Los muchachos, llamados Daniela y Julián, convocaron a una
charla en uno de los salones del Hotel
Soratama de Pereira el sábado 15 de
abril.
El propósito: hablar sobre
el creciente universo del mercadeo a
través de las redes sociales y las oportunidades de emplearse y ganar mucho dinero en las
tiendas virtuales.
Hasta ahí sin novedad en el
frente. Ya sabemos que todas las actividades del mundo
material tienen su correspondencia en el planeta virtual: el sexo, la
política, los deportes, la religión, la rumba y, desde luego, los negocios.
Lo singular del asunto estaba en
el discurso. Una suerte de declaración de principios en la que se hizo énfasis
en la inutilidad de la educación frente
a las posibilidades de volverse rico
haciendo negocios en la red.
“Fíjense nada más en nuestros
padres y abuelos: se mataron trabajando, para acabar sobreviviendo de una mísera pensión”. Sentenció uno de
los expositores ante un auditorio que respondió con gestos de aprobación. “En cambio yo dejé de trabajar por el
salario mínimo y ahora me gano cuatro veces más que cualquier profesional.
Pasarse cinco años en una universidad para salir a ganarse dos pesos no es
negocio”, concluyó el hombre, no mayor de veinticinco años.
Igual que los mafiosos, pensé. Su
código ético al revés insiste en que no vale la pena trabajar y esforzarse, si
coronando un negocio alguien puede forrarse en dinero para el resto de la vida.
Por supuesto, lo que estos chicos
proponen no es ilegal, si uno hace un análisis a simple vista, sin explorar
en las profundidades. Pero en esencia se trata de la misma tentación del
vértigo, del todo aquí y ahora, con el mínimo esfuerzo y haciendo todo lo
posible por eludir los obstáculos del camino.
Pero la vida es mucho más que un
negocio.
Porque no solo se va a las aulas a cumplir con un
currículo a cambio de un diploma que nos
permita competir en el mercado. Esa es
apenas una pequeña parte del asunto, o al menos debería serlo. En la
escuela, el colegio o la universidad aprendemos a reconocer y valorar a otros
seres humanos. Allí recibimos las
primeras claves de la convivencia. Como si fuera poco, los libros nos abren
ventanas al mundo y a través de ellos nos volvemos diestros en pensar y argumentar. Adquirimos autonomía,
disciplina, rigor.
Por esa vía nos hacemos más humanos.
Por esa vía nos hacemos más humanos.
Estamos entonces ante
la negación de todo un sistema de valores gestado y mediado por seres
humanos para remplazarlo por un modelo en el que solo valen el dinero y la
mercancía. El concepto de prójimo, de
ser, de sentido, se desvanece ante los
embates de una cosmovisión instrumental: el próximo, el vecino, el semejante, se esfuman para ser suplantados por el cliente:
el que compra.
Se trata, ni más ni menos, que
del desmoronamiento de las bases que nos han permitido sortear los escollos de
la vida individual y colectiva.
Porque el vértigo es enemigo
mortal de la paciencia y de la persistencia, esas dos virtudes que nos permiten
hacer las empresas grandes y pequeñas, independiente de su naturaleza. Es más,
son esas virtudes las que nos permiten interiorizar el poder aleccionador de los fracasos.
Eso lo saben muy bien los padres y abuelos de
estos muchachos. No cabe duda de que sobreviven- y algunos malviven- con
modestas pensiones, pero a lo mejor han
llevado una existencia más plena, más llena de matices, forjada en la lucha sin
cuartel por hacerse a un lugar en el mundo. Para muchos de ellos comprar y vender son apenas una manera
de ganarse la vida.
No el sentido de la vida.
PDT. Les enlace a la banda sonora de esta entrada.
Usted lo dice bien, el mundo se ha vuelto tan vertiginoso que ya casi nadie quiere romperse el lomo para progresar de a poco. Urge ser prospero lo más pronto posible, sin importar casi nada la manera de obtenerlo. Eso de ganarse la vida es un concepto prácticamente obsoleto, hasta tiene su significado peyorativo para muchos. La dignidad no se come, dirán algunos cínicos.
ResponderBorrarGanarse la vida. " Ahí está el detalle", diría el filósofo Cantinflas, apreciado José. La vida como ejercicio diario de la imaaginación, como construcción constante. Eso es lo que vamos perdiendo mientras " Todo lo sólido se desvanece en aire", según la certera frase de Marx.
ResponderBorrarPara refutar a los cínicos podriamos remitirnos a la contundente respuesta del coronel ante la insistencia de su mujer al final de El coronel no tiene quien le escriba:
- y mientras tanto qué comemos?
- Mierda.
A veces el afán por huir del desencanto no nos permite tener una buena lectura del entorno. Lo digo por los de mi generación y las más recientes, maestro. Es claro que el trabajo como concepto o categoría o descripción ha cambiado, y que ello refleja otras inquietudes entre los jóvenes alrededor de temas como el salario, la educación, la pensión, las líneas jerárquicas, el éxito, la familia, la economía. Sin embargo, esas perspectivas recientes no pueden resumirse en recetas para evadir el fracaso. El miedo y los errores son parte de la vida, y sólo los encontramos cuando somos conscientes de que este presente no está desligado de presentes pasados. También debemos reconocer que somos complejos, y que la tentación del vértigo es una especie escape de la toma de decisiones reflexionadas.
ResponderBorrarPor ahí va la cosa, apreciado Eskimal: no se trata de negar el ineludible- y enriquecedor - cambio de los tiempos, sino de reflexionar la manera de asumirlos.
ResponderBorrarSi nos sumergimos en el vértigo renunciamos al conocimiento que otorga la experiencia. Y esta no consiste en otra cosa que en recoger, en su debido momento, los frutos del tiempo.