El cagajón del Diablo. Así le decían al oro las viejas sabidurías, por su capacidad para generar discordia, violencia y podredumbre donde quiera que se emprenda su
explotación.
Lo vimos en la conquista de
Indias, en las guerras coloniales de África, en la conquista del oeste norteamericano
y , en el caso más reciente de Colombia, en la fiebre desatada por el
redescubrimiento de nuevas fuentes del mineral, alentado desde las políticas de
Estado que hablan de la locomotora de la
minería y estimulan de esa forma la
codicia de las grandes corporaciones mineras que cruzan el planeta de norte a
sur y de oriente a occidente,
arrastradas por el imán de los multibillonarios beneficios que deja su
explotación.
Para conseguirlo financian en todas partes las
campañas de candidatos a la presidencia, al congreso, a las gobernaciones, a las alcaldías, y en general a toda institución
relacionada con sus intereses. El
propósito: conseguir que los funcionarios acomoden las normas y miren
hacia otro lado cuando sus arremetidas empiezan a afectar a las comunidades y a
hacer invivible el territorio.
Nunca mejor aplicada la idea
aquella de El fin justifica los medios.
Si el oro es el cagajón del Diablo, estamos parados sobre una montaña de mierda. Desde la
subregión aurífera de Antioquia que comprende a Caucasia, El Bagre, Zaragoza y
Segovia, pasando por Marmato, Irra y Quinchía en Caldas y Risaralda, hasta
llegar a Cajamarca y Ataco en el Tolima, sin olvidar a Córdoba en el Quindío, la avanzada del oro
amenaza la tranquilidad y las formas de subsistencia de quienes han habitado y
cultivado estas tierras durante siglos.
Sí, claro. Los defensores de la
política de tierra arrasada dirán que el progreso tiene su precio.
Y es aquí donde empiezan a
desgranarse las preguntas ¿Qué entendemos por progreso? ¿El progreso de quién?
¿Se justifica el precio?
Personas como Jesús Antonio
Guevara y Edier Trejos Bermúdez piensan que son más los daños colaterales. El
primero es vocero de los acueductos rurales de Quinchía, un municipio que ve amenazadas las reservas y la calidad
del agua por la explotación minera a gran escala. El segundo es dirigente de la
organización ambiental Corporación Cívica
Quinchía Unida. A pesar de las persistentes negativas de los gobiernos
local, regional y nacional a tomarse en serio sus denuncias, los líderes están
dispuestos a defender sus derechos con
todas las herramientas que les entrega la
ley. Son conscientes de que deben luchar
contra poderes de índole global: la
Corporación AngloGold Ashanti es una transnacional con antecedentes oscuros
en Sudáfrica y con grandes aliados en
las altas esferas de la política y la economía.
Sin embargo, el cercano
precedente del municipio tolimense de
Cajamarca, donde una consulta popular
priorizó por absoluta mayoría los
intereses de la comunidad sobre los de
las empresas mineras alienta las esperanzas de que con un trabajo serio y unos criterios coherentes y unificados se pueda conseguir
que el bien público prime sobre el
privado.
El camino es largo y
culebrero. De hecho, la consulta popular
es el último paso a seguir. Primero deben adelantarse estudios técnicos por
parte de organismos medioambientales. Además, los entes territoriales como
concejos municipales, las alcaldías y gobernaciones deben revisar cómo se está
trabajando la gran minería en los territorios y pronunciarse sobre su impacto
en el medio ambiente.
Surtido ese paso deberá
procederse a una pre consulta popular y pasado ese filtro, si se cumplen todos
los requisitos, emprender la consulta definitiva. La que puede incluso revertir
las decisiones oficiales.
Eso para hablar solo de la parte
ambiental. En la otra cara del fenómeno,
son bien conocidos los efectos de la actividad minera en la economía: grandes
flujos de dinero que exacerban el consumo y el derroche sin generar procesos
productivos estables: por definición, la
minería es nómada. El primer resultado es una inflación que cabalga al lado
del debilitamiento de actividades como
la industria y la agricultura. A largo plazo, la minería acarrea desequilibrios económicos y sociales que
superan con creces los beneficios. En nuestras ciudades ya son visibles los
síntomas: multiplicación de restaurantes de lujo, concesionarias de vehículos
de alta gama, conjuntos residenciales de elevado costo, centros comerciales,
saunas, clínicas de estética. Todo eso al lado de unos indicadores de desempleo
que no bajan de los dos dígitos.
Esa parte es la que nos ocultan
los cuadros estadísticos de nuestros
tecnócratas, de entrada alineados con las corporaciones que hoy nos
asaltan amparadas en la patente de corso del libre mercado y la globalización.
De usted, de mí y de todos dependerá que no se salgan con la suya.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Alli donde aflora el oro, florecen momentáneamente otros negocios oscuros como la prostitucion, las casas de juego, la especulaciòn inmobiliaria, etc. Todo lo que reluce es solo un engañoso espejismo de prosperidad. Luego mas rapido que tarde el negocio se agota y deja imborrables desastres como los ambientales(solo hay que pensar en la cantidad de rios contaminados por mercurio). La codicia humana no tiene limites. (mil disculpas por haberme descolgado del mundo virtual en estas semanas, prometo actualizarme con sus necesarias reflexiones. Un abrazo).
ResponderBorrar¡Hombre, José". Sea usted bienvenido. Se le extrañaba. Cuanto me alegra volver a tenerlo por estos pagos. Siempre resulta saludable un periodo de desintoxicación de este adictivo universo virtual.
ResponderBorrarLeyendo el libro Historia de Pereira escrito por Walter Benavides Antía, acabo de enterarme de que el vocablo Antiochia, podría significar "Montaña de oro", lo caul vendría a explicar buena parte de nuestros desastres.
Por razones familiares estoy siguiendo con interés la historia de Australia. Hace unos meses estuve en Ballarat, uno de los centros de la fiebre del oro australiana en el siglo 19, que fue de las más gordas. En un solo año, 1852, llegaron más inmigrantes para buscar oro que la suma total de los convictos enviados por Londres en las siete décadas anteriores, casi 400.000. La influencia fue enorme, pero como me dijeron en el museo del oro de Ballarat, lo importante fue la transición del oro a una economía diversificada. Ballarat lo consiguió y hoy es una ciudad próspera, como también lo es Australia, por cierto.
ResponderBorrar"Lo importante fue la transición del oro a una economía diversificada". Me pondré a estudiar el caso, mi querido don Lalo, a ver si me da luces. Porque en lo concerniente a Colombia, la transición se da, pero al seno de una economía corrompida y especulativa.
ResponderBorrar“La vista de este tesoro servirá de estímulo para los ánimos abatidos de los tenedores de acciones en diferentes compañías mineras formadas en México, Colombia y Perú. Con paciencia, perseverancia y cuantioso capital, algunas de estas especulaciones tal vez resulten provechosas. Pero sospecho que muchos de los anuncios de minas indicados como pertenecientes a compañías mineras existen únicamente en la imaginación de quienes los han inventado. La gente europea se forma las ideas más extravagantes acerca de los tesoros de Sur América, probablemente a causa de la lectura de libros que relatan los tesoros de las galeras españolas que acostumbraban a llegar a Cádiz” John Potter Hamilton en 1824.
ResponderBorrarSaludos, Cami.
Ah, carajo. Si nos atenemos a John Potter Hamilton y sus epígonos, toda esta urdimbre de corruptelas y despojos es apenas una faceta del "realismo mágico", otra etiqueta inventada por europeos para uso de los latinoamericanos.
ResponderBorrarMil gracias, Camilo.