El hombre me explica que los
hipsters no siguen moda alguna... y por eso inventaron la moda de los hipsters.
O al menos eso es lo que le entiendo. Como me
resulta imposible cascar la nuez
de su filosofía- si la tienen- mejor me detengo en su indumentaria. Los machos
de la especie lucen camisas ceñidas, casi siempre a cuadros, cortadas justo
a la altura del ombligo. Llevan
pantalones también a rayas o cuadros, complementados con sacos o chalecos de
colores fosforescentes. Calzan botines
de Peter Pan y coronan su cabeza con sombreros de lo más primorosos. Las hembras
visten más o menos igual, con el añadido de una minifalda, medias de
malla y uno que otro mechón de pelo
teñido. Hay tanta profusión de piercings, que
llego a dudar de su originalidad.
En cuanto a gustos musicales, pueden pasar sin ningún trauma de los
acordes densos y las letras depresivas de The Cure a la arritmia y la verborragia
metafórica de Ricardo Arjona. “Somos proteicos”, dice mi fuente y se
retira con una mirada de desdén.
De antemano solicito algo de
comprensión para mi perplejidad: estoy volviéndome viejo.
Son una entre las muchas sectas-
tribus urbanas les dicen al unísono sociólogos y antropólogos- que rinden
culto a alguna divinidad diseñada a la
medida de las necesidades de una época sin propósitos trascendentes a la vista.
Cansado de la paradójica singularidad de los
hipsters, me fijo en el curioso código ético de los animalistas: pueden desatar
una oleada de furia en las redes sociales por la muerte de un perro que acaba
de destrozar a dentelladas a un niño. Si: ya sé que desde la antigüedad los hombres han adorado dioses con figura de
animales: águilas, toros, ranas, gatos, ibis, serpientes, perros, leones. Era
su manera de rendir tributo y conjurar de paso las fuerzas ocultas del universo. Pero este nuevo paganismo
tiene una particularidad: acontece en el vacío. No busca en el animal un
vínculo con una instancia suprema. Como todas las formas de consumo, es un fin
que se agota en sí mismo. Detrás de la posesión de la mascota, viene una cadena
de negocio que pasa por fabricantes de concentrados, medicamentos, adornos, ropa y médicos veterinarios, hasta llegar al absurdo de los
“sicólogos” para perros.
Como si no bastara con eso, en
mis pesquisas en busca de las claves para entender las recientes formas de paganismo me encontré con
otra cofradía: la de los que luchan por
la “Justicia climática”. ¡Por Zeus! Hasta ese momento creía que el clima es algo que nos viene dado,
como la lluvia, el viento, las piedras. No me malinterpreten: entiendo a la
perfección que los desarreglos del clima obedecen en parte a la locura humana. Pero igual
pasó con los dinosaurios y otras miles
de especies desaparecidas: jugaron con fuego y perecieron calcinadas. Por eso siempre hay algún especímen: cucarachas,
ratones, virus, bacterias, preparándose
para el relevo.
Y al fin comprendo: el problema
reside en que nos consideramos la especie diferente del curso. La raza elegida.
Nos damos ínfulas de eternidad. Por eso, ante la desbandada de los
viejos dioses, apelamos a las nuevas religiones exprés, hechas del tamaño de
nuestra fragilidad. Como los viejos guerreros maoríes, creemos que un tatuaje
puede salvarnos de la vejez y la disolución. Fundamos tribus y esperamos que los animales suplan
nuestra erosión afectiva. Y todo tan
glamoroso: siempre redimible con tarjeta de crédito y fácil de adquirir en un
centro comercial Así somos los paganos del siglo XXI.
Muchos compartimos tu perplejidad. La indignación (¿?) de esas tiernas almas ante el "sufrimiento" de un perro que mató a un niño me recuerda la resistencia sensiblera al sacrificio de animales dañinos (los gatos salvajes de Australia, por ejemplo, que matan por placer, no sólo para alimentarse, todo lo que camine, vuele o se arrastre), Otra cosa que no me cabe en la sesera es la cacería de brujas armadas por centros de estudiantes en muchas universidades modernas, que impiden hablar a quienes "podrían ofender" a sectores sociales protegidos por razones más o menos arbitrarias. Germaine Greer, por ejemplo, opina que las mujeres transexuales, conserven o no el pene, no son "verdaderas" mujeres... y los estudiantes de Oxford no la dejan hablar en la universidad, justamente donde más se debería defender el derecho a emitir opiniones "ofensivas".
