Sopa criolla
Empanadas argentinas
Empanadas chilenas
Crema de camarones
Vino tinto
Café
Sopa Carolina
Pastel de papaya
Milanesa
Churrasco
Fríjoles
Panaliñado
Pandanés
Pande2.800
La carta de un buen restaurante
es lo más parecido a una convención de invitados de todo el mundo cuyo centro
de actividades es la cocina.
Allí se reúnen los productos de
la sierra y del llano, del mar y del río, para emprender una silenciosa
discusión de la que no pocas veces salen maravillas para el paladar.
Y también están, claro, los
anfitriones de la convención. En este caso son los cocineros, panaderos,
pasteleros, meseros y mensajeros consagrados a velar por que a los invitados no
les falte nada.
Al frente de esos intérpretes
están el dueño y el administrador.
Con todos esos ingredientes está
cocinado el libro La vida pasa en Versalles,
escrito por el periodista y profesor universitario Guillermo Zuluaga Ceballos y
editado por Sílaba Editores en 2017.
Este Versalles no es el de los
jardines que vieron pasear la soberbia y la decadencia de los Luises que
gobernaron a Francia hasta el siglo XIX.
Pero algo tiene de eso, porque sus mesas han sido ocupadas,
década tras década, por figurones de la vida pública regional, nacional y hasta
internacional.
Por aquí pasaron mitos del fútbol
como José Manuel “Charro”, Moreno, Raúl Navarro, Oswaldo Juan Zubeldía y Omar
Orestes Corbatta.
Desde sus salones emitieron sus programas
periodistas deportivos tan reconocidos como Wbeimar Muñoz Ceballos y Julio
Arrastía Bricca.
Se trata del restaurante y salón
social fundado al despuntar los años sesenta del siglo anterior por el
argentino Leonardo Nieto Jardón, uno de los tantos que llegaron seducidos por
el mito de Gardel y se quedaron para siempre en Medellín, una suerte de
santuario para futbolistas en trance de retiro y cantores de tango que un día
llegaron a cantar en los grilles y ya no encontraron el camino de regreso hacia el Río de La Plata.
Ubicado en la carrera Junín, una
arteria por la que circula buena parte de la vida de la ciudad, Versalles se convirtió con el paso de los años en punto
de encuentro, lugar de celebración, sitio de meditación y centro de negocios para sucesivas
generaciones de habitantes y visitantes de la ciudad.
Es uno de esos lugares donde la gente se sienta a
arreglar el mundo animada por un café amargo o una botella de vino.
Sin estos sitios
aquí y en cualquier lugar del mundo la vida sería muy triste.
Por eso don Leo se dedicó un día a forjar Versalles con el ahínco del
peregrino que levanta una ermita en medio de un erial.
La gente le respondió, lo hizo suyo y gran parte de la vida de Medellín empezó a
latir a su alrededor.
Apoyándose en un amplio abanico
de fuentes, empezando por el de los empleados y clientes del lugar, Guillermo
Zuluaga Ceballos recupera a lo largo de ciento cincuenta y siete páginas
fragmentos perdidos de la historia de la ciudad, entrelazados con las vidas
anónimas de parroquianos que en los días
de la dicha o el infortunio encontraron siempre en el restaurante un lugar para
llorar o festejar.
Valiéndose de las mejores
técnicas de la crónica, el autor nos
invita a un paseo de ida y regreso que va de los secretos de cocina a
los avatares de la vida en un territorio asaltado no pocas veces por los
horrores de la guerra.
En medio de todo ese tejido se
desenvuelve la vida de Don Leo, el
fundador, amante de los caballos
como buen argentino de su generación, que un día volvió a Buenos Aires y lo encontró tan cambiado que
decidió quedarse para siempre en
Medellín. En su finca de La Estrella, un municipio vecino, se consagra al cuidado de Camilo, uno de sus caballos, y de Faraona, una yegua preñada.
