Medellín, Colombia. Años
cincuenta del siglo XX. Miles de inmigrantes llegan de todos los rincones del
país. Muchos de ellos huyen expulsados por la violencia entre liberales y
conservadores que sembró los campos de sangre y pavor. Otros arriban atraídos
por el trabajo ofrecido por la creciente industria textil que, con el edificio
Coltejer como máximo fetiche, devino símbolo y resumen de la ciudad durante
medio siglo.
Así se formaron barriadas enteras
habitadas por obreros y empleados: Manrique, Aranjuez, Antioquia, Zea,
Florencia, Pedregal y Castilla destacan entre decenas de asentamientos levantados con cemento y ladrillo a la vista.
Tres décadas después, a lo largo
de los años ochenta, los hijos y nietos de esas familias vieron cómo la promesa
se resquebrajaba. Las fábricas quebraron y lanzaron una legión de desempleados
a las calles. Sin formación académica alguna, los padres habían tenido más
oportunidades que sus hijos, muchos de ellos egresados de universidades
públicas. A modo de telón de fondo los grupos de izquierda se hicieron voz de
un malestar cuyas facetas violentas no tardarían en manifestarse.
Justo en ese momento, el
narcotráfico emergió como opción de vida y legitimidad para una amplia franja
de esa juventud que se sentía excluida.
Otros se vieron empujados a las
filas de la insurgencia y volvieron al
campo abandonado por sus antepasados. Las armas fueron de hecho su manera de
enfrentarse a la sociedad de la que se sabían marginados.
Unos cuantos- una minoría, en
realidad- echaron mano de cuanto desecho encontraron, fabricaron precarios
instrumentos musicales y se arrojaron a
las calles con sus ritmos ruidosos a decirle al mundo las razones de su
desgarradura: abuelos desplazados y despojados, padres ausentes, madres
explotadas, hermanas abusadas, pan escaso, discriminación en el aula… y allá al
fondo, una ciudad de oropel que los ignoraba.
Tal como sucedió en los
extramuros de Manchester o Nueva York, fue en esos barrios donde nació el Punk
en Medellín. Al principio, las bandas trataron de imitar a The Ramones, Sex
Pistols, The Clash y otras hordas de energúmenos furiosos con el establecimiento que se
aprestaba a pasar del estado benefactor al egoísmo despiadado de la era
de Thatcher y Reagan.
Esos muchachos no tardarían mucho
en comprender que podían contar la
historia desde la propia herida, sin necesidad de préstamos. Después de todo,
el dolor, la violencia y el abandono abundaban en esas calles empinadas desde
donde se divisaba la ciudad del poder, la ciudad de los otros.
Un rápido examen a los nombres de esas bandas nos revelan la
esencia de lo que se gestaba: Mierda, Pichurrias, Los Dementes, Semen, Pne, Tóxico Social o Relleno
Sanitario. Incluso se concedieron licencias para hacerle un guiño iracundo
al matriarcado antioqueño: Cuidado con
las begonias, era el nombre de uno
de los grupos.
Desde luego, no todos eran Punk.
En la naciente escena convergían el rock and roll, el metal, el hard rock
y el blues. Pero de esa suerte de magma
surgió un vigoroso movimiento que, a través de letras elementales y un inédito
despliegue de energía, dio cuenta de las ilusiones y la frustración de los
muchachos en una sociedad cada vez más
desigual: por definición, el punk fue desde sus comienzos un hecho político. Sus letras nos dicen cosas
como estas: “Nunca triunfé/ yo siempre
perdí/ y sin embargo sobreviví/ siempre nacido para perder/ Y hasta mi muerte ¡eh(sic) de perder!”.
A modo de bebida litúrgica esos
chicos despachaban botella tras botella de
un brebaje llamado “Tres patadas”, capaz de prodigar en pocos minutos al
oficiante y los feligreses el impagable don del olvido.
Uno de esos sacerdotes era Esteban, baterista y fundador de una banda llamada DexKoncierto. Lo conocí a finales de los ochenta en el municipio de
Bello, donde vivía en una cueva desde la que desafiaba al mundo con proclamas
que conmovían con su sencilla desnudez. Aún hoy, moviéndose entre Latinoamérica
y Europa, Esteban sigue animando la
movida punk que circula por los subterráneos con sus discos en vinilo y sus
fanzines.