ResponderBorrarLos dioses nos asistan y nos libren de la corrección política, mi querido don Lalo. A este paso vamos a crear un colectivo de autocensurados bastante próximo al ideal de los regímenes totalitarios.
ResponderBorrarEn Colombia acabamos de asistir al linchamiento digital de un humorista de televisión... solo porque uno de sus personajes era negro. A partir de eso supongo que se les dará patente de corso a todos los " "perseguidos" y " Discriminados imaginables".
Ja, menos mal que se le olvidó decir que los machos de la especie gustan lucir barbas crecidas y desaliñadas. Y pensar que me figuraba un poco hipster por dejarme crecer el pelamen facial, por suerte usted me clarifica el asunto deteniéndose en su ridícula indumentaria (he visto a alguno con traje y zapatillas Converse, hasta un payaso auténtico luce mejor). Y que conste que me gusta The Cure, pero de ahí a Arjona hay un abismo insondable. Y sin necesidad de sentirse viejo, este esnobismo urbano pronto quedará desplazado a un reducido rincón como la tribu de los Emos. Bastará con que algún avispado friki pero con dotes de mercadotecnia inicie otra corriente, sacando petróleo del vacío, para llenar su cuenta corriente. Y así sucesivamente.
ResponderBorrarUsted lo ha expresado con claridad, apreciado José : todo es asunto de mercadeo en una sociedad experta en acuñar sabiduría empacada al vacío y muy hábil en crear "necesidades" nuevas cuando un producto agota las expectativas del consumidor.
ResponderBorrarDe eso, entre otras muchas cosas, se ocupan las canciones de esa excelente banda que es The Cure.
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ResponderBorrarMaestro, en esa gran idea de Borges sobre ser herederos del mundo, lastimosamente hay algunos efectos como los hipsters. Ellos, en realidad, son una etiqueta de lo que somos actualmente , nos guste o no, semejante a los punks, los hippies, los llamados cocacolos en Colombia.
ResponderBorrarA la final son un ornitorrinco hecho con amantes de Green peace y vegetarianos radicales, amantes del yoga y religiones orientales, amantes del cine japonés, del ánime, del cómic, del paseo de perros y la comida orgánica, amantes de grupos indie, de la electrónica entre Chilll out y Portishead, amantes de la depresión tipo emo y tipo grunge, amantes de las botas punks obreras hechas por grandes marcas, amantes de no entrar a un MCDonalds pero sí de leer en un Starbucks, amantes de no entrar a tabernas pero sí de ir como etnógrafos, amantes de bigotes a lo revolucionario y de los lentes con marco grueso tipo Woody Allen, amantes de Woody Allen y de las películas del cine gore, de lecturas bajo la luz de una vela y sobre la luz de un Ipad, son Millenials (bueno, yo lo soy) crecieron con internet y bendicen Netflix y el Open Source y la ropa de diseñador y la salsa si es para bailar en una noche con el gusto de sentirse diferentes. Bueno, al saber que crecieron con internet, podemos resumir todo. Espero no ser uno de ellos, vivo muy cerca de ellos, acá en México, por la Colonia Roma.
Abrazos.
Se me olvidaba Gustavo. Hace mucho que le había enviado a los del Borges los cuentos que le envié a usted. Parece que hay posibilidades de publicarlos con ellos. Me agrada la idea, pues yo crecí en su cine club.
Y le dejo no la banda sonora Gustavo, pero sí la parodia: https://www.youtube.com/watch?v=ZeHiH4683so
BorrarApreciado Eskimal: mil gracias por actualizarme y explicarme en detalle los entresijos de todas estas tendencias y tablas de salvación a las que los mortales de estos tiempos mos aferramos con la ilusión de no despeñarnos en el vacío...solo para caer en otro peor. Frente a eso, nos queda apenas la parodia, como bien queda ilustrado en el enlace que me comparte.
BorrarAh, y me alegro pucho por la posibilidad de la publicación con el sello Borges.