Finaliza la segunda década del
siglo XX. Franz Biberkopf acaba de
abandonar la cárcel donde cree haber
purgado el asesinato de su amante y se
dispone a ser un hombre nuevo: “Bueno y limpio” , según se dice a sí mismo al
pisar tierra firme. En ese momento cree entrar al reino de su redención
personal. Pero la vida, o el destino, como lo llaman algunos, le deparará otras
cosas, entre ellas un camino de regreso a los infiernos empedrado con sus
buenas intenciones.
Estamos en el Berlín de entreguerras. Alemania no acaba de curarse
las heridas dejadas por la primera guerra
mundial y ya se prepara para recibir las estocadas de la segunda. En las
calles todo es un derrumbar de
viejos edificios, mientras el estrépito de las máquinas excavadoras prefigura el rostro de la ciudad moderna. Sin embargo, algo siniestro alienta
entre las banderas de comunistas, nazis y otros
movimientos políticos que
van y vienen por las calles agitando el aire con sus consignas y amenazas. Franz
Biberkopf opta por ignorarlos y decide
emplearse en un oficio de vendedor de
periódicos, que considera puede ser el
primer peldaño para su nueva vida. Pero algo falla. La vida... o el destino lo
pondrán en en contacto con los bajos
fondos de la ciudad, entre los que medra
un delincuente apellidado
Reinhold, vinculado a redes de ladrones,
asaltantes, estraperlistas y proxenetas.
Creyendo hacerle un favor a ese amigo, que se revelará después como su
peor enemigo, Biberkopf es arrojado de
un auto en marcha y en el accidente perderá su brazo. Aparte de
exconvicto, desde ese día será también
el manco Franz, que va por las calles
como una herida ambulante: expulsado del paraíso vagabundea en compañía de la serpiente que ha descendido del árbol del bien y del
mal y envenena los sueños
de los hombres.
De ese cruce de caminos: el de la
historia y el de los individuos, se ocupa la novela Berlín Alexanderplatz, del
escritor alemán Alfred Döblin. A primera
vista puede ser otra obra etiquetada bajo el sello de novela negra: el desfile
de asesinos, soplones, policías, putas y
ladrones resulta bastante sugestivo. Pero,
aparte de gran escritor, Döblin es un médico que en el ejercicio de su
profesión ha experimentado su
propio viaje a ese reino donde los
hombres se debaten en la eterna batalla perdida con la muerte. Por eso mismo el
narrador, lejos de ser un testigo
impasible, viaja al lado de los personajes
y asiste incluso como mirón impúdico
a la exhibición de las funciones más
primarias de sus cuerpos.
“No hay que darse importancia con
el Destino. Soy enemigo de la fatalidad. No soy griego, soy berlinés”, afirma
la voz interior de uno de los
protagonistas y se echa a las calles donde las rutas de trenes son en realidad
líneas de la vida y la ciudad toda la palma de una mano en la que se hacen y
deshacen las pequeñas y terribles anécdotas de unos seres que se aferran
al frágil y fugaz consuelo del sexo
antes de despeñarse en un abismo en el que no hay dios, a pesar de que a veces creen sentirse
acompañados por ángeles guardianes... que los abandonan al llegar la hora decisiva.
Es el momento en el que descubren que los dioses de la ira
alientan en el propio corazón de los mortales.
Lo confirma Franz cuando Reinhold, no contento con asesinar a
la mujer con la se sentía feliz, se las
arregla para acusarlo del crimen y
entonces la noria vuelve a girar. El antihéroe de la novela de Döblin ha olvidado
el undécimo mandamiento: no dejarse deslumbrar. Por eso está enganchado otra
vez al tren del desastre, condenado a
escuchar por toda la eternidad la sentencia de un ratón sabio, hijo de sus
delirios, que resuena en sus oídos como el legado de un heraldo de la lucidez:
“ El hombre es un animal odioso, el
mayor de los enemigos. La criatura más repulsiva que existe sobre la tierra,
peor aún que los gatos”.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
No he leído la novela, pero me enteré de su existencia, casualmente, cuando me encontré con la serie homónima dirigida por Fassbinder, andaba yo buscando películas de este prestigioso director y no lo pensé dos veces para comprarla en un puesto, entremezclada entre discos que nadie miraba. Una pequeña joya de cine por capítulos. Siguiendo su reseña, es bastante fiel al libro, pero tiene ese toque autoral del maestro alemán. Ciertamente es algo lenta, cuesta seguir el hilo narrativo, pero la complejidad de la trama más una ambientación preciosista y meticulosa bien valen la pena. Hay una escena que me llamó la atención particularmente: el protagonista luego de pasar tantos años en la cárcel, al salir se choca de bruces con una ciudad que había cambiado mucho, parece un forastero, se siente frágil y temeroso como un niño, al extremo de casi hacerse atropellar con los autos porque sencillamente no sabe cómo actuar. Siente ganas de volver a la cárcel, porque no está preparado para la jungla humana. Esa libertad que tiene ante los ojos le parece agobiante, el comienzo de otro infierno. (y gracias por el enlace a Marlene Dietrich, no sabía que cantaba, pues solamente la vi en un excelente western llamado Rancho Notorious).
ResponderBorrarClaro que tengo presente esa formidable versión cinematográfica de Fassbinder, apreciado José : se necesitaba un espíritu tan atormentado y lúcido como el del director alemán para captar toda la dimensión de una obra como Berlín Alexanderplatz. Esos matices oscuros, esos seres erráticos y desgarrados están hechos a su medida.
ResponderBorrarQue Doblin no sea muy conocido en América Latina, o al menos no tan conocido como merece, refleja una de las distorsiones de "la cultura", pero no debería avergonzarnos demasiado, ya que en su propio país fue ignorado después de la guerra. Leo que su muerte, en 1957, pasó virtualmente inadvertida en Alemania y que esa indiferencia se reflejó en el hecho de que no pudiera encontrar en vida un editor para su última novela. El desgarramiento del destierro, claro, pero algo más, me parece.
ResponderBorrarEl destierro y su particular manera de mostrarnos algunos círculos del infierno creo que influyeron en ese desdén, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarPor fortuna, Fassbinder emprendió la descomunal tarea de llevar al cine la " esencia" de esa visiones.
No he visto el film de Fassbinder, no he leído la novela, lo admito Gustavo, pero hay algo en la reseña que se me hace interesantes y que, con temor a equivocarme, quizá lo comprendí todo al revés, trae otra perspectiva al lector común, como yo, o al cinéfilo no tan de culto, como yo, sobre esa época triste de la humanidad. Una visión de los inicios de una nueva guerra mundial tan hecha de películas, además, donde se observa una problemática más íntima, de un hombre que se cruza en tal camino histórico y desde allí observa una historia más de las calles habituales de Berlín y sus sombras.
ResponderBorrarCuando se le cruceen el camino - película y novela; novela o película- no dude en hincarles el diente , apreciado Eskimal. Será un plato para nunca olvidar.
ResponderBorrar