrería inglesa y otros manejos arbitrarios y ridículos del lenguaje que últimamente está de moda en nuestro continente, para darse un aire “cool” en el mundo de los “bisnes”. Yo no sé qué tienen los “modernos”, como los llama un crítico de cine, para despreciar la lengua materna, que como usted bien dice resulta más amable y cálida en cualquier evento o feria en suelo propio. Y lo que es peor, sumarse a esa tontería de poner a los hijos nombres extranjeros para supuestamente salir de lo común. Ya decía Carlos V, con su claro acento germánico, a un enviado francés: “entiéndame si quiere, señor ministro, en mi lengua castellana, que es tan noble que merece ser entendida por todo cristiano”. Siglos después, parece que aún no aprendemos a respetarnos a nosotros mismos.
ResponderBorrarJackson Andrei, es el nombre de un futbolista de la segunda división en Colombia, apreciado José. Supongo que , en tiempos de la Guerra fría, ese hubiese sido un gesto simbólico de buena voluntad y acercamiento entre gringos y soviéticos. Pero para un muchacho de estos tiempos debe ser un fardo bastante pesado el nombrecito en cuestión.
ResponderBorrarY más que oportuna su cita de Carlos V : entiéndame en mi lengua castellana, que cuando lleguemos a China nos entenderemos en mandarín.
El periodismo tiene gran parte de la culpa en esto. El periodismo de medio pelo, quiero decir, que no se tiene confianza en el uso del castellano y entonces engarza perlas inglesas o francesas, para demostrar su cosmopolitismo. Muchos periodistas, especialmente los jóvenes, quieren que sus textos sean especiales, diferentes, luminosos. Y las citas y/o expresiones en una lengua extranjera vienen muy bien... Siempre y cuando esa lengua no sea guaraní o serbocroata, que no gozan de mucho favor. Mi idioma predilecto es el latín... Si, yo también estoy en esto.
ResponderBorrarJa, la semana pasada vi la andanada de uno de sus lectores contra el uso gratuito del latín, mi querido don Lalo. Justamente ese es el argumento esgrimido por muchos de quienes abusan de los anglicismos: que el inglés viene a ser algo así como el latín de estos tiempos... aunque albergo serias dudas al respecto.
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