Toda época crea sus propias metáforas. Es la única forma
perdurable de definirse a sí misma. Una de las nuestras quizá sea la de la
sombra, el émulo, la copia. Los diseñadores de esos programas televisivos contemplados bajo la marca “Yo me llamo...” lo saben a la perfección. En medio
de la anomia característica de los
tiempos la imitación resulta ser una de
las pocas formas disponibles de trascendencia.
Más allá de los incentivos en dinero, los participantes parecen
encontrar allí una manera de existir, algo
cercano a una identidad... así sea prestada, como en uno de esos relatos
donde un espíritu se apodera del cuerpo de un incauto.
En este caso el espíritu es el de
la fama, el reconocimiento público. Como
el original ya tiene asegurada su cuota de adoración, el imitador aspira a
participar aunque sea de una parte de ella. A
alcanzar ese objetivo consagra todos
sus esfuerzos, sus insomnios, su capacidad de concentración. Cerca a mi
lugar de trabajo conocí a una de esas personas. Se llama Ricardo. Quiso ser futbolista pero una prematura lesión de
rodilla lo dejó a mitad de camino.
Estudió Administración de Empresas y se empleó en una oficina pública. Cansado
de los malos salarios acabó como recaudador de
diezmos en una iglesia evangélica.
De allí se retiró - así me lo confesó- a
causa de una disputa entre machos alfa por los encantos de una joven
novicia. Gravitaba entre la decisión de emigrar a otro país o dedicarse a
negocios ilícitos cuando vio en
televisión la convocatoria a participar
en una temporada de “Yo me llamo…”.
Entonces recordó que, en una de esas madrugadas de tragos y despechos en las
que todo el mundo se siente cantante, alguien le dijo que su registro de voz se
parecía al del mexicano Vicente
Fernández, el último charro, el gran mito viviente de la ranchera.
Sin pensarlo mucho se dio a la tarea. Compró
en un local cercano todos los discos y videos piratas- truchos, les dicen
en otras altitudes- que pudo encontrar. Como
estaba sin empleo, dividió el día en dos jornadas rigurosas. En las
mañanas se dedicaba a mirar las películas y a examinar cada uno de los gestos
del cantor nacido en Huentitán El Alto, Jalisco. La manera de
entornar los ojos, de mover las manos, de
apretar las comisuras de los labios. Se volvió obsesivo. Una mañana se
descubrió hablando con acento mexicano. La transformación estaba en marcha.
Por las noches preparaba un
jarabe de jenjibre para aliviar la garganta y repetía decenas de
veces la misma canción hasta alcanzar un tono que se le antojara
parecido al de la voz bravía de
Fernández. Hijo de un padre lampiño, se las arregló para cultivar un bigote
no del todo desmerecedor del original. Una vez se contempló en el espejo y la imagen lo
sobresaltó: había empezado a
convertirse, no tanto en un imitador del cantante como en un doble de sí mismo,
pero siguió entrenándose con la
obstinación propia de los desesperados.
Los poetas clásicos llamaban a
eso los hados funestos. Después de una
semana sin ensayar, a causa de fuertes
dolores en la garganta, el médico le diagnosticó una lesión irreversible por
sobreesfuerzo en las cuerdas vocales. Pero esta vez tampoco hubo drama. Igual
que sucedió con la renuncia al fútbol, Ricardo aceptó las cosas
con estoicismo: de vez en
cuando apura un trago doble de brandy y
se tiende en la cama a escucharse a sí mismo en las grabaciones recopiladas
durante tantas noches. En algunos raptos de lucidez, recita a modo de consuelo que a fin de cuentas el ganador
de este año no conseguirá ser sino un remedo del original, aunque bien pagado,
eso sí.
Algunos pueblos maories de Nueva
Zelanda repiten en sus rituales que una vez
fueron guerreros. Menos afortunados, nuestros descendientes acaso descifren un día, entre relatos
fragmentados e inconexos de imitadores y
dobles, que una vez fuimos sombras.
PDT : aquí les va enlace al ganador de Yo me llamo Vicente Fernández
Carajo, asi que el fenomeno este de “Yo me llamo” es un negocio transnacional por lo visto, una franquicia como de hamburguesas, música de consumo rapido o chatarra musical deberia llamarse. Calcado a su pais, aqui hace unos meses este montaje televisivo causó furor en el nuestro, por lo novedoso del asunto y ciertamente mucha gente hizo sus pinos de parecerse a algun cantante. Otra casualidad, aqui se hizo del premio otro imitador de Vicente Fernandez, que de tanto oirlo como el resto de musica ranchera me producen dolores de cabeza. Quiza lo positivo de estos shows es que algunos consiguen trabajo, para cantar en verbenas, restaurantes y pequeños conciertos. Fama pequeña pero fama al fin. Este mundo de locos, en el cual quien no tiene sus quince minutos de fama, al parecer no es nadie.
ResponderBorrarApreciado José : así como cada época crea sus propias metáforas, también engendra los profetas que necesita. Por lo visto, y por la cantidad de citas de que ha sido objeto, el nuestro es Andy Warhol con sus célebres "quince minutos". De veras aterra ver cómo la gente está dispuesta incluso a desnudar sus miserias ante un micrófono o una cámara, con tal de acceder a una cuota de ese precario y peligroso paraíso.
ResponderBorrarAh, he disfrutado mucho con tu relato/ensayo/acuarela sobre la sombra. Y sus derivaciones en muchas de las cosas que hacemos cotidianamente. Habría que preguntarse por la confluencia entre tu sentido del humor y tu instinto de escritor, que te lleva a describir esta metamorfosis moderna, impulsada por razones muy semejantes a las que afligieron al pobre Gregorio Samsa y lo llevaron a rebelarse ante la burocracia que le impedía ser un hombre completo...
ResponderBorrar" Ser un hombre completo ". Aquí tenemos la más noble y difícil de las aspiraciones humanas, mi querido don Lalo. Si en los viejos mitos el héroe era castigado por su anhelo de ser " como Dios", para los que viajamos a ras de tierra la renuncia a ser hombres es penalizada con una condena peor: errar como sombras. Justo en este momento me vienen a la memoria- aunque desde luego en otro contexto- los versos del célebre tango Caminito : " Una sombra ya pronto serás/ una sombra lo mismo que yo".
ResponderBorrarSabe que sería lo más idiota: la sombra de la sombra de una sombra, por ejemplo, un yo me llamo sobre Charlie Zaa, que es a su vez la sombra de Alci Acosta (que era la sombra de Julio Jaramillo, que a su vez fue la sombra de otros autores a los que plagió con muy buena fortuna).
ResponderBorrarsalud, Cami.
Apreciado Camilo : de modo que el cantante de baladas Rudy Márquez al final tenía razón cuando cantó : " Solo sombras han quedado/ donde todo era ilusión".
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