Como las reales, las ciudades
inventadas tienen su propio peso específico. El de Chernopol está determinado
por la suerte de risa eterna que les sirve a sus habitantes para eludir la
certeza de su propia disolución, que es la misma del Imperio
austrohúngaro. El señor Tarangolian,
prefecto de la ciudad, sabe que los disparos de Gabrilo Princip, que acabaron con la vida del heredero al trono , Francisco
Fernando, fueron apenas la última vibración de una onda expansiva empujada por
lo que se ha dado en denominar “ Las
fuerzas de la Historia”.
Esa onda
echa por tierra el destino de
hombres como el mayor Tildy, uno de esos guerreros
capaces de dar la vida por nociones como el honor, el valor y la dignidad
es decir, los mismos que el capitalismo triunfante se dispone a extirpar. Desterrado fuera del tiempo y el
espacio, el soldado muere arrollado por un tren, justo cuando cree haber
encontrado la redención en los brazos de una joven prostituta. “Así vamos todos por el mundo, ignorantes de que,
en últimas, vivir no es otra cosa
que caminar al encuentro de la propia
muerte”, nos dice el narrador, una especie de voz en sordina que intenta
recuperar los recuerdos de la infancia como una manera de exorcizar los
demonios que conducen su propio mundo
hacia el olvido.
Ese tono de melancolía crepuscular cruza las páginas de Un armiño en Chernopol, la novela del escritor
austríaco Gregor von Rezzori.
Emparentado en espíritu con escritores
de la estirpe de Tomas Mann, Robert
Musil, Joseph Roth y Heimito von Doderer, el autor convoca los
poderes de la memoria y la poesía para
ayudarse- y ayudarnos – a soportar lo
que experimentan un hombre y una
comunidad cuando las cosas que le daban sentido a la vida se van a pique.
Algunos de los protagonistas
acuden al viejo recurso del amor en el
sentido absoluto que le daban los románticos, para descubrir muy pronto que “ Nuestros deseos se apagan. Pero el que
conserva más allá de la infancia esa angustiosa necesidad de ternura, será uno
de los desdichados escogidos que están y estarán siempre enamorados”. Uno de
ellos es el mayor Tildy, siempre
dispuesto a batirse en duelo por unos principios que son el hazmereír de sus
colegas, entregados de lleno al cinismo.
Quines viven en Chernopol se
saben habitantes de una ciudad de ilusión. Así lo intuye
Madame Artonóvich, profesora de danza clásica de la hermana del
narrador, cuando expresa que “ Un día, los viejos campos de pastoreo amanecen
sin hierba y tenemos que buscarnos otros, como eternos nómadas que somos,
incapaces de cultivar nuestra parcela”.
Como todos los mortales, para
curarse la desazón algunos apelan al
sexo en su más pura crudeza, para descubrirse más solos que nunca después de cada cópula. Por su lado, el viejo Pashkano, una especie
de espíritu primitivo se aferra a su
ambición materializada en un diamante
al que le ha puesto un nombre premonitorio: “Corazón de hielo”. A su vez, ignorantes de su condición de
instrumentos , las hordas de jóvenes
pintan cruces gamadas en los muros, como irresponsables heraldos del infierno que se avecina.
Mientras eso sucede, el narrador intenta excavar en los recuerdos de infancia como expresión
del paraíso perdido de la comunidad. Al
igual que todos los nostálgicos, acaba por descubrir que su reino de ensueño
nunca existió, y lo expresa en una
sentencia lapidaria: “Al abandonar la
infancia siente lo mismo que cuando descubrió que las rosas de la imagen de la
virgen en la iglesia del Corazón de Jesús estaban hechas de papel crepé polvoriento
y descolorido.”
El armiño, para algunos símbolo
de pureza y refinamiento, deviene entonces símbolo de la
destrucción. Así se lo dice su borracho cuñado al mayor Tildy, en uno de los momentos demoledores de la
novela : “ El mundo, señor, es oscuro y
húmedo como el culo de un viejo pedorro”. Solo entonces, el soldado aprende
que la vida entera es una broma .
