jueves, 6 de noviembre de 2014

Sonata de otoño




 Como las reales, las ciudades inventadas tienen su propio peso específico. El de Chernopol está determinado por la suerte de risa eterna que les sirve a sus habitantes para eludir la certeza de su propia disolución, que es la misma del Imperio austrohúngaro. El señor Tarangolian, prefecto de la ciudad, sabe que los disparos de Gabrilo  Princip, que acabaron con la  vida del heredero al trono , Francisco Fernando, fueron apenas  la última  vibración de una onda expansiva empujada por lo que se ha dado en denominar  “ Las fuerzas de la Historia”.
Esa  onda  echa por tierra el destino  de hombres como el mayor Tildy, uno  de esos  guerreros   capaces de dar la vida por nociones como el honor, el valor y la dignidad es decir, los mismos que el capitalismo triunfante se dispone a  extirpar. Desterrado fuera del tiempo y el espacio, el soldado muere arrollado por un tren, justo cuando cree haber encontrado la redención en los brazos de una joven prostituta. “Así  vamos todos por el mundo, ignorantes de que, en últimas, vivir   no es otra cosa que  caminar al encuentro de la propia muerte”, nos dice el narrador, una especie de voz en sordina que intenta recuperar los recuerdos de la infancia como una manera de exorcizar los demonios  que conducen su propio mundo hacia el olvido.


Ese tono de  melancolía crepuscular  cruza las páginas de Un armiño en Chernopol, la novela del escritor austríaco  Gregor von Rezzori. Emparentado  en espíritu con escritores de la estirpe  de Tomas Mann, Robert Musil, Joseph  Roth y  Heimito von Doderer, el autor convoca los poderes de la memoria  y la poesía para ayudarse-   y ayudarnos – a soportar lo que  experimentan un hombre y una comunidad cuando las cosas que le daban sentido a la vida se van a pique.
Algunos de los protagonistas acuden al viejo recurso del amor  en el sentido absoluto que le daban los románticos, para descubrir muy pronto  que “ Nuestros deseos se apagan. Pero el que conserva más allá de la infancia esa angustiosa necesidad de ternura, será uno de los desdichados escogidos que están y estarán siempre enamorados”. Uno de ellos  es el mayor Tildy, siempre dispuesto a batirse en duelo por unos principios que son el hazmereír de sus colegas, entregados de lleno al cinismo.
Quines viven en Chernopol se saben habitantes de una ciudad de ilusión. Así lo  intuye  Madame Artonóvich, profesora de danza clásica de la hermana del narrador, cuando expresa que “ Un día, los viejos campos de pastoreo amanecen sin hierba y tenemos que buscarnos otros, como eternos nómadas que somos, incapaces de cultivar  nuestra parcela”.
Como todos los mortales, para curarse la  desazón algunos apelan al sexo en su más pura crudeza, para descubrirse más solos que nunca  después de cada cópula.  Por su lado, el viejo Pashkano, una especie de  espíritu primitivo se aferra a su ambición   materializada en un diamante al que le ha puesto un nombre premonitorio: “Corazón  de hielo”. A su vez, ignorantes de su condición de instrumentos , las hordas de jóvenes  pintan cruces gamadas en los muros, como irresponsables  heraldos del infierno que se avecina.


Mientras  eso sucede, el narrador intenta excavar  en los recuerdos de infancia como expresión del paraíso perdido de la comunidad.  Al igual que todos los nostálgicos, acaba por descubrir que su reino de ensueño nunca existió, y lo expresa en  una sentencia lapidaria: “Al abandonar la infancia siente lo mismo que cuando descubrió que las rosas de la imagen de la virgen en la iglesia del Corazón de Jesús estaban hechas de papel crepé  polvoriento  y descolorido.”
El armiño, para algunos símbolo de pureza y refinamiento, deviene entonces símbolo de la destrucción. Así se lo dice su borracho cuñado al mayor  Tildy, en uno de los momentos demoledores de la novela : “ El mundo, señor, es  oscuro y húmedo como el culo de un viejo pedorro”. Solo entonces, el soldado aprende que  la vida entera es una broma . Incluso un esqueleto es una broma: la broma macabra de un hombre. Por eso ríen sin remedio los habitantes de Chernopol.

