Vamos por nuestro cuerpo como
quien conduce una nave al garete en un
laberinto que somos nosotros mismos.
Afuera palpita el mundo, sordo y mudo hasta que una palabra, un signo, le da
cuenta de quienes lo habitan: hombres, piedras, bestias.
En las grandes tradiciones, el
poeta es el encargado de decir la primera
palabra, de lanzar la señal para
iniciar- reiniciar- el diálogo perdido entre el mundo y sus criaturas. Esa es
su tarea desde el comienzo de los tiempos. Pero con bastante frecuencia, el
encargado de mantener vivo ese fuego olvida que la poesía es un medio, no un
fin, y se pierde en la contemplación de
sus propias destrezas: Narciso asediado
por los resplandores de su belleza. La poesía
deviene así artificio de joyero.
Justo en ese momento el poeta
sabe que es hora de lanzarse a las calles, para recuperar entre el
vocinglerío la exacta dosis de silencio
que le da sentido al poema. Buen cronista como es, Gustavo Acosta tiene oído de
músico callejero y emprende la tarea como mandan los cánones: sin prisa pero
sin pausa.
El resultado es un breve poemario de setenta y cuatro páginas,
titulado
Los vasos silbantes, en el que, entre otras cosas, se ocupa de tres
asuntos: lo frágil, lo blando y la extrañeza. Somos pájaros de cristal que
aletean entre las rocas de un acantilado. De esa experiencia surge la
noción de extrañeza: podemos desintegrarnos al menor descuido. Esa
misma condición nos hace osados:
si de todas maneras hemos de hacernos añicos, bien vale la pena emprender el
vuelo. Por eso mismo: “Los huesos de un solitario deberían/ser enterrados en el
sitio de sus angustias. /A qué agravar la maldición trasladándolo”, se lee en
uno de los versos. Si asumió su condición de expatriado, es decir, de algo
frágil, blando y extraño, un hombre deberá aceptar su destino hasta el final.
Esa misma condición de blandura,
fragilidad y extrañeza nos hace fuertes: no queda otra salida si decidimos hacernos al camino. Un camino
que es más acertijo que promesa: “Nos cuidaban pájaros desconocidos/ y a la vez
millardos de ojos salvajes nos escrutaron/, nos olían desde lejos las bestias hambrientas, nunca vuelta atrás/
queriendo persistir en el ser circular/ en un regreso disfrazado de
circunvalación”.
Vamos dando vueltas mientras
creemos avanzar. No hay conjuro posible frente a la incesante repetición… salvo
la plegaria o el poema. De espaldas a los dioses, el autor de Los vasos silbantes solo puede apelar al
conjuro, acaso inútil: “La magia rompe el muro/entre lo que no es y lo que parece”, recita en un poema titulado Cero, como si intuyera que después de la magia está la nada.
Y esta última precede y sucede al
devenir: la suma de peripecias instalada entre el nacimiento y la muerte. Entre
una luna y la siguiente: en ese intervalo se vive y escribe
la historia de toda criatura y de toda aventura bajo el sol.
“Almas despiertas que duermen/con
la ventana abierta/ almas insomnes que caminan/por los bordes de las mañanas
ocres/ almas sobrias almas ebrias”, nos
dice un poema que lleva el título de 5:50 a.m, hora fronteriza, cuando todavía no sabemos
si estamos dormidos o despiertos.
Si la temprana lucidez proviene de la sobriedad
o la ebriedad. Nadie podría
afirmarlo con certeza: después de todo, ningún hombre en sus cabales sabe sí
está vivo o muerto. Así de inmensa es su fragilidad, su blandura,
su extrañeza.
Si Italo Calvino intuyó que dos de los sinos de
estos tiempos serían la brevedad y la
levedad, podemos afirmar que a través de este libro de poemas Gustavo Acosta
se hace uno con el espíritu de la época.
Intensos y breves, sus versos nos conectan con la enorme soledad de nuestros
días, y por eso mismo con la promesa de
comunión que de allí se deriva.
