Tenía diez años cuando mi primo
Pacho me puso en contacto con el delirio en persona: una grabación en vinilo de
una obra de los Iron Butterfly que,
en la práctica, era la banda sonora de toda una generación. Supongo que ya lo sospechan: se trataba de In-a-gadda-da –vida y allí estaba
resumido todo, o al menos casi todo: las ansias de libertad, una furia latente
contra algo indefinido, el propósito de demoler el mundo edificado por los adultos
y la negativa a dejarse absorber por el
sistema… aunque a la vuelta de unos años el
sistema nos hubiera tragado sin
compasión.
En ese bosque denso de sintetizadores y guitarras eléctricas
alentaba además el anhelo aplazado de inventarse un mundo en otra parte ¿Dónde? No hagan ese tipo de preguntas,
pues en eso consiste la esencia de la utopía: en no conocer el nombre del lugar
donde acontecerá el milagro.
Fue de esa manera como empecé mi
tránsito por esa música que abreva en las fuentes más inesperadas: en las fugas
de Bach y los compases de Mozart, en los músicos rusos de finales del siglo
XIX, en las plegarias elevadas en las iglesias, en las leyendas rurales
inglesas y en las canciones de los campesinos negros marginados a orillas del
Mississippi, narradas por el genio de Mark Twain, el más políticamente
incorrecto de los escritores de su tiempo.
Pero hay todavía más: las puestas
en escena de Frank Zappa, de quien no se puede precisar si es un director de teatro, un músico del Renacimiento, un provocador político, un compositor de rock, un actor porno, un genio del humor negro y unas
cuantas cosas más.
¿Cómo olvidarse de la poesía que Paul Simon y Art Gartfunkel van
desgranando mientras atraviesan con sus botas de siete leguas las noches
desoladas de Nueva York?
Puedo seguir enumerando y me perdería en un bosque
infinito de bandas y solistas de este género que es, para mí, la música de
fondo del siglo XX con sus guerras y sus desnudeces, con sus políticos venales y sus consumidores
voraces, con sus fabricantes de
ilusiones y sus desastres en masa.
Como una legión de viejos
compinches transitan por el desfiladero
de mis insomnios. De B.B King a Deep
Purple, de Bob Dylan a Janis Joplin, de Yes
a Jethro Tull, pasando- cómo no- por
los venerables The Beatles y The Rolling Stones, cara y cruz de una
misma moneda. Ellos resumen el desconcierto de varias generaciones marcadas por unos tiempos de vértigo cuya
seña de identidad es la desmemoria y su destino final el olvido.
Hasta donde puedo recordar, la
vida no ha hecho nada distinto a darme regalos. Terribles unos, sublimes otros, pero impagables todos. Entre los segundos me prodigó la fortuna de
encontrarme con un muchacho llamado Alejandro Patiño, de quien no sé a qué
horas aprendió tanto de música, de todas las músicas que en el mundo han sido. Con él me di el
lujo de hacer un programa en un pequeño canal de televisión local, patrocinado
por la locura temporal de otro enviado del cielo: Jorge Alberto Marín. Se
llamaba Tiempo de Rock, una suerte de
tertulia audiovisual en la que indagamos por la impronta que esta música de
guitarras dolientes y versos luminosos
ha dejado en el muro de los tiempos: la economía, la
familia, la religión, la política, la
literatura, el cine y la sexualidad ¿Recuerdan “Chelsea Hotel”, esa plegaria en la que el poeta Leonard Cohen le
agradece a Janis Joplin la redención fugaz de una mamada?
Es media noche y escucho a
Lou Reed, un poeta de alcoholes y
penumbras habituado a transitar por el lado más bestia de la vida. Quizá solo Tom Waits se haya acercado un tanto
a esa manera suya de cantar desde el centro mismo de su herida abierta.
Como una premonición, con esos
dos músicos se cerró, por física quiebra
del patrocinador, el ciclo de Tiempo de
Rock. Alejandro sigue orientando su programa Rock
sin Fronteras en la Emisora Cultural de Pereira. Por mi parte, me levanto a escribir letanías como ésta, para
agradecerle a la vida y a mi primo Pacho el
don de esta música que me mantiene vivo, o mejor dicho: medio muerto a veces, pero vivo a pesar de todo.
PDT: les comparto enlace a la (obvia) banda sonora de esta entrada
"Sigue tu camino, hijo descarriado", dice una de las más memorables canciones de Kansas. Tremenda entrada, don señor, cómo no rezumar pasión con ella. Yo también creo que el rock es una suerte de género literario, una especie de romancero vulgar y sucio del siglo XX, y por eso me arriesgo a lanzar la que podría ser su Arte Poética: Logical Song, de Roger Hodgson y Supertramp.
ResponderBorrarhttps://www.youtube.com/watch?v=-vvMboQ8Epc
Cami.
Qué maravilla Camilo. Digo, eso de " romancero vulgar y sucio" resulta de veras sublime.
ResponderBorrarY sí Logical Song resume en buena medida la intención, o al menos una de las intenciones de esta entrada.
Describes tu descubrimiento de nueva música, de tu nueva música, como una experiencia purificadora. También lo fue en mi experiencia, pero ahora tengo la sensación de que los jóvenes reciben las nuevas experiencias como un ejercicio de desesperanza, de condenación. Es la época, dirán, y si, tienen razón, es la época.
ResponderBorrarUn rito de iniciación: ni más ni menos esa ha sido mi experiencia con la música, mi querido don Lalo. Nada distinto de los antiguos pueblos primitivos, que hacían de sus ritmos y coros una forma de conectarse con lo sagrado.
BorrarY si : lo grave es que así es la época.
Ya decía un amigo mayor, hace unos, que si Mozart, Beethoven, Bach y demás genios hubiesen vivido en nuestra época, con seguridad hubiesen compuesto rock y no otra cosa. Como yo estaba en pañales en esta materia (y creo que lo sigo estando) creí que mi amigo exageraba por no decir que estaba loco. Ahora que leo su exquisita entrada puedo percibir que en cierto modo él tenía razón. Desafortunadamente yo llegué muy tarde a beber de la música rockera, y no tenia ningún guía que me pusiera en el sendero o me hiciera degustar unos vinilos. Ni hablar de programas exclusivos de radio para ilustrarse un poco. Las “cosas de rockeros” siempre gozaron de mala fama en este país encerrado en su folclorismo. Menos mal que llegó el internet para subsanar el retraso de alguna manera.
ResponderBorrarBueno, como reza el dicho " Nunca es tarde para descubrimientos", apreciado José. Usted ya lo ha expresado : en esa especie de Aleph llamado Youtube puede empezar a hacer sus propios hallazgos. Al fin y al cabo, este universo del rock es infinito.
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