PDT :  les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

8 comentarios:

  1. Ay, como le hará usted para encontrar autores tan olvidados o poco conocidos como Von Rezzori o Von Doderer que ni siquiera sabía de su existencia. Por su reseña y esa descripción de la decadencia del imperio austrohúngaro, que bien encarna un símbolo como el abrigo de armiño, me hace recordar algunos autores más o menos de la misma época, y bastante olvidados hoy en día, que narraban las vicisitudes de su Trieste natal -como Svevo, Magris, Stuparich-, otrora un faro cultural de la vieja Europa. Hasta el bueno de Joyce se refugiaba en esa elegante ciudad del Adriático, dicen. En fin, algo de misterioso y seductor tiene la literatura ambientada en esa época y aquellos lugares.

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  2. No hay misterio, apreciado José: tengo un hermano, que es a la vez mi corresponsal en el exterior, encargado de esos menesteres. El solito, por su propia cuenta y riesgo, asumió la deliciosa tarea de proveerme de maravillas como las que les comparto hoy.
    Entre otras cosas, Claudio Magris es el autor del prólogo a La gran trilogía, donde está incluida Un armiño en Chernopol.
    Ah... las bandas sonoras se las debo al dios Youtube.

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  3. Y gracias por el link de la música de mi amado Chopin, con esa interpretación tan irreal de Martha Argerich. Olga LB

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  4. Irreal, cómica y dolorosamente irreal : esa es la palabra que define la existencia de los habitantes de Chernopol, apreciada Olga Lucía.

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  5. La sensación de angustia y melancolía, entre otras, que surge de Chernopol me ha hecho revisitar sitios en Hungría y República Checa, donde estuve con mi mujer recientemente. El atentado de Sarajevo me interesa particularmente, tal vez porque un amigo y colega muy querido solía mencionarlo a sus alumnos de periodismo: "Ante un asesinato político la tentación que debemos resistir es darle demasiada importancia, porque no todas las víctimas son el archiduque Franz Ferdinand y no todos los asesinos son Gabrilo Princip", decía. Por supuesto que desde Praga nos hicimos una escapada a Terezín, donde todavía está, como monumento histórico, la siniestra cárcel/fortaleza donde Princip pasó sus días de prisión, hasta su muerte por tuberculosis, creo. Es un lugar que te pone los pelos de punta, mucho peor que el culo del viejo pedorro que cita el borracho de la novela.

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  6. Mi querido don Lalo : a su amigo periodista le asiste toda la razón : en el lenguaje y los tiempos destinados por los medios para cubrir casos equivalentes hoy al asesinato del archiduque resulta clara la intención de crear una suerte de código dirigido a cautivar audiencias. De allí la dimensión de los coberturas de los llamados " magnicidios". Lo que opera en últimas es una estratificación que borra de plano a las víctimas anónimas o invisibles.
    Y sobre lo último... bueno, creo que el viejo pedorro transitó por idénticos caminos. Al menos eso le hace sentir a uno la voz del narrador.

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  7. Maestro. Otro libro recomendado para leer. Son interesantes las ciudades o los pueblos inventados por los autores. La risa de Chernopol la imagino dolorosa, quizá, luego, sea una ayuda para olvidar. En la Pereira imaginada por la literatura, cómo se reflejará el dolor, cuál será nuestra manera para olvidar.
    Abrazos.

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  8. Es más, apreciado Eskimal: las ciudades inventadas suelen tener matices más ricos que las "reales". Al fin y al cabo son los relatos, las recreaciones de quienes las habitan y transitan los que las vuelven más interesantes. Eso mismo lo reconoce Gregor von Rezzori en su bello libro de memorias titulado Flores en la nieve.

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