Todos los días se publican resultados de
estudios, sondeos, encuestas y otras yerbas sobre lo que acontece entre el cielo y la tierra.
Algunos son avalados por la autoridad de los expertos. Otros son
propagados por la capacidad de sugestión de los especuladores.
Un día sí y otro no, entre
tanta confusión de cifras, brota el
oxímoron: los colombianos somos felices deprimidos… o deprimidos felices, según
se mire el asunto.
Cada cierto tiempo- dos años en
promedio- se difunden los resultados de sondeos en donde nuestros compatriotas declaran ser las
criaturas más felices de la tierra.
Por favor, no me pregunten cómo
se mide eso. No conozco el instrumento
ni el detector que me permita
probar nuestra superioridad en materia
de dichas terrenales sobre los habitantes de- digamos- Vancouver, Pernambuco, Mendoza,
Honolulu, Berlín o Guinea Ecuatorial.
En este 2017 la Organización
Mundial de la Salud divulgó un estudio donde se muestra que los colombianos
superamos la media mundial en materia de depresión: 4.7 % en comparación con el
4.4% global.
La Asociación Siquiátrica de América Latina discrepa de esa cifra.
Según sus expertos, entre el 12 y el 19%
de nuestros nacionales está afectado por algún grado de depresión. Así las
cosas, unos siete millones de personas
transitan al borde del bajonazo, o “el perro negro”, como lo llaman los
anglosajones.
Aparte de las razones genéticas –
miles de personas reciben la depresión a
modo de legado familiar- los estudios dejan ver otros factores: desempleo,
inestabilidad económica, desencuentros afectivos, desintegración familiar,
inseguridad sexual, competencia laboral, pérdida de estatus social.
Pero ¿Esas cosas no son comunes
en mayor o menor grado al resto de la
humanidad?
Sospecho más bien que en nosotros
existe una grieta, un rayón que nos hace menos aptos para enfrentar con
tino las incertidumbres y los golpes de
la existencia.
Para empezar, somos portadores de
un sentimiento de inseguridad que nos
empuja a ser gritones y ostentosos en las victorias, al tiempo que nos mostramos
frágiles ante la menor derrota.
El mundo del deporte es pródigo
en ejemplos: comentaristas y aficionados llevan hasta la hipérbole la
exaltación de los triunfadores- “Nairoman” es solo un caso- y apalean
con saña a los perdedores.
Decenas de
jóvenes promesas se pierden por esas razones.
No contentos con eso, hicimos del
arribismo social norma de vida. Empujados por esa pulsión, todo el tiempo
sacrificamos el ser en el altar del parecer, sin importar si en esa carrera va
en juego el sentido de la vida entera.
Ustedes ya conocen el precio
de esa aventura: un paso en falso y
pasamos de la cima a la sima. O para decirlo
en el lenguaje lapidario de la
calle: un pestañeo y vamos de culos pal estanco.
En las relaciones con la pareja
no conocemos el camino del medio. El
amado es dios o villano. La mujer es santa o puta pero casi nunca compañera de viaje con yerros y
aciertos. En asuntos de amores pasamos del éxtasis al suicidio o al crimen
sin reflexión alguna que conduzca al
conocimiento del otro y del propio ser. Prisioneros de la desdicha, optamos por
la puesta en escena.
Fingimos ser felices, como esas parejas que comparten en
las redes sociales las fotografías de su última cena romántica justo cuando su
relación está hecha trizas.
Encendemos luces de bengala al
borde del abismo.
No es de sorprender entonces que
pasemos con tan inusitada rapidez de la euforia a la melancolía. De la
extroversión al ensimismamiento. En otros tiempos, cuando todavía no reinaba el
lenguaje de la corrección política, a ese estado de la mente lo llamábamos
maniacodepresión. Ahora le decimos
bipolaridad o ciclotimia.
Pero en esencia es lo mismo. O
peor, porque ahora abundan los fármacos para
disimularlo, pero escasean las alternativas para resolverlo.
Felices deprimidos. O deprimidos
felices: he ahí la cuestión.
Enredados en ese dilema,
revalidamos cada día en versión colombiana el sentido de aquél viejo proverbio:
“Dime de qué presumes y te diré qué te
hace falta”.
PDT : les comparto enlace a dos bandas sonoras de esta entrada:
Apreciado Tavo:
ResponderBorrarEn tiempos de incertidumbre solo podemos alegrarnos pensando aquella blasfema insignia que dice: "sonría ahora, todo puede empeorar después". Felicidad y tristeza, efímeros estados en las volátiles "redes sociales" en que terminaron convertidas nuestras vidas.
Un abrazo
Existe una declaración en esa misma línea, apreciado Abelgomo. Reza así:"El pesimista es un optimista bien informado". O esta otra, cantada por el gran Sabina : "Tu tranqui/ ya vendrán tiempos peores".
BorrarLa antología queda iniciada.
Acaso es ingenuo suponer que no se puede ser feliz si no se conoce la desgracia? O desdichado sin haber sido feliz aunque más no sea un instante? Que no me escuche algún discípulo de Freud, pero el equilibrio entre felicidad y desdicha me suena un poco como el eterno tironeo entre el id que reclama, el superego que juzga y el ego que media entre los dos contrincantes. Felices deprimidos, o deprimidos felices, me parece una razonable combinación.
ResponderBorrarQue así sea, mi querido don Lalo: la desdicha como fuente de felicidad y la dicha como germen de lamentaciones.
ResponderBorrarTengo una imagen de niño, jugando con mis pequeños primos. Todo era risas, gritos y abrazos, hasta que irrumpieron nuestra madres y gritaron en coro : "¡Esto va a terminar en lágrimas!".
De esa materia están hechas las canciones... Qué digo : la vida misma y con ella la literatura toda.
I guess that's why they call,'em the blues
ResponderBorrar¡Oh, my friend!. When you speak about blues I think the soul is made with pieces of broken glass.
BorrarBecause that we write or we sing or we play music...or
ahhhhhhhhhhhhh.... la felicidad es un caso particular. que alguien sea feliz ¿que prueba esto?
ResponderBorrarBueno, puestos a preguntar, si de veras existe tampoco prueba nada.
Borrarbuen tema, ¿inventaron ya el "felicidometro"?
ResponderBorrarque no me vengan con cuentos que la felicidad se cuantifica ya con encuestas; en los niños es genuina y simple, en los adultos es un variable psico-social y mucho más intrincada para hallar.
La verdad, no sé quienes hayan patentado el "felicidómetro", si los que diseñaron las encuestas o los que las responden.
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