Diana Pérez Fotografía: Hans Lamprea
Salvo el inesperado final, la de Leoncio Pérez es
la historia de miles de campesinos colombianos.
Poseedor de una pequeña parcela
en el departamento del Quindío, el hombre se endeudó con los bancos con el
propósito de conseguir el capital para la siembra de mora y lulo.
Pero las cosas no salieron como
Leoncio lo esperaba: la cosecha se perdió, el banco no renovó el crédito y el
hombre se lanzó a las calles a la desesperada.
Se trataba de pagar las deudas o
perder la tierra.
En esas estaba cuando conoció
personas que se enteraron de su
situación, el chisme se regó y no tardaron en aparecer los redentores. Gente
que ofrecía fórmulas expeditas para sortear la encrucijada.
Y entonces Leoncio emprendió viaje hacia Leticia,
capital del Amazonas colombiano. Desde allí lo había contactado un posible
comprador para su finca.
O al menos, eso les dijo a su
mujer y a su hija Diana cuando salió de
casa un día de febrero de 2013.
No existían razones para no creerle: era uno de
esos hombres firmes y francos que parecen
amasados con la misma tierra que cultivan.
Desde ese día pasaron dos semanas sin saber de él: como a uno de los personajes de La
Vorágine, la novela de José Eustasio Rivera, parecía habérselo tragado la
selva.
Hasta que, dos semanas después, Diana recibió la
llamada.
-“Señora Diana, le habla el cónsul de Colombia en Shanghai. Debo
comunicarle que su padre se encuentra detenido en China. Le encontraron 1200 gramos de cocaína en el equipaje. Es importante que lo sepa: las leyes en este
país son bastante drásticas. El castigo podría ser incluso la pena de muerte. Quedo a su entera disposición”.
Cuatro años después, Diana
recuerda que fue como un mazazo en la cabeza.
“¿Shanghai? ¿Cocaína? ¿Pena de
muerte? ¡Pero sí mi padre a duras penas había salido del Quindio!”
“Durante un buen rato creí que era una broma o una de esas tretas utilizadas por los delincuentes
para extorsionar incautos”, les dijo a los periodistas de Ecos 1360 radio
durante una entrevista el viernes 10 de
marzo de 2017.
Ahora su padre lleva cuatro
años detenido en una cárcel ubicada a 15000 kilómetros de
casa y Diana, motivada por su propio
drama, decidió ocuparse del de los demás y por eso creó una organización para
ayudar a los colombianos prisioneros en China, buena parte de ellos provenientes del Eje Cafetero .
Esto último no es casual. La zona
es el centro de acción de poderosos
carteles de la droga, a los que las
autoridades llaman de “microtráfico”,
como si el eufemismo minimizara la
magnitud del problema. Según organizaciones como la Fundación Esperanza, en la región también se concentran las redes de trata de personas.
El mecanismo es simple: las
mafias controlan circuitos que les permiten ubicar a personas con dificultades económicas y se presentan como
salvadores dispuestos a prestarles plata. Cuando las deudas se hacen impagables
se quitan la máscara y ponen a la gente contra la pared: o usted hace lo que le
decimos o acabamos con su familia.
Por esa ruta se tejió el destino de ciento setenta colombianos que aguardan su
sentencia en China. En algunos casos esas condenas pueden contemplar la pena de muerte.
Son personas como Leoncio,
enfermo de la próstata y con tres
hernias en la columna vertebral. Desconocedor del mandarín, solo atina a
comunicarse por señas para pedir analgésicos, porque los otros medicamentos
debe pagarlos de su propio bolsillo lo que, dadas las circunstancias, resulta
imposible.
“Por eso, porque son muchas las personas que padecen como mi padre y muchas las familias en circunstancias parecidas a la
mía, me empeñé en crear la Asociación de Familias Colombianas Unidas, vocera y defensora de los colombianos presos en China. Miren, si
a mí que tengo una formación profesional y he logrado hacer contactos se me dificultan las
cosas, a personas de origen humilde con dificultades de
comunicación a veces no le queda salida
distinta al llanto. Imagínense que una
llamada de nuestros familiares no puede durar más de seis minutos, que solo alcanzan para saludar y nada más. Si a eso le sumamos la
poca o nula colaboración del gobierno colombiano, para no hablar de las
autoridades locales o departamentales, tenemos un panorama en el que se
necesita mucho coraje si uno no quiere doblegarse en la impotencia”
Y coraje es lo que ha sobrado
hasta ahora a Diana Pérez. Hija única y economista de profesión, se las arregla
para distribuir el tiempo y las fuerzas entre su condición de hija, esposa,
gerente de una empresa comercial de la región y ahora líder de la organización
que lucha por los derechos de los colombianos prisioneros en China.
“Cuando me pongo a pensar en la
lejanía, en el desconocimiento del idioma, en la extrañeza de la cultura y el hacinamiento de todas esas personas como
mi padre me digo que la vida sigue, y por eso emprendo la lucha. Imagino a mi padre encerrado en un una
celda de seis metros de largo por tres
de ancho con doce personas más, la mayoría de de otras nacionalidades,
incluidas las de algunos paises africanos , sin poder
comunicarse con ellas. Esa imagen me da fuerzas para seguir luchando por su
repatriación, a pesar de la insolidaridad de las autoridades, a las que ni el
caso reciente de Ismael Enrique Arciniegas, ejecutado hace unas
semanas, ha movido a buscar otras alternativas”.
Paradojas terribles tiene la
vida. Como que la única esperanza de repatriación para estos colombianos sería
el diagnóstico de una enfermedad terminal. De esa clase de retorcida esperanza
se alimentan las familias de ciento setenta connacionales que un día salieron
de su tierra con un par de trajes en
la valija, un puñado de ilusiones, un pasaporte sin estrenar
y unos cuantos gramos de droga que al final les abrieron de par en par las
puertas del infierno.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Un respetuoso saludo a Leoncio y a todas las otras víctimas de este cruel tráfico.
ResponderBorrarCon seguridad, algunos ya han tomado nota de su sincero saludo, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarEl tráfico de personas en nuestra región no es nuevo, hay verdaderas mafias dedicadas a ello y ni a las autoridades ni a nadie pareciera importarle este terrible comercio de seres humanos...
ResponderBorrarEso es lo grave, señor Pablo: que el horror se nos volvió rutina.
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