“¡Ah! Pero con paso imperceptible,
como el de las agujas de un
reloj,
se aleja de su rostro la belleza”.
(Shakespeare, Soneto CIV)
Vuelvo a leer la eterna cantilena
renovada cada cierto tiempo: Shakespeare no es
“en realidad” el autor de buena
parte de su obra.
Como si lo importante no fuera la obra si no el
nombre del autor. Un día de estos nos salen con que, al final, Cristopher
Marlowe, el supuesto escritor suplantado o saqueado, según otros, por el autor de Sueño de una noche de verano, tampoco escribió las obras que
se le atribuyen.
Y eso no significa mayor cosa: Lady Macbeth, El rey Lear, Otelo, Hamlet y
Julieta siguen ahí, ayudándonos
a iluminar las tinieblas del propio
corazón.
El problema “en realidad” no es
de Shakespeare, ni de Marlowe sino de
estos tiempos que glorifican el yo hasta la exasperación.
En últimas, no asistimos a un
descubrimiento: siempre estamos copiando y reciclando, sin saberlo ni quererlo,
cosas ajenas.
Cada cierto tiempo, un músico
olvidado o ambicioso entabla una demanda
contra Led Zeppelin por haberle robado, según los abogados, algunos acordes de Stairway to Heaven.
Supongo que aspira a forrarse de
dinero si gana la demanda o a obtener
alguna recompensa para su ego disminuido.
De hecho, el prurito de la "originalidad" es una de las muchas variantes de la vanidad. Escritores como William Gaddis han hecho del desmonte de esa falacia el fundamento mismo de su obra.
La cuestión es muy simple: así
como es imposible ingerir alimentos o
cualquier sustancia sin que esta pase a
formar parte del organismo- por lo demás, ese es el principio de la nutrición-
no se pueden leer libros ni escuchar músicas durante toda la vida sin acabar
replicando de manera inconsciente una frase por aquí o unos arpegios por allá,
como si fueran propios.
Y
eso no convierte a una persona en delincuente.
Por supuesto, no hablo del plagio
deliberado y malicioso de obras enteras o partes extensas de ellas.
Tampoco aludo al robo de fórmulas
científicas o tesis de grado.
Al fin y al cabo somos parte de
un sistema en el que el respeto a la
propiedad privada es clave de la convivencia
Leyendo su ensayo Investigación
sobre el significado y la verdad, encontré en Bertrand Russell uno de sus guiños de maestro del
humor negro: la única manera de probar
que Walter Scott es de verdad el autor de Ivanhoe, sería explorar todos los rincones del universo, porque en algún planetoide perdido podría estar ,
agazapado y desternillándose de la risa, el verdadero escritor del libro.
Una tarea, desde luego,
imposible.
Y Russell lo explica desde la lógica del lenguaje. Al viejo le gustaba desmontar de esa manera el precario
aparato de nuestras ilusiones.
Más adelante, plantea un suceso
que consideramos determinante en la historia de la humanidad: el asesinato
de César a manos de Bruto.
Para el cumplimiento de ese hecho
se necesitaba la coincidencia de tres agentes en el tiempo y el espacio: César,
Bruto y un puñal. Si uno de los tres hubiese llegado tarde o al lugar
equivocado, la Historia se desbarata… o al menos esa parte de la Historia. Y Russell lo dice
con esa manera suya tan simple de
explicar lo más complejo.
La cual es otra forma de
recordarnos que, a pesar de nuestras aparentes certezas y nuestras sólidas
arrogancias, como en el tango de Mores y Contursi, habitamos un mundo “más
frágil que el cristal”.
De allí nuestra desesperada
defensa del concepto de obra y autor, sustentada tanto
en la legislación como en la afirmación del propio Yo: no hemos podido
inventar una fórmula mejor para soportar
la visión del vacío que nos alberga.
Por fortuna, Shakespeare ,
Marlowe, y tantos otros, están bastante lejos en el tiempo y el espacio como
para preocuparse de esas cosas.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Solo, siempre solo y olvidado,/
ResponderBorrarcon mi espíritu amarrado/
a nuestra juventud...
Es evidente que Contursi no vuela tan alto como William S, pero en el fondo ambos están diciendo casi casi lo mismo. Al fin y al cabo, los sentimientos no tienen (todavía) copyright. Este... no habrá sido Contursi el verdadero autor de los sonetos?
Algún día voy a escribir un libro que se llame "Balas como besos".
ResponderBorrarSaludos, Cami.
Apoyo la idea, aprecidado Camilo. Así que ¡ manos a la obra!
BorrarJa: la cultura popular es la fuente de casi todo, mi querido don Lalo. De modo que... puestos a pensar.
ResponderBorrarEl asunto de la "originalidad" es cuento de nunca acabar, por tanto busqueda insensata, ya que los dramas humanos son siempre los mismos, y distintos autores ya se encargaron de escribirlos o registrarlos. Una historia siempre esta escrita basada en otras, como un continuo palimpsesto. Es inevitable que un autor- de cualquiera de las artes- beba influencias de alguna parte.
ResponderBorrarUsted lo resume todo, apreciado José : la vida entera es un cuento viejo, y de ahí se desprende lo imposible - y presuntuoso- de la " originalidad".
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