En esas anda Don Leo, evocando viejas glorias del fútbol y
recordando los esfuerzos que hizo para traer a Medellín a dos de sus escritores
amados: Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato.
De eso y mucho más nos da cuenta
Guillermo Zuluaga Ceballos en su libro.
Un texto que además tiene otra
cosa en común con la filosofía de Versalles, resumida en esta frase: Un negocio tiene que ofrecer una razón para
volver.
Y un buen libro también.
PDT . Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Esa antojable colección de anécdotas, historias y secretos que usted reseña a modo de aperitivo, me provoca dolorosos revoltijos de estómago vacio (menos mal que ya me hice con el volumen digital del Tratado de culinaria...de Abad Faciolince).
ResponderBorrarAh, y a su menú de cabecera sugiero añadir "salteñas bolivianas" para alimentar la intriga.
Usted, que escribe tan bien sobre gastronomía, debe conocer sitios de esos en Bolivia. Lugares donde los manteles son el pretexto para emprender un viaje a la memoria individual y colectiva, apreciado José.
ResponderBorrarOjalá los hubiese, estimado amigo, sitios asi más bien escasean, quizas hay algunos en La Paz, por lo que he leido. Francamente no conozco ningun restaurante que destaque por su historia y otros sucesos para ser contados. Los lugares donde se cocinan buenas historias e interesantes relatos se dan en el entorno intimo, familiar y de amigos. Fuera de eso, los bolivianos somos más de salir a comer a las interminables ferias populares,donde prima la abundancia en desmedro de la calidad. De hecho, apenas existen libros o tratados sobre gastronomia, salvo los infaltables recetarios de cocina.
BorrarLa mejor definición de tango es la de Discepolo, “un pensamiento triste que se baila”. Cambiemos “baila” por cualquier otra actividad en la que participan juntos hombres y mujeres, y tendremos el puente entre los cancioneros de muchos paises. Siempre he encontrado un paralelo entre la rica venida a menos de Like a Rolling Stone y la puta más ordinaria de Yira Yira. Juzga tú:
ResponderBorrarAfter he took from you everything he could steal
How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone...
Y después:
Cuando estén secas las pilas
De todos los timbres que vos apretas,
Buscando un pecho fraterno
Para morir abrazao.
Cuando te dejen tirao,
Después de cinchar,
Lo mismo que a mí.
Cuando manyes que a tu lado
Se prueban la ropa
Que vas a dejar...
El fango es fango aquí y donde lo pongan, mi querido don Lalo. Ricos o pobres todos tenemos que chapotear en él en busca de una rama para asirnos.
BorrarEstán igual de jodidos los protagonistas de Yira Yira y de Like a Rollin Stone.
De ahí la furia sorda que circula por las entrañas de esas canciones-poemas.
De paso, seguro que sabes el origen del título, Yira, Yira...
ResponderBorrarTengo entendido que viene de girare, de dar vueltas sin sentido, de callejear sin rumbo ni propósito, mi querido don Lalo.
BorrarLo mismo que chapotear en el fango.
Eco, la puttana fa il giro... En lunfardo, yira es (o era) sinónimo de puta.
BorrarQue Freud me perdone... no sé por qué me largué con el tema del tango, en vez del que propones. Tal vez haya un hilo entre tu tierra y la mía con el triste signo del tango.
ResponderBorrarNo es solo un hilo, mi querido don Lalo: es todo un tejido el que nos une- y nos ata- alrededor del tango.
BorrarLa raíz de todo- supongo- está en desarraigo. No por casualidad en Colombia el tango encontró un lugar en el corazón de colonizadores de tierras baldías que lo habían dejado atrás.
No por casualidad, el cantor emblemático de estas tierras es un hombre que adoptó el seudónimo de "El Caballero Gaucho".
Aquí le comparto enlace a una de sus canciones.
https://www.youtube.com/watch?v=Flp8f6GtsK4