…Aguanta, corazón,
Que cosa aún más perra
Antaño soportaste…
(Ulises, Odisea)
A veces- algunas veces- no queda
una salida distinta a la de plantarle
cara al lugar común. Negarse a él sería
abrirle la puerta al artificio. Por eso, frente a la poesía de Hernando López Yepes resulta ineludible hablar de un hombre que habita en el silencio y es habitado por
él: toda forma de ruido lo amenaza, lo hiere.
Refugiado en un rumor de palabras
asidas en pleno vuelo, don
Hernando ha cincelado sus poemas a lo largo
de los años, atendiendo a la recomendación aquella: sin prisa pero
sin pausa. Sabe que la única recompensa
es un verso capaz de conmover la inteligencia y el corazón del lector y por
eso se consagra a su oficio con la
devoción que otros le dedican a amasar una fortuna.
“A mi manera voy/ por camino
azaroso/ que no es mía la senda/ de los muertos en vida”, escribe en una suerte de declaración de principios:
es el camino azaroso y no el trillado el
que le prodiga al poeta sus mejores
recompensas.
Por esa razón elige la cornisa,
el río embravecido, el destino de los
réprobos. Sabedor de que el lenguaje es
un bosque en el que resulta fácil perderse, desde muy temprano se dio a la
tarea de afinar sus sentidos para
identificar en el temblor del aire el irrepetible aleteo de la
palabra precisa, la que desnuda lo más
sublime y lo más terrible de nosotros.
Alérgico a las cofradías donde
los egos se rinden culto y se premian unos a otros, el poeta Hernando López se
atrincheró en La Virginia, ese pueblo de tierra caliente donde
Eros y Marte van por las calles encarnados en la piel firme de las mulatas y en la puntería certera de los pistoleros. El
sexo y la violencia son viejos
compañeros de viaje. El poeta lo sabe y
por eso los conjura desde la palabra.
“Para la vida tengo/ la mano
abierta/ y la mirada firme/ el corazón altivo/y noble/y fiero/que en la vida yo
estoy/ y a la vida me entrego”, se lee en un poema titulado así: A la
vida me entrego. Como Holderlin,
López Yepes sabe que el poeta asume su destino entregando el corazón
“a la tierra grave y doliente”.
En tiempos de penuria, como
todos, los versos de este hombre se antojan rocas, cayados en los que apoyarse
en un mundo cuya única divinidad es el mercado. Quizá por eso deposita toda la
confianza en la sabiduría del reino
animal, como lo expresa en una elegía a la muerte de su lora: “Mi lora ha
muerto / y me he quedado solo/el mundo que me imponen/ clava en mí su
lanza/un poco más arriba del costado.”
Quién sabe. A lo mejor frente a
la verborrea impuesta por el mercado de la literatura, nos toque buscar la dosis necesaria de lucidez en la voz primigenia de las aves. Seguir la ruta de
Tiresias, el viejo adivino que hablaba
la lengua de los pájaros, resulta
un buen consejo.
Desconfiado , como todo hombre
lúcido, Hernando López Yepes nos reta en cada uno de sus poemas:
“En cuanto
a mí /también fui peregrino/adoré pergaminos polvorientos/entre sus
páginas/extravié el poema /en los cenáculos de la poesía/escuché voces
indigestas de erudición/postrado ante el altar/recibí “el maná de la
poética”/después de un tiempo/ y ya curado/ me pregunto: ¿por qué arrancar la
pluma/ al Ave del Paraíso/ para escribir
con ella?”.
Bendecir al Ave del Paraíso,
aprender de su silenciosa sabiduría es
el propósito último de estos poemas
agrupados más por el empuje de su ritmo que por una intención temática. A través
de su lectura recuperamos, acaso sin que
el autor se lo proponga, la esencia de aquella máxima del budismo zen: “No es la flecha la que debe buscar el
blanco: es éste último el que debe partir en busca del destino
incierto de la flecha”.
PDT . Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
Saludable la sencillez y brevedad de esos versos, en estos tiempos tan revueltos donde demasiados autores pecan de artificiosos por forzar las palabras o incurrir en aburrida erudición.Por eso la poesía está en retroceso(segun me parece), por tanta verborrea vacua y llena de florituras. Hay que oir la voz de los silenciosos, aunque parezca un contrasentido.
ResponderBorrarPor lo menos esa es mi convicción, apreciado José : es mejor sucumbir al lugar común que caer en el artificio, en la pose.
ResponderBorrarAl menos en el lugar común palpita algo esencial.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarEl poeta ilumina, descubre la esencia de las cosas, adivina belleza y significado en una palabra, donde otros escritores necesitan cien. Descubrir que no tenía talento para la poesía fue mi primer gran desengaño.
ResponderBorrar" Descubrir que no tenía talento" es un decir, mi querido don Lalo: Una de las cosas que me llevó a convertirme en lector de sus textos en BBC Mundo es la gran corriente de poesía que los atraviesa.
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