Hace muchos, muchísimos años, en
mi remota adolescencia me declaré trotskista frente a un auditorio atónito integrado por compañeros de bachillerato.
Ellos no tenían idea de quién era
Trotski, a no ser que se tratara del
pastor alemán de algún vecino afecto a
los perros de raza.
Porque las inclinaciones de esos
muchachos- onanistas y ruidosos-
estaban, igual que las mías, por el lado de Pelé en fútbol, de Charles Bronson
en cine y, si acaso, de Miguel Bosé en música.
La verdad, yo tampoco tenía claro
quién era el tal Trotsky. Solo que,
como todos los adolescentes, quería joder la vida. O hincharle las pelotas al vecino, que diría un porteño.
Salvo esa fugaz ficción política,
nunca he militado en nada: según datos suministrados por mis fuentes, el
espíritu gregario me lo quedaron debiendo para otra vida.
Y como no creo en la
reencarnación…
Bueno, el asunto es que siempre
me he considerado un librepensador. Alguien que desconfía hasta el tuétano tanto
de gurús y profetas como de sus seguidores.
Seguidores: ese vocablo tan caro
al mundo de internet.
Ese descreimiento tiene al menos un origen: pienso que, lejos de ser
una teoría o una doctrina, el fundamentalismo es una estructura de la mente. Incapaz de asumirse en la incertidumbre- por
lo demás, lo único a lo que podemos aproximarnos con certeza- la mente busca un asidero, una teoría, una idea, un madero en medio del temporal. En
suma, busca una verdad.
Justo en ese punto empiezan los
problemas. Porque una verdad solo puede serlo si se afirma contra otras. Más
aún: si anula a las otras. Y en ese propósito el fundamentalista no se
detiene hasta constatar que esa otra
verdad ha desaparecido del horizonte con todo y sus portadores.
Hace un par de años, por joder la
vida, publiqué un texto titulado Místicos
del ateísmo. Cabalgando sobre ese
oxímoron quería llamar la atención sobre una singularidad: muchos ateos, lejos
de manifestar una apertura mental frente a la variedad del mundo, asumen su creencia
como otra religión: profesan verdades reveladas por la ciencia y la razón, se remiten a autores
oraculares y citan libros cuasi sagrados.
Casi siempre pasan por encima de
lo más obvio: que con todo y su portentosa capacidad para interpretar y transformar el mundo, la ciencia y la
razón no dejan de ser facultades
humanas.
Por lo tanto tienen límites. Más
allá de ellos se extiende una infinita
línea de sombra.
Es decir, el mundo de lo
inefable. Esa manifestación del espacio y del tiempo adonde solo pueden llegar
la poesía, la intuición, la mística.
Esas cosas que los fanáticos de
la razón no toleran.
“A este estúpido hay explicarle con plastilina que Dios no existe ¿O
qué?”
“Las creencias no se respetan”
Las anteriores fueron dos de las
frases escritas en la sección comentarios por quienes emprendieron la
respectiva lapidación virtual, una práctica cada vez más utilizada en la red.
“Salgo a buscar la plastilina a ver si al fin entiendo”, escribí a
modo de repuesta y di por terminada la controversia, que ya llegaba al par de semanas.
Vale recordar que mi buen amigo
Iván Rodrigo García, ateo confeso y devoto,
trató de hacer una defensa de mis
ideas y sufrió un destino peor: sus propios congéneres la emprendieron contra
él con una sarta de palabras como piedras.
Evoco todo esto porque el
pasado 14 de febrero, Miércoles
de Ceniza en la liturgia católica, ocurrió algo con el hijo de un amigo que
me pide no revelar su nombre aquí, por temor a represalias. De modo que lo llamaré el pequeño F.
Sucede que ese día, como buenos
hijos de familias católicas practicantes, varios muchachos llegaron a su
colegio, El Liceo Francés de Pereira, con la cruz de ceniza pintada en la
frente.
Ustedes ya saben: Polvo eres y todo lo demás.
Pues bien, durante un buen rato
a F. y sus compañeros se les impidió el
ingreso a clases.
Es más: los reunieron en un salón
a la espera de que las autoridades del colegio tomaran una decisión.
¿La razón? “El nuestro es un colegio laico” les dijeron.
Según esa premisa, el laicismo es
una obligación. Lo mismo que el evangelio de la ciencia y la razón para algunos
ateos. Quien no los profese corre el
riesgo de alcanzar la condición de apestado.
Igual que en los viejos tiempos.
Es decir: a esos muchachos que
ningún daño hacían con sus cruces de ceniza se les discriminaba en público en
nombre de la igualdad, la libertad y la
fraternidad, célebres premisas de la
Revolución Francesa.
Cuando le pregunté a mi amigo si a la hora de la matrícula les hicieron
algún tipo de advertencia al respecto la
respuesta fue negativa.
Al final el asunto no pasó a
mayores. Pero el malestar quedó flotando en el aire. Lo sucedido a F. y sus condiscípulos es un aviso de que
los otros fundamentalismos siempre están allí, a la espera del menor motivo para
dar el zarpazo.
Y todo amparado en un puñado de
buenas razones.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Ya se sabe, en nombre de la tolerancia te cortaré los huevos si dices algo que a mi no me guste. En esto ya han caído los estudiantes, las feministas y muchos otros que hasta hace un tiempito eran progresistas.
ResponderBorrarAh bueno. Entonces trataré de poner mis huevos a buen recaudo, mi querido don Lalo.
BorrarY que los dioses nos asistan.
Y como siempre hay quien aproveche la obstinación ajena, un abogado muy conocido (no confundir con reconocido) de la ciudad, cuyo familiar estudia en el colegio, involucrado en el episodio que narras, estuvo muy contento de amenazar con la respectiva demanda. Porque en todo conflicto, más en estos apegados a los dogmas, siempre entra por la mitad el mercachifle al que le valen huevo las creencias en disputa y que sólo venera al dios dinero.
ResponderBorrarAh, eso de los abogados oportunistas- y perdón por la redundancia- es un asunto que se aleja por completo de lo planteado en esta entratada: los fundamentalismos y sus variantes liberales( y aquí brotó otro oxímoron).
BorrarLamentablemente nuestro entorno se está llenando de fundamentalistas de cualquier causa.A modo de ejemplo, bien recuerdo que una vez una combativa feminista -en una entrevista de un programa televisivo- se ofendió cuando le quisieron obsequiar un ramo de flores por el Dia de la Mujer o algo parecido, le debió parecer un simbolo machista o patriarcal aquel gesto. Por si las moscas, yo no regalo nada a ninguna fémina hasta conocerla suficientemente. El mundo se ha vuelto tan sensible que para todo hay que tener mucho cuidado, como si estuviéramos pisando huevos y no pelotas.
ResponderBorrar¡ Santo cielo! el " Cuesta abajo en mi rodada" de Gardel y Lepera se quedó corto ante las cruzadas modelo siglo XXI, apreciado José.
ResponderBorrar¡Que el Santo oficio nos coja confesados!