Cuando me invitaron a orientar una charla sobre el
libre pensamiento me asaltó una inquietud: ¿no es eso redundante? Por
definición, el pensamiento es libre o no
es nada. Al fin y al cabo, el
pensador es alguien que se lanza a la aventura de hacer su propio camino, como
bien lo expresara don Antonio Machado en sus celebrados versos.
Existen, sin embargo,
redundancias necesarias. Sobre todo en estos tiempos, cuando Twitter en
particular, y las redes sociales en
general, le han devuelto al concepto de
seguidor su antigua connotación apostólica. Tanto, que para muchos cibernautas la
noción del propio ser depende del número de seguidores o del prestigio y
el peso social de aquellos a quienes siguen. Adolfo Rojas, un experto en
psicología social, me explica que son cada vez más numerosos los casos
de personas que se deprimen porque el
número de sus seguidores no aumenta o, peor aún, disminuye en caída libre.
En contravía de esa tendencia-
otro concepto caro al lenguaje digital-
pienso que un librepensador es alguien que se
resiste a tener seguidores y, por eso mismo, se niega seguir a alguien.
Prefiere a cambio, adentrarse en las aguas
inciertas de la vida para tratar de encontrarse a sí mismo. Si acierta,
podrá bajar tranquilo al sepulcro. Si se equivoca, es asunto suyo. En eso
consiste el desafío. Siempre forjará su
propia ruta de viaje desde el mundo y sus contradicciones. No desde doctrinas o
verdades reveladas.
Porque lo más opuesto al librepensador es el militante. De cualquier cosa: una iglesia, una secta, un
partido, una cofradía o un club. Resulta más cómodo encomendarse a un caudillo, un gurú o un profeta. Serán otros los que nos entreguen las
respuestas. Eso nos exonera del esfuerzo de salir a buscarlas. Pero el precio
será devastador: la alienación del propio ser. Es decir, la renuncia al lujo
impagable de pensar.
Desde luego, no me refiero a esa
noción idealizada de la libertad, aprendida en los manuales anarquistas, más
próximos a las visiones místicas que al
uso de criterios sólidos para interrogar el universo y actuar en
él. Pienso más bien en el combate contra toda actitud vicaria o
epigonal que nos convierta en
replicantes de algún tipo de poder, tanto más nocivo cuanto más seductor. Y eso
sí es cuestión de vida o muerte. Si renunciamos a la autonomía para obtener
tranquilidad o disminución del radio de incertidumbre enajenamos la posibilidad de inventar una existencia a nuestra propia medida. Dejaremos de ser pastores de las propias
ideas para convertirnos en rebaño de las ajenas.
Y no se trata de que el librepensador se empecine en ser original, como sugieren
algunos contradictores. Ser hereje no es un propósito: es el resultado ineludible de sus búsquedas. Apartado de la masa, un día se descubre solo
en el bosque y sabe que ya no hay marcha atrás.
De allí en adelante le queda el
camino a modo de compañía En ese momento se vuelve peligroso. Otros sabrán que
sí es posible y lo intentarán a su manera. No siguiendo el camino del
librepensador, sino inventando el
propio. Eso es lo que, en últimas, lo
vuelve peligroso y lo diferencia del caudillo o el gurú: para regresar a estos
al redil basta un buen soborno o un sitial en el palco de los elegidos. Nada más fácil. En
cambio, quien se busca solo puede marchar
hacia adelante. Si mira atrás puede sucederle lo que a la mujer de Lot,
porque como lo dijera el personaje de Los demonios, la colosal novela de
Heimito Von Doderer: “ Cuando una imagen te gana y te hace preso, te despoja
del resto de las cosas del mundo y quedas desamparado”.
Tu librepensador quiere pensar por su cuenta, utilizar su cerebro, en vez de aceptar los juicios de las autoridades, ya sean políticas, religiosas o lo que sea. A muchos esto les parecerá natural, pero es muy pero muy difícil. En esto nos encontramos a veces con sorpresas: acabo de leer un artículo en una revista de EEUU en la que elogia al papa por aceptar los postulados de la ciencia, al decir que la iglesia no tiene problemas con la evolución y el big-bang, en contraposición con importantes políticos republicanos, que estarán al frente de comités de ciencia... que no creen en esas ideas científicas. Y me dije, caramba, como deben ser estos señores si el papa es presentado como un modelo para un librepensador!
ResponderBorrarYa lo ve usted : "En el país de los ciegos reinan los tuertos", mi querido don Lalo. El mundo involuciona a un ritmo tal que los antiguos conservadores parecen liberales, pero es porque estos se desplazaron tantos grados en su giro hacia las tinieblas que alcanzaron por la cola a sus viejos antagonistas, como en uno de esos episodios solo en apariencia absurdos de los dibujos animados.
ResponderBorrarSu reflexión viene como anillo al dedo para la actualidad de nuestro país. El oficio de librepensador está mal visto en la Bolivia plurinacional, especialmente en filas oficialistas donde cualquier dirigente de base o legislador que cuestione o critique a los jefes, al rato se le jala las orejas para que no se desvíe del camino o, para peor, puede caer en desgracia al extremo de apartarlo como un apestado. De ahí que alcaldes, diputados, gobernadores y otros funcionarios se ven obligados -o lo hacen por calculado lameculismo- a repetir como si fuera un eslogan aquello de que son simples “soldados del proceso de cambio” y de que se atienen a “decisiones orgánicas”. Pero hasta qué extremos hemos llegado de intolerancia, buscando sobre todo imponer el pensamiento único que, en una entrevista, el caudillo afirmó tranquilamente que “todo aquel que no es masista (oficialismo) es fascista”. Y lo dijo el líder de un partido cuya forma de gobernar es fascistoide en muchos aspectos.
ResponderBorrarApreciado José : no olvidemos que en el siglo XX latinoamericano casi todas las formas de populismo, desde Perón hasta las versiones más recientes, se inspiraron en el fascismo de Mussolini. Incluso Hitler se sentía deudor del Duce italiano. Lo que resulta curioso en algunos caudillismos del siglo XXI es la manera como mezclan impunemente elementos del fascismo y el comunismo , en una combinación que no puede menos que resultar letal.
ResponderBorrarGustavo, eso me recuerda la canción, junto al video correspondiente, de Pink Floyd Another Brick in the Wall.
ResponderBorrarAcá le dejo otra imagen que me resulta del texto. Mejor, mi banda sonora para su texto, del año 1998 Do the Evolution de Pearl Jam:
https://www.youtube.com/watch?v=aDaOgu2CQtI
Saludos.
Mil gracias por el enlace, apreciado Eskimal. Claro que recuerdo esa canción de Pearl Jam. Por lo demás, creo que el subtítulo general para el disco y la película The Wall podría ser : " Manual para aniquilar a un librepensador".
ResponderBorrar