A
menudo olvidamos que La historia – la idea de La historia- es una
construcción en la que convergen testimonios, documentos, erratas, ideologías,
prejuicios, cosmovisiones y, sobre todo,
formas de ejercer el poder.
Por eso resulta tan fácil
caer en la tentación de asumirla como algo dado e inamovible: una
suerte de estatua que apunta con su dedo índice hacia el horizonte y nos narra
su versión petrificada del pasado: La Historia sagrada.
Por fortuna, a poco que uno
levante la primera capa, afloran las contradicciones.
Y de éstas últimas se nutre el
estudio de La Historia-así, con mayúsculas-.
Para no sucumbir a la parálisis
mental de la Historia oficial- la que les interesa a los detentadores del
poder- el investigador dotado de sentido
crítico emprende un viaje, no tanto a los archivos y museos como a las
estructuras de su propia mente, con el fin de descorrer los pliegues que nos
muestran- vaya sorpresa- a los
prestigiosos “ hechos” en su faceta proteica, la que los cronistas de todos los
tiempos han señalado una y otra vez : los hechos, los acontecimientos, tienen
la facultad de transformarse ante quien los mira.
En este caso, ante el
historiador.
Por eso el estudioso debe
emprender su inmersión dotado de todas las herramientas a su
alcance.
Tanto las propias de su oficio
como las de todas las disciplinas que puedan echarle una mano: la economía
política, la sicología, la literatura, la biología, la antropología.
Ninguna ayuda sobra cuando se
trata de enfrentar la inasible materia de que está hecho el tiempo.
Esa batalla perdida de antemano
que, a falta de un nombre mejor, llaman
una cronología.
El investigador y maestro Alexander Betancourt Mendieta conoce esas vicisitudes y por eso hizo acopio de todos los recursos
posibles antes de emprender la escritura de su libro América Latina: Cultura Letrada y Escritura de La Historia, un
riguroso y bien documentado trabajo de ciento
ochenta y nueve páginas, publicado
en la colección Anthropos, con
el auspicio de la Facultad de
Ciencias Sociales y Humanidades de
la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, en México.
Todo bajo el sello del grupo
editorial siglo veintiuno.
Muy temprano, en la página
treinta y tres, el autor formula una advertencia:
“En el mundo letrado de América Latina del siglo XIX no hubo
discusiones metodológicas sobre la escritura de la historia parecidas a las que
se dieron en algunas partes de Europa en el marco de los procesos de
institucionalización y profesionalización de los saberes que ocurrían en aquel
periodo; no existió, por lo tanto, la posibilidad de una reflexión
epistemológica sobre el método histórico como la “suma de reglas de la
investigación histórica”, tal como lo entiende Rusen. En el contexto del mundo
letrado de América Latina más bien predominó la idea de la escritura de la
historia como una “suma de las formas de representación del pasado” a través de
las cuales se podía encontrar referentes concretos sobre ciertos criterios morales de acción que
asumía el pasado como una suma de ejemplos a seguir”.
El pasado como un vestido que los
hombres de las épocas venideras habrán de ponerse con algunos ajustes y nada
más.
Al leer el libro de Alexander Betancourt resulta
ineludible pensar en esa Historia de
Colombia escrita por Henao y Arrubla que nos obligaron a memorizar en la escuela, en la que el mundo
parecía ser un compendio de héroes dotados de
grandes principios morales, acechados todo el tiempo por una legión de
malvados empecinados en echar por tierra los cimientos de la sociedad.
Para mostrarnos los otros rostros
que revela el espejo, Betancourt apela a
la obra de Germán Arciniegas, ese escritor colombiano obsesionado como ninguno
con la naturaleza del pasado y la
posibilidad de ser convertido en escritura, en relato.
En la página ciento veintidós de América Latina: Cultura Letrada y Escritura de La Historia, leemos
la siguiente cita de Arciniegas:
“Los libros que suelen publicarse como libros de historia, y que en
realidad se limitan a relatar lo que hicieron ciertos gobernantes o guerreros,
tienen el gran peligro de ser lecturas entretenidas(…) Lo que hoy ocurre con la
historia es que ella invierte los términos de la vida social. Quienes la hacen
olvidándose del hombre común, de usted y de mí, para concentrar la atención en
torno al héroe, a la figura que hace más farol, hacen pinturas de príncipes,
reyes, generales o caudillos civiles, pero esto es superponer unas biografías a
lo que en realidad es el alma de una nación(…)
Y aquí llegamos a una de las claves del libro de Alexander
Betancourt: el rol de la escritura, es decir, del relato de la historia en la
construcción del concepto de nación, algo esencial en un territorio que acababa
de librar sus guerras de independencia contra
el imperio español y precisaba con urgencia de lo que Benedict Anderson denomina Comunidades
imaginadas.
Dicho de otra forma: un asidero
común para hacerles frente a las turbulencias de los tiempos.
En contravía de esa necesidad, y
amenazadas por la inminente disolución, las nacientes repúblicas se enfocaron
más bien a crear un aparato institucional conformado por museos,
institutos y universidades capaces de
darle soporte y justificación a su
proyecto de sociedad.
De ahí la limitada y pobre concepción de la historia
que marcó el tránsito de estos países hacia el siglo XX.
Esa circunstancia explica que se impusiera el desafío de contar la
historia de América Latina, de sus
encuentros y conflictos, como paso previo para responder al reclamo que planteara
Germán Arciniegas.
