El asunto fue así: caminaba con
mi amigo Alfredo por una calle céntrica
una de esas apacibles tardes decembrinas en las que los afanes del mundo
entran en suspensión.
Al cruzar la esquina aconteció el
milagro: ante nosotros pasó una de esas
bellezas terrenales capaces de llevar al más sensato de los varones hacia el
despeñadero.
¡Mira que belleza de vieja! Le dije, mientras nuestros ojos se
deslizaban por un abismo que nacía en el escote de una blusa amarilla y se
remontaba milenios atrás, hacia los conocidos meandros instintivos de la
especie.
“Cuidado,
hermano. Solo por esa frase te pueden
acusar de acoso sexual”, me
reconvino Alfredo, ya repuesto de la impresión.
No es posible, repliqué, que de una mujer que está buena no se
pueda decir que lo está.
“Pues mucho cuidado” insistió
el hombre, con una vehemencia que me provocó alarma.
Al fin y al cabo la admonición
salía de los labios de un viejo zorro en las lides de la seducción.
Además, en mis tiempos de cazador
furtivo era moneda corriente entre los hombres
hacerle sentir al objeto del deseo que estaba en su esfera de intereses.
O viceversa: Las mujeres también lo hacían.
Cambio de luces, se llama el
truco.
Que yo recuerde, ninguna dama
entraba en crisis por eso. Algunas se sentían halagadas. Otras se sonrojaban,
lo que en sí mismo representaba una buena señal.
Unas cuantas se indignaban y
mandaban al cortejante al carajo, pero eso formaba parte de del viejo y conocido juego de la seducción.
Tan viejo, que si nos atenemos a las crónicas del Antiguo Testamento, en el
Paraíso terrenal lo practicaron
con deleite el padre Adán y una diablesa llamada Lilith.
Pero volvamos a estos tiempos
ubicados tan lejos del paraíso.
Sucede que no estoy en redes
sociales, no veo televisión y solo
escucho noticias una vez al día, por
si en una de esas nos toca
mudarnos de planeta.
Por eso me entero tarde de los
escándalos que, como una droga letal, cruzan la tierra en todas las
direcciones y convierten en adictos
a casi todos sus habitantes.
Un par de semanas atrás mi amiga Martha Alzate me puso al día: lo del
llamado acoso sexual se convirtió en una
cruzada que amenaza incluso con exhumar al mismísimo Giacomo Casanova para que pague por sus crímenes. Nada graves en
realidad: al hombre se le acusó de seducir a unas cuantas decenas de damas,
señoras, señoritas y religiosas gozosas de entrar en el juego.
El mismo juego al que hemos sido proclives los
mortales desde que tenemos memoria.
Es más: es el juego que garantiza nuestra supervivencia
como especie, si lo vemos con talante práctico.
Todos los seres vivos están
familiarizados con él: las aves despliegan su plumaje, algunos mamíferos secretan almizcle y las
flores exhiben lo mejor de su colorido para atraer a los insectos.
Las reglas son simples: “Unos proponen y otros disponen” según
reza una antigua frase moralista, acuñada para prevenir a las muchachas
casaderas sobre los peligros que corrían si atendían a las asechanzas del lobo
al cruzar el bosque.
Se trata pues de un principio de
acuerdo.
Pero hay algo más: se supone que en los años
sesenta del siglo anterior hubo una revolución sexual que nos liberó de muchas
prendas y de paso nos despojó de bastantes taras.
A juzgar por lo que cuentan, todo
eso resultó ilusión.
Tanto, que al escritor Antonio Caballero lo lincharon en
las redes sociales por ponerle humor negro al asunto. El mismo humor que es la
esencia de su estilo. La cosa adquirió
tal cariz que el columnista salió a explicar lo obvio: en cualquiera de
los casos el llamado acoso sexual es mucho menos grave que un genocidio.
Y, sin embargo, esta última
tragedia no desata indignación en las redes sociales ni marchas de protesta por
el destino de las víctimas.
¿Cómo se explica eso?
Bueno, son varias las
circunstancias que convergen.
La primera de ellas se deriva del lenguaje
hipócrita de la corrección política, que se niega a llamar las cosas por el
nombre para no ofender a nadie y, de paso, tranquilizar la conciencia.
La segunda pasa por la recurrente apelación a la condición de víctima, con el propósito de eludir las consecuencias
derivadas de las propias decisiones.
Y
la tercera pero no menos importante: el papel de las redes sociales como tierra de nadie
donde todo el mundo le da rienda suelta
a sus histerias, sin fijarse en gastar
argumentos, por elementales que estos puedan ser.
De modo que si vamos hablar de
acoso sexual tendremos que definir qué es acoso y qué es sexo.