Incluso un esqueleto es una broma: la broma macabra de un hombre. Por eso ríen
sin remedio los habitantes de Chernopol.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Ay, como le hará usted para encontrar autores tan olvidados o poco conocidos como Von Rezzori o Von Doderer que ni siquiera sabía de su existencia. Por su reseña y esa descripción de la decadencia del imperio austrohúngaro, que bien encarna un símbolo como el abrigo de armiño, me hace recordar algunos autores más o menos de la misma época, y bastante olvidados hoy en día, que narraban las vicisitudes de su Trieste natal -como Svevo, Magris, Stuparich-, otrora un faro cultural de la vieja Europa. Hasta el bueno de Joyce se refugiaba en esa elegante ciudad del Adriático, dicen. En fin, algo de misterioso y seductor tiene la literatura ambientada en esa época y aquellos lugares.
ResponderBorrarNo hay misterio, apreciado José: tengo un hermano, que es a la vez mi corresponsal en el exterior, encargado de esos menesteres. El solito, por su propia cuenta y riesgo, asumió la deliciosa tarea de proveerme de maravillas como las que les comparto hoy.
ResponderBorrarEntre otras cosas, Claudio Magris es el autor del prólogo a La gran trilogía, donde está incluida Un armiño en Chernopol.
Ah... las bandas sonoras se las debo al dios Youtube.
Y gracias por el link de la música de mi amado Chopin, con esa interpretación tan irreal de Martha Argerich. Olga LB
ResponderBorrarIrreal, cómica y dolorosamente irreal : esa es la palabra que define la existencia de los habitantes de Chernopol, apreciada Olga Lucía.
ResponderBorrarLa sensación de angustia y melancolía, entre otras, que surge de Chernopol me ha hecho revisitar sitios en Hungría y República Checa, donde estuve con mi mujer recientemente. El atentado de Sarajevo me interesa particularmente, tal vez porque un amigo y colega muy querido solía mencionarlo a sus alumnos de periodismo: "Ante un asesinato político la tentación que debemos resistir es darle demasiada importancia, porque no todas las víctimas son el archiduque Franz Ferdinand y no todos los asesinos son Gabrilo Princip", decía. Por supuesto que desde Praga nos hicimos una escapada a Terezín, donde todavía está, como monumento histórico, la siniestra cárcel/fortaleza donde Princip pasó sus días de prisión, hasta su muerte por tuberculosis, creo. Es un lugar que te pone los pelos de punta, mucho peor que el culo del viejo pedorro que cita el borracho de la novela.
ResponderBorrarMi querido don Lalo : a su amigo periodista le asiste toda la razón : en el lenguaje y los tiempos destinados por los medios para cubrir casos equivalentes hoy al asesinato del archiduque resulta clara la intención de crear una suerte de código dirigido a cautivar audiencias. De allí la dimensión de los coberturas de los llamados " magnicidios". Lo que opera en últimas es una estratificación que borra de plano a las víctimas anónimas o invisibles.
ResponderBorrarY sobre lo último... bueno, creo que el viejo pedorro transitó por idénticos caminos. Al menos eso le hace sentir a uno la voz del narrador.
Maestro. Otro libro recomendado para leer. Son interesantes las ciudades o los pueblos inventados por los autores. La risa de Chernopol la imagino dolorosa, quizá, luego, sea una ayuda para olvidar. En la Pereira imaginada por la literatura, cómo se reflejará el dolor, cuál será nuestra manera para olvidar.
ResponderBorrarAbrazos.
Es más, apreciado Eskimal: las ciudades inventadas suelen tener matices más ricos que las "reales". Al fin y al cabo son los relatos, las recreaciones de quienes las habitan y transitan los que las vuelven más interesantes. Eso mismo lo reconoce Gregor von Rezzori en su bello libro de memorias titulado Flores en la nieve.
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