De a poco se armaron parches en las esquinas,
en parques, en canchas, en lotes
abandonados. Grababan sus canciones en casetes y las echaban a rodar de mano en
mano. Así nacieron leyendas que alcanzaron algún nivel de notoriedad cuando el
director de cine Víctor Gaviria invitó a varias agrupaciones para la banda
sonora de su película Rodrigo D No
Futuro.
Un detalle: siempre y en todo lugar las mujeres han estado
presentes en la escena punk. Patricia Arenas, Yaneth Arias, Sandra, Natacha
y Constanza se contaban entre ellas.
Con estas y muchas otras cosas
está tejido el libro Mala Hierba: el
surgimiento del punk en el barrio Castilla, escrito por Carlos Alberto
David Bravo, con prólogo de Fabio Garrido, bajo el sello editorial Desadaptadoz. Entre la crónica, el poema
y el análisis sociológico las 177 páginas del libro nos conducen al corazón
roto de una ciudad que por un lado encandila con la promesa del consumo sin
límites y por el otro atiza la
frustración y la angustia entre quienes no pueden entrar a la fiesta.
A través de una cuidadosa pesquisa que les
sigue el rastro a los conciertos, las voces de los músicos, los lugares de
encuentro, las grabaciones y las
notas de prensa, el autor nos ayuda a
descifrar algunas de las claves de esta música que les sirvió a muchos jóvenes para
lanzarse de bruces y con temeridad no exenta de ternura a la sima de su
propia desazón
No sé si estos muchachos- hoy ya
no lo son tanto- hayan leído a León De Greiff. Pero nadie puede poner en duda que se bebieron hasta el fondo el zumo
de aquellos versos del poeta: “Juego mi vida/ cambio mi vida/ de todos
modos la llevo perdida”.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
When there's no future, how can there be sin?
ResponderBorrarWe're the flowers in the dustbin
We're the poison in the human machine
We're the future, your future
Cuando no hay futuro, ¿como puede haber pecado?
Somos las flores en el cubo de la basura
Somos el veneno en la máquina humana
Somos el futuro, tu futuro
(God save the Queen,
de los Sex Pistols)
Mi querido don Lalo: esos primeros versos( When there`s no future, how can there sin? podrían ser- o a lo mejor lo fueron y no nos enteramos- la piedra fundacional de algo así como una metafísica o una política de la basura.
BorrarMil gracias por la cita.
Me parece que había un grupo que se llamaba "La nueva fuerza", de muchachos zurdos de la de Antioquia. Alcanzaron a sacar algún acetato, creo, y a su vocalista le decían Flash, porque tenía una enfermedad degenerativa en la cadera y caminaba muy despacio. Uno de ellos trabajó luego con la federación de cafeteros, y viajando alguna vez para un pueblo del suroeste de Antioquia, su campero frenó muy fuerte en un recodo y una romana para pesar el grano, que iba en la parte de atrás, se le vino encima, le dio en la cabeza y lo mató. Esa, la anécdota de la Romana Killing, es desde luego de lo más punk que conozco.
ResponderBorrarCami.
Ah Carajo... ese sí que es un buen nombre para una banda de Punk, apreciado Camilo : Romana Killing. Junta de entrada la economía cafetera con el hierro de las milicias romanas. Cualquier cosa terrible puede surgir de ahí.
ResponderBorrarMaestro, leyendo el comentario de Camilo se resalta el arte de poner apodos en los barrios. El de Flash representa la ironía en ese juego cruel de motes donde el que no aguanta le va peor.
ResponderBorrarYa hay que entrarle al tema del rock, desde un trabajo historiográfico o periodístico, en Risaralda y Cartago. Ese proyecto me suena, Gustavo.
Saludos.
Aprecidado Eskimal: se necesita gran capacidad de observación para poner buenos apodos. Hay genios de eso.
ResponderBorrarY si, lo del rock en la región es un terreno a explorar. Que yo sepa, solo Alejandro Patiño ha incursionado en serio, con un trabajo titulado : "Memorias del rock local", ganador en una de las convocatorias del Ministerio de Cultura.