Para empezar, entre el sexo y el
poder existe un viejo contubernio al que se le puede seguir la pista en la
tradición oral y escrita de todas las culturas. Al constituir en sí mismo un
poder el sexo deviene protagonista de
un intercambio en el que suele
haber daños colaterales de ambos lados,
como bien lo atestiguan los cancioneros en todos los idiomas.
No por casualidad una actriz tan
brillante como Catherine Deneuve, un símbolo del cine durante la segunda mitad del siglo XX,
suscribió una declaración pública en la que advierte sobre los riesgos de la cacería de
brujas desatada por las denuncias de
actrices exitosas sobre los supuestos acosos a los que fueron sometidas décadas atrás y solo los
denunciaron ahora.
Mejor dicho: cuando le sacaron provecho ni era acoso ni fueron víctimas.
Es bien sabido que en la
industria del espectáculo muchas mujeres
utilizan sus atributos sexuales para abrirse camino en un mundo casi siempre
dominado por hombres.
Lo mismo sucede en otros campos
de la vida económica y social: en las
empresas, en la academia y en la iglesia la oferta sexual suele funcionar como
moneda de uso a la hora de las promociones y los ascensos.
Y eso es más frecuente de lo que
los censores están dispuestos a aceptar.
Estamos entonces frente a un
complejo entramado.
¿En qué momento una persona se
convierte en víctima? Quién define la frontera entre seducción y acoso? ¿De qué
claves- diferentes del moralismo y la
paranoia- se sirven los inquisidores?.
Por supuesto, no hablo aquí del
abuso sexual, que es un delito grave y no admite indulgencia.
Tampoco del abierto chantaje
ejercido por quien detenta el poder.
Pero a esta altura del camino
sería saludable eludir el escándalo y
centrar la discusión en las prácticas y
roles creados por hombres y mujeres
para acceder al disfrute de su
sexualidad a través de los tiempos.
No todas son víctimas y no todos
son acosadores. Por el camino del medio fluyen viejas pulsiones que gravitan
entre lo animal y lo cultural. Entre los instintos y las convenciones.
Propongo entonces que dejemos la histeria y empecemos a razonar.
A ver si podemos volver a seducirnos sin miedo a ser arrojados a la hoguera.
Comparto enlace a Ecos 1360 Radio con programa sobre el mismo asunto:
http://www.ecos1360.com/juntos-pero-no-revueltos/acoso-sexual-entre-la-realidad-y-el-mito/
Comparto enlace a Ecos 1360 Radio con programa sobre el mismo asunto:
http://www.ecos1360.com/juntos-pero-no-revueltos/acoso-sexual-entre-la-realidad-y-el-mito/
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Cómo han cambiado los tiempos, antes en Hollywood la cacería de brujas se desató por cualquier sospecha de simpatizar con el comunismo. Hoy los nuevos inquisidores con los feministas a la cabeza, están acusando a actores y productores como si todos fueran unos sátiros desatados. Resulta curioso que muchas de las supuestas agredidas recién se ponen a denunciar en masa, una vez alcanzado el éxito. El cine es un ámbito de mucho poder y dinero, donde el sexo, entre otros recursos, es utilizado para escalar posiciones y obtener favores. Sería ingenuo pensar lo contrario. Eso no significa que no se hayan presentado casos de agresión sexual, pero pasa también en el mundo de la política y otras esferas. (perdone la tardanza, otra vez Blogger se ‘tragó’ mi comentario de anoche).
ResponderBorrarSospecho que transitamos por un territorio minado, apreciado José ( no digo plantado de minas, porque en la Argentina podrían malinterpretarme).
ResponderBorrarDifícilmente uno pueda asumir una posición frontal( otra frase susceptible de varias interpretaciones) sin que lo miren como a un agresor en potencial.
A propósito de cacería de brujas, estoy pensando en advertirle a poetas como Joaquín Sabina,Victor Manuel,Joan Manuel Serrat, Chico Buarque,Luis Eduardo Aute y una decena más, que vayan con cuidado: cualquiera de sus canciones podría ser utilizada en su contra.
#MeToo es un movimiento incontenible, en su etapa puritana (o estalinista si tu quieres). Deneuve y Matt Damond (este con un enfoque mucho más moderado) ya han pedido perdón. Esto no durará mucho. Calculo entre 20 y 30 años...
ResponderBorrarJa. La hoguera está lista, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarCreo que podemos actualizar aquella recomendación bíblica : "Cuando veas que están rasurando a tu vecino, pon tu barba en remojo".
Y eso, en estos tiempos de genitales afeitados, adquiere un sesgo espeluznante.