Durante siglos los ríos Otún y
Consota tejieron sus orillas con guaduas y guijarros.
O “Cañas gordas”, como las
llamaron los cronistas cuando se extraviaron en sus trampas de espinas.
Las piedras y guaduas con las
que construyeron sus casas y puentes los
primeros pobladores.
Hasta este valle llegaron las muy
andariegas y violentas huestes del conquistador Jorge Robledo.
Por aquí llegaron con sus armaduras, sus lanzas, sus clérigos, sus caballos, sus perros y su viruela al promediar el siglo XVI.
Y sus cronistas.
Dicen que fueron estos los que
bautizaron el primer asentamiento con el
nombre de la vieja Cartago, la ciudad fenicia
que le diera gloria a Aníbal.
O al revés. Con estos asuntos de la historia nunca se sabe.
Esos mismos cronistas nos dirán que el clima, los guaduales, los
indios, los pantanos y los mosquitos obligaron a Robledo a buscar otras rutas y
parajes.
El bosque y sus criaturas no
tardaron en reinar de nuevo en el
caserío abandonado.
Hasta que empujados por las
guerras civiles, el hambre y la falta de tierras otros andariegos llegaron a
mediados del siglo XIX.
Caucanos, antioqueños y, en menor
medida, boyacenses y cundinamarqueses plantaron sus casas de guadua en medio de
esos dos ríos.
El Otún: una palabra que
significaría “El dios de
las aguas dulces” o “Espíritu y diosa
de los ríos”, según lo interprete el
traductor. El vocablo habría llegado de África
bien guardado en la lengua de uno de los pueblos secuestrados por los
traficantes de esclavos.
El otro, Consotá, evoca la vida y
andanzas de uno de los caciques quimbayas que dominaron estas tierras ricas en
oro y sal.
Para trabajar en esas minas
fueron trasportados esclavos negros que no tardaron en rebelarse contra colonos, propietarios y
capataces. Así nacieron algunos palenques, fortines de esclavos fugitivos, o cimarrones,
que empezaron a marcar el poblado con el
sello de su cultura: músicas, ritos, credos, bebidas, comidas.
A ellos se sumarían los indígenas
desplazados de sus montañas por la nueva avanzada de colonizadores que se descolgó desde las
montañas de Antioquia.
De ahí en adelante, el mestizaje sería la impronta
de una ciudad que, ciento cincuenta y cinco años después de refundada,
vuelve a descubrirse y a cantarse en
todos los ritmos imaginables : boleros, baladas, tangos, , rock, carrilera, metal, rap, hip-hop y
bambucos : todas las sangres y todas las voces habitan estos barrios que se
llaman Cuba, Boston, Kennedy, Galán,
Providencia, Corocito o San Jorge: depende de la motivación de quienes los fundaron y del
momento histórico que les correspondió vivir.
Lo mismo pasa con la comida,
esa forma de afirmarse desde los sabores. Chontaduro del Chocó por
allí; pescados del pacífico y el caribe más allá; mamona de los Llanos orientales
por este lado; Champús y aborrajados del Valle en esta tienda y arepas de la
montaña en todas partes.
Y están , desde luego, los sabores traídos por quienes viajaron un día y
al volver a casa abrieron sitios donde
venden tacos mexicanos, mariscos peruanos, paella valenciana, churrascos
argentinos, pastas italianas y rodizios brasileños : el mapamundi gastronómico
reunido en una ciudad de quinientos mil habitantes.
Sucedió en el cruce de caminos
entre el siglo XIX y el XX.
Muy lejos, en pueblos de
Palestina, Siria y Líbano agobiados por las guerras, algunos jóvenes tuvieron
noticia de una pequeña población ubicada justo en el centro del centro de
Colombia, a unas cuantas horas de un puerto que conectaba con el mundo y cuyo
nombre encerraba en sí mismo una promesa: Buenaventura.
Pereira se llamaba la población.
Así que esos andariegos se
hicieron al camino. Atravesaron un continente entero hasta alcanzar el puerto
de Marsella.
En barcos atestados cruzaron el
Atlántico. Una vez llegados a tierra firme desembarcaron en Barranquilla y siguieron
a contracorriente la ruta del río Magdalena vendiendo telas con metros de
noventa centímetros.
Otros decidieron cruzar por Panamá hasta alcanzar
Buenaventura.
Ya instalados en Cartago y Pereira se dedicaron a hacer lo que
mejor sabían: comprar y vender.
De todo: telas, alimentos,
licores, herramientas, ropa, perfumes, ilusiones.
Como buenos andariegos, pronto pasaron del intercambio
económico al amoroso y se casaron con mujeres del lugar.
Por eso uno puede encontrar
familias con apellidos como Ángel Chujfi o Abdalá Idárraga.
Judíos con sirios. Palestinos con vascos.
Todo un murmullo de sangres y
voces.
Bien entrados en la segunda
década del siglo XXI la dura economía
provocó nuevos desplazamientos. Esta vez son miles de venezolanos que cruzan la
frontera y empiezan una peregrinación que los deja en Pereira después de tres
días de viaje en autobús.
El rumor de voces vuelve a
empezar. Va uno saber qué saldrá de allí a la vuelta de unas décadas.
PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Gracias a unos estudios de postgrado que mi mujer hace sobre la integración linguística de Italia, he aprendido que los pueblos, al emigrar, llevan consigo la lengua (en el caso de los italianos el dialecto, no el italiano toscano o estándar, que la mayoría de ellos ignoraba; esto explica la debilidad relativa del italiano en muchos países con fuerte inmigración italiana), la música, la cocina y la religión. Tu descripción de la inmigración que nutrió a Pereira es un caso típico y admirable. Esa es una de las razones que hacen de los colombianos unos andariegos tan eficientes. Los he encontrado en muchos países, siempre de buen humor.
ResponderBorrarBueno, mi querido don Lalo, ahí tiene , en BBC Mundo a uno de esos andariegos pereiranos, heredero directo de los arrieros de mulas ( digo, de las mulas buenas) que antecedieron a los modernos empresarios del transporte.
ResponderBorrarA propósito de llevar a cuestas la lengua, el poeta Joan Manuel Serrat lo canta de una manera muy bella: "Y para no olvidarme/ de lo que fui/ mi patria y mi guitarra las llevo en mi/una es fuerte y es fiel/ la otra un papel".
Aquí va enlace a ese poema cantado:
https://www.youtube.com/watch?v=Mno-ajFLeA4
Voy leyendo y a ratos me parece estar repasando la historia de mi ciudad por las tantas coincidencias -empezando por el clima parecido, la ubicación geográfica dentro del pais, el número de la población y otras-, que fue fundada dos veces, la primera como Villa de Oropesa allá por 1571, por desaveniencias entre los mismos conquistadores. Y los famosos 'turcos', llegados en la misma época que refiere, hoy se han integrado plenamente a la sociedad cochabambina y algunos siguen regentando sus tiendas de telas y bazares de mercaderias diversas. Apellidos como Asbún (hay un joven escritor, Rodrigo Hasbún, que empieza a ser conocido en el exterior), Issa, Saba, Alem, Aliss,Said, Bakir, Mustafá; son perfectamente reconocibles en el acontecer local.
ResponderBorrarQué maravilla la manera como uno va encontrando caminos paralelos y puntos coincidentes en la historia de los pueblos, apreciado José.
ResponderBorrarDespués de todo, las ciudades son eso : una amalgama de voces, sonidos, rumores y sabores que se parece bastante a la cocina.
No por casualidad las músicas y las gastronomías son nuestras más grandes metáforas.