Desde que puedo hacer memoria he escuchado decir que en las elecciones presidenciales se decide “El destino de Colombia”.
Década tras década, cada cuatro años el destino o no se
decide a decidirse, o ya se decidió y ni cuenta nos dimos.
En cualquier caso el asunto parece no tener apelación.
Sospecho que la clave de todo reside en que la democracia no
es tanto una realidad como la puesta en
escena de una idea: La de la improbable soberanía del pueblo.
Y eso nos ubica de
plano en el primer lio: ¿Qué es el pueblo?
¿Es la entidad sabia que tanto
nos gusta invocar o es la masa
amorfa alienada y amaestrada por los medios de comunicación?
Lo único cierto es que en el teatro de la política el pueblo
es, a duras penas, la instancia encargada
de legitimar el dominio de unos hombres por otros.
La cosa funciona más o menos así: la democracia es en
realidad el instrumento político de los que detentan el poder económico.
No olvidemos que en sucesivas sociedades, entre ellas la
griega, sólo los propietarios podían ser ciudadanos. El ciudadano, ese concepto tan manoseado
en los discursos contemporáneos.
En ese panorama, “El pueblo soberano” o “El constituyente primario” es la
herramienta, la mecánica de legitimación del modelo económico y político a
través del voto.
A eso se reduce su papel: A refrendar lo ya decidido de
antemano en los grandes cenáculos.
La ecuación final es
de sobra conocida.
Quien cosecha el
mayor número de votos detentará el poder o se perpetuará en él.
Eso explica los amasijos de movimientos y tendencias que se aglutinan en torno a las elecciones para disolverse
poco tiempo después. El único sentido de
esas alianzas es sumar.
Por su lado, el que recogió menos va a la oposición… si es
que no le vende el alma al diablo por
unas migajas de poder, como ha sido la constante en Colombia.
¿Y el pueblo?
Bueno, para el pueblo están la televisión y el gamonalismo
parroquial.
En eso consiste su soberanía.
Pasada la puesta en escena de la segunda vuelta presidencial
en Colombia es fácil prever el escenario
inmediato.
Un presidente legitimado por diez millones de votos que
atenderá a pie juntillas los mandatos de
quienes lo entronizaron con su dinero y su clientela de votantes.
Eso garantiza de entrada la continuidad de la corrupción, la
impunidad y el surgimiento de nuevas violencias, institucionalizadas o no.
En el otro frente, un político respaldado por ocho millones
de votos estará obligado a hacer oposición y de esa manera a completar los
formalismos de la democracia.
No es mucho, pero es lo que tenemos.
Es la realpolitik,
señoras y señores.
El reinado de los cínicos, como acontece desde los albores
de la historia.
Lo demás son
esperanzas renovadas una y otra vez con cada cambio de generación.
Ustedes ya saben: “Esta
vez sí será”.
Son esos nuevos electores los que reavivan la fe en la
capacidad transformadora de la soberanía popular.
Deslumbrados por su propia esperanza acaban legitimando, una
vez más, el estado de cosas.
Porque incluso cuando triunfan en las urnas alternativas distintas a las del
establecimiento, de inmediato se ponen en marcha los mecanismos de conservación:
El asesinato de
presidentes elegidos por voto popular y suplantados por dictaduras militares
durante los tiempos de la guerra fría.
La destitución de gobernantes a través de mecanismos “legales” como la
sucedió a Dilma Rouseff en Brasil.
La manipulación financiera
orientada a crear el caos, como
aconteció en la Venezuela de Chávez.
Son los viejos trucos del poder cuando la puesta en escena
de la democracia resulta insuficiente.
Y como la vida- esa sí sabia y lúcida- es tozuda y no se
detiene ante sutilezas solo queda apretar los dientes y resistir.
Resistir siempre y seguir en el camino hasta que se nos olvide respirar.
Solo entonces todo quedará al fin resuelto.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
En estas latitudes en vez del "pueblo soberano", se acude a lo de "gobernar obedeciendo al pueblo", cantinela repetida hasta el hartazgo por el actual régimen en todos sus discursos mientras tras bambalinas efectúan hacen justamente lo contrario. Ya ni los votos valen un pimiento porque hasta la voluntad popular se pisotea con chicanerias jurídicas, sirva de ejemplo la habilitación tramposa e ilegal del caudillo Morales para reelegirse indefinidamente, pese al resultado del referéndum que le resultó en contra. Los organismos como la OEA y la ONU nada pueden hacer o no quieren intervenir para no inmiscuirse en las "decisiones de un país soberano". Así estamos,inermes y desprotegidos contra las arremetidas del poder.
ResponderBorrarBueno, apreciado José, aquí el nefasto Álvaro Uribe acaba de reelegirse en cuerpo ajeno. Lo que equivale a decir que " El pueblo soberano", le dio patente de corso a la impunidad, la corrupción y la violencia.
ResponderBorrarSe dan cuenta que están en polos opuestos? Tavo se duele de que el pretendido ajuste de cuentas apocalíptico no germinó (rosa roja, tinta en sangre), y el señor Crespo aduce la prueba de la farsa de Evo. Pueblo no hay, en estas latitudes (Río Bravo abajo, hasta Tierra del Fuego), desde que Juan José Arreola y Borges lo diagnosticaran como populacho en una lúcida charla. Ya lo dijo Georgy: “la democracia, ese abuso de la estadística.”
ResponderBorrarBuenos, estimado Dr Slothrop, al final " El pueblo" resulta ser una entelequía aún más abstracta que " La humanidad".
ResponderBorrarY eso ya es mucho decir.