No ya la colección de estatuas
sino el relato viviente del intento todavía fallido de construir algo que
se parezca a un destino colectivo.
El libro del profesor Alexander
Betancourt constituye un muy valioso aporte en ese intento.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Debo a Germán Arciniegas buena parte de lo que sé (bueno, admito que no es mucho) sobre la historia y las intrigas políticas de Colombia, Venezuela y el Caribe. Hace muchísimo tiempo, en Londres, trabajaba yo en Agencia Latinoamericana, que distribuía artículos de columnistas famosos a diarios de Estados Unidos y América Latina. Recuerdo a Arciniegas, Arturo Uslar Pietri, Julián Marías, Rafael Caldera, Víctor Alba... La operación era muy "simple": ellos nos mandaban por correo aéreo sus artículos mecanografiados en papel aéreo o directamente manuscritos, nosotros los mecanografiábamos nuevamente, los imprimiamos primorosamente y enviábamos por correo a las publicaciones que tenían contratados a los columnistas.Entre la escritura y la recepción por las publicaciones podían pasar hasta tres semanas. Arciniegas escribía dos tipos de artículos: unos para publicaciones de su país, que distribuia él mismo (supongo) y algunos otros, necesariamente más intemporales, para el mercado internacional. En esos, ya que escribía para un público variopinto, se mostraba didáctico, explicaba cosas que no necesitaba recordar a sus lectores colombianos. Nosotros en la agencia aprovechábamos esa característica, que también comprobábamos en otros autores, como Uslar Pietri y Caldera, para aprender cosas que desde nuestra atalaya en Londres podían pasar inadvertidas.
ResponderBorrarA mi modo de ver, la " Biografía del Caribe" de Arciniegas es una obra maestra que nos permite comprender, a través de un estilo impecable, la diversidad de intereses y fuerzas que se movieron en esa zona del continente, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarComo sucede siempre con personas de esa magnitud, en Colombia hay posiciones encontradas frente a la vida y obra de Arciniegas: desde los que admiramos su trabajo hasta los que lo descalifican, acusándolo incluso de haber sido agente de la CIA.
El penúltimo párrafo de su reflexión lo condensa todo: America Latina sigue siendo un compendio de repúblicas que no terminan de consolidarse ni adquirir una identidad reconocible. Seguimos presos del pasado, a medio camino entre la herencia indígena y la colonial. En algunos casos como el boliviano, se intenta a marchas forzadas retornar a una época precolombina de bonanza y armonía que ni siquiera existió. Tal vez el mal endémico de nuestro continente resida en que se impuso modelos europeos (como el republicanismo francés) para los nacientes países, sin tomar en cuenta características locales, es decir sin conocer bien el terreno. Y así seguimos, sobreviviendo a los intentos fallidos.
ResponderBorrar"No hay nostalgia peor/ que añorar lo que nunca/jamás sucedió", canta nuestro querido Joaquín Sabina, apreciado José.
ResponderBorrarEn eso hemos malgastado nuestros mejores días : en añorar sociedades perfectas que jamás existieron. De haber utilizado toda esa energía en la construcción de un destino colectivo, otro gallo cantaría... aunque talvez cantaría peor.
Gustavo, una coincidencia hay con esta muy buena publicación. Ahora estoy leyendo 'El estudiante de la mesa redonda' de Arciniegas, un libro de su juventud donde trata de narrarnos qué significó la universidad y ser estudiante en varios periodos históricos, llegando a los estudiantes colombianos de principios del siglo XX. A Becantourt lo han nombrado en mis clases. Sus palabras, tocayo, animan a leerlo. Lo interesante aquí es ver un apogeo por la revisión historiográfica de cada país y región. Ahora, los historiadores jóvenes están replanteando las formas como se ha impuesto la historia para construir las identidades y los discursos del Estado-Nación. Y para ello se ha reflexionado sobre la historia global, retomando la larga duración en su aspecto espacial y temporal, no tanto cronológico y testimonial/descriptivo, lo cual amplía las interpretaciones. Esa condición global remite a la historia comparativa, lo transnacional, los debates sobre qué es el tiempo, cómo hacer historia en lo digital y si sólo se investiga al ser humano, pues hay posturas sobre la historia animal, incluso. Además, lleva a pensar acerca del término y principio del pasado, y cómo los historiadores enfrentan los retos de analizar el presente, lo contemporáneo. Gustavo, píllese, si no ha tenido la oportunidad todavía, el libro Pasado y Futuro de Reinhart Koselleck, y Regímenes de historicidad de François Hartog. Muy buenos para entender esos cambios. Por otro lado, hay discusiones sobre qué estudia la historia, y realmente no es el pasado, sino, de una forma general, las permanencias y los cambios a través del tiempo.
ResponderBorrarMil gracias por las lecturas recomendadas, apreciado Eskimal. Sin duda, ayudan a orientarse en esos meandros del tiempo y el espacio en los que resulta tan fácil extraviarse.
ResponderBorrarY si esos extravíos acontecen en medio de la disolución experimentada ante el aparente desmoronamiento de las fronteras, al tiempo que se levantan muros reales- el de México- Estados Unidos es apenas uno de ellos- quiere decir que de la comprensión que tengamos acerca de las nuevas maneras de contar y escribir la historia depende en buena medida nuestra supervivencia como integrantes de una sociedad... aunque sea imaginada.