El santo de esta historia cayó a la tierra en medio de una nube de peces que salían de una nave envuelta en llamas.
De ese modo se entronizó en los
altares que sus fieles devotos labraron para él entre el sur del Río Grande y
Buenos Aires, dando un rodeo por
la España de Franco y su legión de damas enlutadas.
A sus ochenta y tres años, tres
matrimonios, siete mozas, catorce hijos y otras proezas, don Eliécer
Suárez, natural de Ebéjico, Antioquia,
para servir a usted, es el sumo
sacerdote de la cofradía en Pereira. Y acaso el último, porque de lejos es el
más vital de los feligreses que se han congregado en su casa del barrio Alfonso
López el 15 de abril de 2017, Sábado Santo en la liturgia católica.
Los objetos de culto están desplegados sobre una mesa de madera antigua
ubicada en el patio de la casa:
películas en blanco y negro, recortes de prensa, varias botellas de vino y muchos discos en vinilo que traen desde el otro mundo la voz
del motivo de sus desvelos.
Uno a uno, y por distintos caminos, han llegado Oralia, de ochenta
años; Bertina, de ochenta y dos; Obed,
de setenta y ocho; Gabriel, de setenta y
cinco; Carlina, de ochenta y tres; Jacinto, de ochenta y cinco; Doralba, de
ochenta y Chucho, de ochenta y siete.
Como vienen haciéndolo desde que se pensionaron, los peregrinos llegan a
la casa de Eliécer a las dos de la tarde
y luego de hacerle una reverencia al anfitrión, ocupan la misma silla de
siempre. Solo les falta santiguarse para que el rito alcance la cima de la
religiosidad.
Todos tienen razones de sobra
para acudir a la cita: un 15
de abril de 1957, Pedro Infante,
el puro macho, el novio de América, el ídolo
de los pobres, el que nunca
cambió las tortillas por pan ni el tequila por whisky, volaba a bordo de
un vetusto bombardero de la Segunda
Guerra Mundial convertido en carguero de pescado.
Se acercaban a su destino en
Mérida luego de una travesía sin contratiempos.
Y entonces el aparato
se vino al suelo. Con el cantante murieron también el piloto, el
mecánico y una muchacha que estaba
tendiendo la ropa en el patio de
su casa.
Caer a tierra en medio de una
multitud de peces: como si le faltara algún detalle al mito que empezaba a nacer.
Don Eliécer, con una voz que intenta abrirse
paso entre el estropicio dejado por
setenta años de tabaco y aguardiente, da inicio a la homilía:
Todos los aquí presentes nos enamoramos, nos casamos, nos
descasamos, engendramos hijos, rompimos
corazones, nos rompieron el propio, enterramos a los padres, a las esposas, a
los esposos y a los amigos al ritmo de las canciones de Pedro Infante. Muchas personas nos preguntan por qué mantener esta
tontería durante tantos años. Yo callo, porque creo que no entienden: basta con
ver películas como Dos tipos de cuidado,
Nosotros los pobres, Ustedes los ricos o escuchar con atención las canciones
para darse cuenta de que Pedro era
distinto a otros grandes de la época y posteriores a él: ni Jorge Negrete,
ni José Alfredo Jiménez ni Javier Solís
supieron ser fieles al pueblo, al barrio, al amigo de la esquina. No sé, a
medida que se vuelve famosa la gente toma distancia: cambian, aunque hacen lo
posible para que no se les note, pero este hombre era otra cosa. Por eso
estamos aquí.
Y yo, que nací tres años después de la muerte de Pedro el Grande, estoy aquí por otras razones:
Mientras lavaba la ropa de sus
diecisiete hijos, Mi abuela Ana María
cantaba en un murmullo: Allá en el rancho
grande/ allá donde viviaaaaaaa/ vivía
una rancherita/ que alegre me decía /que alegre me decía.
Por su lado, cuando plantaba el maíz y el fríjol en su finca de El tigre, el abuelo Martiniano hacía vibrar el aire con su
mejor voz de arriar mulas: Siento que no
soy el de antes/ y a veces mi vida
desprecio yo mismo/ siento que estoy en las nubes/ y a pesar de todo recuerdo el abismo.
Y si no bastaba con eso, mi mamá Amelia enhebraba la aguja y le
daba pedal a su máquina Singer al tiempo
que cantaba- a veces entre sollozos- : Yo quiero ser/un solo ser/y estar contigo/te
quiero ver en el querer/ para soñar.
Con esos tres recuerdos pagué la
entrada a la casa de don Eliécer Suárez
el sábado 15 de abril de 2017, y
de paso recuperé esos momentos quizá
esenciales de mi infancia.
El demiurgo y razón de ser de la
ceremonia era ese mexicano adoptado por
toda Hispanoamérica, nacido en Mazatlán, Sinaloa, el 18 de noviembre de 1917
y caído- ya que no muerto- en
tierra de Mérida en medio de una lluvia de peces el 15 de abril de 1957.
Así son las historias de algunos
santos paganos: caen a tierra en lugar
de subir al cielo. Por eso echan raíces y tardan más en sumirse en el olvido.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Les comparto este aporte de un amigo que prefiere ser anónimo:
ResponderBorrar" Medellín, jueves 4 de mayo 2017
Dear Martiniano
Ahora recuerdo. Ese 15 de abril fue como un sábado santo, las emisoras entraron en duelo y sólo se escuchaban canciones de Pedro Infante y detalles de aquel "nefasto accidente".
Casi un mes después, cayó Rojas Pinilla. No recuerdo cual de los dos sucesos fue más sentido. Creo que el primero.
En fin, no creo que alcance para pagar mi entrada, pero, también me tocó.
Salud y alegría"
Emotivo homenaje al, bien dicho, Pedro el Grande. Ah, la cantidad de veces que habré visto de niño sus peliculas, junto a las de Cantinflas. Por eso ya no las he vuelto a revisionar para no estropear tan entrañables recuerdos. Como no soy afecto a las rancheras, sin embargo me quedo con que su voz sonaba natural y genuina , muy distinto a la legión de imitadores que llegaron despues. El destino aciago se ceba, definitivamente, con los grandes (no sabia que habia perecido en accidente aereo), sumándose a Gardel, Ritchie Valens y la prodigiosa banda Lynyrd Skynyrd, entre otros infortunados casos.
ResponderBorrarCaen del cielo, apreciado José. Digo,esa clase de santos. su destino es terrestre, aunque se valgan de medios aéreos para alcanzarlo.
ResponderBorrarAh... y una sana medida eso no ceder a las tentaciones de la nostalgia, esa suerte de enfermedad del espíritu que siempre conduce al desencanto.