Fui testigo de la escena en la
caja registradora de un supermercado. La madre, una atractiva rubia entrada en la treintena,
empujaba el carro de la compra repleto de una variada gama de marcas. De repente,
su pequeño hijo , de unos seis años,
corrió hacia la góndola más cercana y regresó con una de esas bebidas que,
según los mensajes publicitarios, poseen propiedades chamánicas.
-¡ Maaami, maaami, cómprame esta!
, ordenó el chico.
- No tenemos más plata, mi vida.
Replicó, firme, la señora.
- ¡ Que me la cooompreees, quiero
que me la cooompreees! Aulló el pequeño, convertido de repente en un emisario
de las furias.
- ¡ Noooo, noooo y no! Sentenció la mujer, esgrimiendo sus tarjetas para pagar.
Fue entonces cuando el niño
arrojó la botella contra el piso,
haciendo de paso añicos la paciencia de la madre. Los guardas de seguridad del local no tardaron en llegar, obligándola
a pagar el importe de la bebida
estropeada.
No cuesta
mucho trabajo imaginar a ese chico, convertido dentro de veinte años en
uno de esos adultos histéricos que, ante la tardanza en el
servicio por parte de los meseros de un restaurante, o frente a los requerimientos
de algún representante de la autoridad, repiten
a gritos la frase conocida
por todos : “¿ Es que usted no sabe quién soy yo?”. Bueno, la verdad, nadie
tiene por qué saber quienes son, pero están en todas partes como
materialización de la soberbia y la
estupidez juntas.
Incapaces de encontrar la justa
medida, parecemos solo capacitados para vivir en los extremos. En el caso de la educación de los niños, pasamos
de las más oprobiosas formas de castigo a la permisividad absoluta.
Convertidos en víctimas perpetuas- de los padres, de los maestros, de los
compañeros de juegos- los pequeños se volvieron intocables. Cualquier intento
de reprimenda, por leve que esta sea, es objeto de la mirada
inquisidora de una legión entera de justicieros.
El resultado es una variante
de los seres humanos, definida no
solo por la pertenencia a una clase social y económica, sino por una condición
que los hermana: la idea de que las
demás personas fueron puestas en el mundo para
estar a su servicio. Se ve en las
relaciones profesor- estudiante,
jefe-subordinado, amado- amante y, por supuesto, padres- hijos. En esos
códigos el otro deviene entonces un proveedor, alguien que debe estar siempre
dispuesto a la satisfacción de mis caprichos.
Y allí aparece una palabra clave
para entender el estado de las cosas: satisfacción. El niño y
el adulto proclives a las pataletas nunca están satisfechos : siempre sienten
que el mundo les debe algo más : un producto, una ofrenda, un gesto de
sumisión, pero siempre algo más. Por eso
confunden con tanta facilidad el servicio con el servilismo. A ese ritmo,
acaban arrojando al suelo no solo el objeto que no les quisieron o no les
pudieron regalar, sino la vida misma de los demás.
Quizás con el fin de mantenerse despierta, toda época
crea sus propios monstruos. Los nuestros, gestados
en los hogares y perfeccionados en la escuela a través de una metódica
falta de rigor y disciplina, van por el mundo haciendo de sus caprichos ley.
Son los que en las encuestas de satisfacción- una suerte de plaga moderna-
siempre responden que nadie los atiende bien. Va uno a mirar y resulta que simplemente alguien no inclinó lo
suficiente la cerviz.
“ No consigo satisfacción/ no
consigo reacción/ y lo intento/ y lo intento/ y lo intento”, cantaban The Rolling Stones hace medio siglo. Si los
buenos poetas cumplen muchas veces el papel de visionarios, quizá esa
pareja genial integrada por
Jagger y Richards ya prefiguraba en esos versos las cosas que se
avecinaban. En nuestro caso, varias
generaciones de intocables siempre
insatisfechos porque nadie supo
recordarles a tiempo que todo
tiene un límite.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=3a7cHPy04s8
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=3a7cHPy04s8
A propósito de Mourinho, Santiago Segurola le dedicó una columna donde le llamaba “consentido” haciendo mención al mal comportamiento que tuvo con el Real Madrid luego de que se le cumpliera prácticamente todo lo que pedía o exigía. El consentir demasiado a los hijos, es una de los motivos que genera el comportamiento caprichoso que usted nos ilustra. La sobreprotección y la permisividad de los padres ocasionan también que la prole sea cada vez más egoísta, insegura e indisciplinada. ¿Recuerda el episodio de Los Simpson donde George Bush padre nalguea a Bart por una travesura terrible?...A veces hace falta una acción así para corregir a tiempo. Aunque con esto de los defensores de los valores familiares, ya no se puede ni decir nada porque podrían acusarnos de crueldad.
ResponderBorrarLeo tu post poco después de mi dosis diaria de Doonesbury, la historieta político/social de Garry Trudeau, ahora reducida a la tira de los domingos y a una repetición de viejas tiras durante los otros días, debido a que Trudeau está ocupado con una serie de TV, Alpha House. Uno de los temas recurrentes de Doonesbury que más me gusta es el de los embrollos en el ficticio Walden College (no confundir con Walden University), entre ellos el de modificar y/o mutilar los planes de estudio para satisfacer a los alumnos por encima de todo, en vez de llenar una función educativa. Es decir, la educación universitaria como una pieza del mecanismo de ganar dinero. Es como tu escena del comienzo del post, solo que se trata de las exigencias de estudiantes universitarios y no de un chico de seis años. Son más o menos lo mismo, no?
ResponderBorrarApreciado José : una de las pocas cosas en las que estoy de acuerdo con el actual Papa es en el poder pedagógico de las nalgadas. Esas acciones apuntan al sustrato animal o instintivo de todos nosotros. Pero sucede que el endiosamiento de la razón- más acentuado cuanto más irracional es nuestro comportamiento- convierte en criminal a cualquier adulto que intente corregir a un niño.
ResponderBorrarExactamente lo mismo, mi querido don Lalo : las pataletas o berrinches tienen idénticos orígenes , independiente de la edad, la profesión o el oficio del protagonista. Al final tendremos siempre una legión que pretende hacer de los demás esclavos de sus caprichos.
ResponderBorrarYo no estoy de acuerdo con el castigo corporal, en ninguna forma. Me parece un fracaso total de la inteligencia que un adulto tenga que golpear a un niño -así sean sólo unas "nalgadas"- para hacerlo entrar en razón por algo. Creo que buena parte de la violencia que vive Colombia se debe a que los adultos de hoy la aprendieron desde los hogares.
ResponderBorrarJuan Carlos.
Me parece bien, querido Juanito, que sientes tu posición. Eso sí, considero que todo el tiempo asistimos a muestras contundentes del " Fracaso de la inteligencia", expresado en los más racionales -y razonables- de los seres.
ResponderBorrarSi yo fuera editor le pondría de título al artículo "Los niños resabiados" y le daría con los 60 centímetros de roble fino al vergajo zurrón que lo escribió, para que aprenda a poner títulos buenos, por aquello de que la letra con sangre, etc, etc.
ResponderBorrarMil gracias por la sugerencia, querido niño resabiado, pero los editores me lo advirtieron: esa expresión es un regionalismo cuyo significado en otras latitudes no alcanzarían a captar.
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