Supongo que a todos ustedes les
pasó: de niños, cuando se acomodaban frente a su programa de dibujos animados
favorito, no tardaban en sospechar que algún titiritero loco manejaba los
destinos de esos personajes desquiciados- en el más preciso sentido de la
palabra- siempre al borde de precipitarse a lo más profundo del abismo.
De El correcaminos a Bugs Bunny, de Tom
y Jerry a La pantera rosa, y de Tribilín
a Porky, pasando por la nave de Los supersónicos, todos a una
habitan un mundo urdido a las puertas
del delirio.
Algunos teóricos de la cultura de
masas todavía aseguran que los dibujos animados son una vertiente del
surrealismo, concepto este último que haría vomitar al autor que nos ocupa hoy:
el norteamericano Thomas Pynchon
La razón es sencilla: para el escritor nacido en Nueva York en 1937, la
vida es lo suficientemente hipérbólica y monstruosa como para precisar de teorías adicionales
En un intento de llegar a la
medula de esa desmesura, Pynchon se dio a la gozosa tarea de escribir novelas con títulos como Vineland, V., La subasta
del lote 49, El arco iris de
gravedad, Mason y Dixon y Contraluz.
Todas ellas están hermanadas, aparte de un estilo
fragmentario y pleno de digresiones – como corresponde a una época marcada por la fugacidad- por una
feroz animadversión hacia el modelo de vida norteamericano, marcado por
la frivolidad y el consumo sin límites.
Es decir, la quintaesencia del
capitalismo tardío.
Con esos precedentes ¿Imaginan una dimensión
donde los dibujos animados son el mundo real y este último una caricatura donde los humanos chapotean en su
fango primordial, y sin esperanzas a la
vista?
Bueno, ese mundo es posible en las novelas de Thomas Pynchon, un hijo del
cine, la televisión, los cómics y el rock and roll: no por casualidad
llegó a la edad adulta cuando esas
formas de la cultura popular estaban en su apogeo.
Por eso, en últimas, su obra toda
está cruzada por ese tipo de carcajada
solo posible en los límites de la más extrema lucidez.
En Vicio propio, Pynchon parece haber alcanzado esos límites.
Se trata de un hilarante relato,
cruzado por otros relatos, en los que no deja en pie ninguno de los mitos sobre
los que se edificó El
sueño Americano: la familia, el dinero, el ahorro, la democracia, las sectas de todo
tipo y, sobre todos ellos, el improbable
Destino Manifiesto del país de
Tom Paine.
Para muestra, un fragmento de la
página ciento dieciocho:
“ En su guarida de la playa, había una pintura en terciopelo de Jesús
surfeando con el pie derecho por delante
sobre una tabla toscamente tallada con outriggers, que pretendía sugerir un crucifijo, por más
que se hubiera practicado poco surf en el mar de Galilea, lo cual no suponía
gran problema para la fe de Flip. ¿Qué era
caminar sobre las aguas sino
la expresión con que la Biblia se
refería al surf? Una vez, en Australia, un surfista local, que sostenía
la lata de cerveza más grande que Flip viera en su vida, incluso le había
vendido un fragmento de la Santa Tabla Verdadera.”
Puestos a juegos fáciles,
podríamos afirmar que se trata de una
muy ingeniosa obra inscrita en el género de la novela negra, ese instrumento
narrativo forjado por los escritores norteamericanos de mediados del siglo xx
para escudriñar en las entrañas podridas de su país.
Pero vamos sin prisas: tratándose
de Pynchon podríamos estar ante una brillante parodia del género.
Doc Sportello es un errático investigador privado que, entre otros negocios, intenta descifrar las claves de la desaparición de Mickey Wolfmann, magnate de la construcción y amante de un viejo amor de Doc.
En su búsqueda debe atravesar un
interminable campo minado por las drogas que
fueron casi de obligado consumo en Los Ángeles y en toda esa California en tránsito de los sólo en
apariencia idílicos años sesenta hacia
las manifestaciones más brutales del capitalismo, entronizadas como única forma posible
de vida por el catecismo de las grandes corporaciones.
Doc mismo consume cuanta sustancia se le cruza en el camino.
Por esos días, medio mundo buscaba la redención mediante la ingestión de alguna pastilla. El ácido lisérgico, el
legendario y diabólico LSD, era
algo así como una clave para
abrir las puertas de la percepción de
las que hablara el poeta William Blake, elevadas a la categoría de liturgia en
los sesenta por el músico de rock Jim
Morrison.
Porque el rock and roll es la
banda sonora de esta novela de
cuatrocientas veintidós páginas en las que, más allá de las apetitosas rubias que surfean en las playas de
California y buscan entre los ejecutivos jipis algún buen ejemplar para
llevarse a la cama, se escucha el estruendo de las bombas de napalm arrojadas
sobre los vietnamitas y el avance de las excavadoras que echan por tierra barrios enteros, en una nueva avanzada de la
codicia urbanizadora.
Al fondo, muy al fondo, se ve la
estela de miedo dejada por La Familia Manson luego de los crímenes
cometidos en la noche del 8 de agosto de 1969, apenas dos años después del
llamado Verano del Amor.
Más acá, en primer plano, presenciamos con nitidez las revueltas de los
negros del sector de Watts,
en Los
Ángeles, y su sangrienta represión por parte de la policía.
De vez en cuando, como otro
capítulo más de los dibujos animados, el
presidente Richard Nixon asoma su hocico en la pantalla del televisor para recordarles a sus asustados ciudadanos
que él sigue allí, como garante de su
seguridad y gran vigilante de sus miedos
diurnos y nocturnos.
Ciudadanos como Motella y Lourdes, dos pelanduscas de línea
dura, capaces de diálogos como éste:
-
Oohhh,
sólo me preguntaba cómo sería meterse en la cama con alguien que tiene el
nombre de otra persona tatuado en el cuerpo.
-
No veo el
problema, a no ser que lo único que
hagas en la cama sea leer- murmuró Lourdes.
Esas son la California y la
Norteamérica narradas por Thomas Pynchon en esta diatriba despiadada contra un
país y una manera estar en el mundo que constituye en sí misma un vicio propio.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Y que Pynchon se parodiase a sí mismo en un episodio de Los Simpson (seguramente los dibujos animados más realistas como retrato crítico de la sociedad norteamericana y del mundo en general)), constituye de por sí el colmo de la lucidez, como si fuera un paso por delante, y los demás siguiendo el rastro casi a ciegas, guiándose por el sonido que va dejando su ácida e interminable carcajada.¡Vaya personaje!
ResponderBorrarDe ese tamaño es la desmesura de Pynchon, apreciado José: se inventó e implantó a sí mismo en un universo cono el de Los Simpson, tanto o más disparatado que el mundo en el que se desarrollan sus historias.
ResponderBorrarSin ánimo de polemizar (me estoy quedando sin batería), copio el link con el capítulo de Los Simpson que hace unos años predijo la presidencia de Trump
ResponderBorrarhttps://youtu.be/iZyaDKaun7w
Ah..bueno, por fortuna es "sin ánimo de polemizar", mi querido don Lalo.
ResponderBorrarMil gracias por el enlace.
Y una perla : "Libretista del Apocalipsis", así llama a Thomas Pynchon mi amigo Iván Rodrigo García, del blog Lector- Ludi, aquí arriba nada más, a la derecha.
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