Caperucita Roja se calza sus zapatillas Converse blancas y parte rumbo a un After
party. “Vuelvo en tres días”, dice y
mamá le recomienda no abusar de las pastillas de colores y, por amor a Dios, no
dejarse embarazar.
¿Novedad? Por supuesto, no. De niños ya
sospechábamos que nos engañaban con los
cuentos de la cigüeña, el duende y toda
una antología de moralejas enfocadas a controlar los apetitos humanos,
demasiado humanos. Años más tarde, los
freudianos, obsesionados con el falo, nos dirían que el pico de la cigüeña era una sublimación
(qué curioso el traslado de esa palabra del reino de la química al de la
psique) del órgano sexual masculino.
De modo que el libro “¿Puro cuento? ¡A que no te
sabías el de Caperucita Roja!”, escrito por el profesor Cristian Bohórquez
supone no tanto una revelación como una recordación: en algo más de cien
páginas el autor nos conduce por las
múltiples versiones de esa obra que ha acompañado la formación- o deformación- de varias generaciones de niños y adultos en occidente... y oriente, porque, entre otras
cosas, la lectura sugiere remotas raíces chinas.
Si los
cuentos y leyendas abrevan en una fuente común o mundo de los
arquetipos, como lo llamara el sicólogo Carl Gustav Jung, esta lectura de Caperucita nos devuelve
a las raíces mismas de la tradición
judeo cristiana. Asuntos como el pecado y la culpa, con sus correspondientes
nociones de castigo y redención , palpitan en el relato desde el momento
mismo en
que la madre le recomienda a su
hija no desviarse del camino y cuidarse muy bien de no estropear
( “ no romper”, se lee en algunas
traducciones) las viandas que
le han sido encomendadas.
Según algunos intérpretes, la abuela representaría la tradición, que debe ser
traicionada para que la vida empiece a transitar por otros caminos: los que
emprende Caperucita cuando desatiende
las recomendaciones maternas y se
detiene en los claroscuros del bosque a explorar toda cosa nueva:
flores, pájaros, mariposas, aromas y, sobre todo, los llamados de su propio
cuerpo.
Como todos sabemos, al final de
la jornada, en lugar de la abuela la aguarda el lobo, vale decir, el macho
seductor y depredador que, luego de un sugestiva escena en la que la
adolescente se desnuda y se mete en la cama
con él, le revela los misterios
de la sexualidad y la devuelve al mundo convertida en una mujer, con todo y sus
facultades sexuales y reproductivas.
Como nos lo recuerdan otros exégetas, el color rojo de la prenda es a la
vez símbolo de la pasión y de la
menstruación como el momento en que el
cuerpo femenino emprende el tránsito
hacia otras dimensiones.
Y es aquí donde el verbo comer se despliega en todas sus
acepciones. El señor lobo se come a Caperucita. ¿Cómo sustraerse a la evidente
connotación sexual de la expresión? Por lo demás, la figura deviene imagen mística en la liturgia cristiana
cuando los fieles ingieren el cuerpo
de Cristo. También tiene
componentes iniciáticos en las leyendas donde los vencedores en la batalla devoran el cuerpo del vencido.
En los tres casos: el sexo, la liturgia
y el combate, se trata de incorporar al propio ser la energía vital del otro con el fin de hacerse
más fuerte o, acaso, más sabio.
En algunas versiones, incluida la más conocida de Charles Perrault,
sobreviven la abuela y Caperucita. En
otras, solo la muchacha consigue salir con vida del trance. Pero en todas las
circunstancias la chica vence los poderes del lobo: se lo come de manera
real o simbólica y vuelve a casa investida de una nueva fuerza: el poder sobre
su propio cuerpo. Ahora es también una iniciada, una bruja.
Los detractores del sicoanálisis dirán que se trata aquí de una
lectura obvia y acaso maniquea. Sus
fieles devotos insistirán en la
forma como el relato nos conduce a los pliegues
del inconsciente. De mi parte me
limitaré a decir que, entre otras cosas, el libro me devolvió a un momento de
la infancia que creía irrecuperable: la
hora de la noche en que mi tía Teresita nos leía el cuento, mientras el niño
que fui intentaba descifrar, sin más ayuda que la imaginación, el misterio
oculto en las piernas doradas de mis pequeñas primas, a punto ellas a su vez de
hacer su iniciación en los arcanos de
Caperucita Roja. Pero eso ya sería escarbar demasiado en los meandros de la propia memoria y correríamos el riesgo de enredarnos en un berenjenal.
https://www.youtube.com/watch?v=ife23FDNxow
https://www.youtube.com/watch?v=HDLLXUaqZxg
¡Vaya casualidad!, justo hoy cuando me proponía efectuar mi siesta mediterránea, pasaban en un conocido concurso de tv. español, el dato de que Perrault recién publicó su primer libro de cuentos infantiles a los 69 años. Así que el viejito tenía intenciones muy “verdes” a la hora de urdir sus historias, y mire que yo, como muchos niños, disfruté inocentemente (o ingenuamente) con sus relatos. ¿Sería tanto así?, digo, ¿lo del trasfondo freudiano de su obra? No sé, este nuevo libro me huele a imitación de cierta obra de Ariel Dorfman, donde hilaba hasta la paranoia con un personaje de Disney.
ResponderBorrarApreciado José : en lo personal, descreo por completo de esas cirugías freudianas o jungianas sobre lo que ellos llamarían " El inconsciente literario". Pienso que la creación artística es algo más complejo e indescifrable, que no se puede reducir a una suma de pulsiones " sublimadas".
ResponderBorrarPero bueno, cuando uno reseña libros se limita a exponer algunas claves implícitas o explícitas de los mismos. Lo demás es la elección y la aventura personal de cada lector.
Ah.. eso sí, no me cabe duda alguna de que Perrault era todo un viejo verde.
Mira vos, justamente ayer, visitando el Museum of Moving Image de Melbourne, vi un corto de animación inspirado en El Ruiseñor y la Rosa, el relato de Óscar Wilde. La protagonista central es una ruiseñor hembra (dibujada con senos de mujer y grandes pezones rojos, por si no captamos la alusión de entrada), que se sacrifica para que el estudiante del que está enamorada tenga en su jardín una rosa roja. Para lograrlo, su corazón debe ser atravesado por la espina del rosal (las imágenes son virtualmente de un coito en esto) y la sangre, mmm, como en una eyaculacion (también la semejanza es notable) llega a la rosa, tiñéndola. La realización del corto de animación es descojonante, pero la conexión sexual tan clara que ahora pienso que tal vez yo estoy tan corrompido por la llamada cultura popular que he perdido de vista la sensibilidad de los poetas. ¿Que diría el profesor Bohorquez?
ResponderBorrarJa. Menuda pregunta le transmitiré al profesor Bohórquez. Como diría Iván Rodrigo Garcia, amigo y editor del blog Lector Ludi, esto de abordar la literatura en clave freudiana y jungiana puede dejarnos extraviados en todo un berenjenal-
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