Buena gente Acosta, estuve acompañándolo en la presentación del libro junto con Juan Aurelio García, de Armenia, otro escritor de esos que no escribe libros, ni hace poemas, pero parece dominado inconscientemente por la poesía. Para seguir la línea que propone su reseña, hace tiempo vengo coleccionando citas de autores sobre la poesía. Acá va la que más me gusta:
ResponderBorrar"Hay dos clases de poeta (…) aquel que no dice casi nada aunque parece que dijera mucho; y aquel del que uno sabe que dice mucho, pero no quiere que uno entienda, vaya usted a saber por qué.” Tomás González, Niebla al mediodía, Alfaguara, Bogotá, 2015. Pág. 102.
Saludos, Cami.
Apreciado Camilo : existen poetas que jamás han escrito una sola línea y a su vez van por el mundo especímenes que han escrito- y publicado- centenares de versos, sin ser poetas.
ResponderBorrarAl final, es el lector-o el oyente-quien tiene los sentidos finos para separar la cizaña del trigo.
A propósito, me vuelve otra vez a la memoria que ni Cristo, ni Sócrates, ni Budha escribieron : su sabiduría era verbal.
El poeta y el mago se asemejan en que ambos entran en el alma sin tocar la puerta. Humm, se me acaba de ocurrir pero suena pretenciosamente simple, como si lo hubiera escrito Coelho. Sorry, pero insisto: ambos entran de rondon en nuestras "almas sobrias almas ebrias". La magia del poeta, en este caso, no consiste en diferenciarse sino en asemejarse a todos nosotros.
ResponderBorrarEs más, mi querido don Lalo : en las sociedades primigenias el poeta , el mago y el médico se resumían en la figura del Medicine man. Luego los sacerdotes serían curas : curadores, sanadores de almas ¿ Por qué no habrían de tener derecho a entrar en el alma sin tocar la puerta?
ResponderBorrarA tono con las citas coleccionables de Camilo, pues a mí me ha intrigado siempre estos versos iniciales de Pessoa, tanto que los recuerdo casi de memoria: "El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente..." Tal vez tenga algo que ver con aquello que usted subraya de que nadie sabe con certeza si estamos vivos o muertos, o nos movemos como péndulos entre la locura y la cordura, que al final vendría a ser casi lo mismo. Espero no haberme liado.
ResponderBorrarApreciado José: en esos versos de Pessoa- un gran fingidor- alienta uno de los grandes misterios de la poesía : dice lo que dice, pero también dice otra cosa, que puede estar en las antípodas de lo dicho ¿ ve? es un colosal y simple lío.
ResponderBorrarEstán muy solemnes. Va otra para bajarle nivel a la pomposidad:
Borrar“Así es la poesía. Un destello deslumbrador y acto seguido el blablablá.” Tomás González, Niebla al mediodía, Alfaguara, Bogotá, 2015. Pág. 105.
De acuerdo, Camilo. Pero conviene no olvidar que la de Tomás González es simplemente otra opinión : como la suya, como la mía, como la de cualquiera. Nada más.
BorrarGustavo. Me falta leer poesía, más poesía. Tengo a los míos claro, pero hay que buscar otros. Su música ayuda a fortalecer el lenguaje en los cuentos. Quizá el cuento tiene más relación con la poesía que con la novela.
ResponderBorrarSobre Gustavo Acosta, por lo que sumercé dice y lo poco que leí en su artículo, hay algo surrealista en sus imágenes. Me parece que son fotografías animadas, como los GIF. Quizá deba leer el poemario para llegar más a fondo, para conmoverme más. Por lo pronto, la imagen que tengo hasta ahora me gusta. Buscaré sus crónicas a ver qué tal.
Saludos Gustavo.
En la poesía - quiero decir: en la buena poesía- está todo , apreciado Eskimal. A su vez, la poesía está en todas partes: en la novela, el cuento, el ensayo, la crónica y, sobre todo, en el habla cotidiana, que es donde abrevan los grandes poetas.
ResponderBorrarEmprenda la aventura y verá.
Un poeta es aquel que escribe desde la magia de su pluma sin pensar lo que dirá solo sintiendo cada latido.
ResponderBorrarUn beso dulce de seda.
Bienvenida a este blog, María Perlada : la poesía siempre será un buen pretexto.
Borrar