El día del alumbrado estaba de
regreso, borracho, lúcido y feliz.
Aunque, tratándose del poeta
Aranguren, esto último es una redundancia.
Tocó a mi puerta la noche
del siete de diciembre cuando ya las últimas
velas del alumbrado estaban a punto de extinguirse.
¡Coooññoooo, compadde, podd fin mi Unión Maddalena del alma volvió a la
primera divijjión!
Gritó, blandiendo una botella
medio vacía de ron Tres Esquinas.
Yo, que me declaré apóstata desde que el crimen
organizado se apoderó del fútbol, intenté desviar la conversación hacia el más reciente absurdo: que la final
de la Copa Libertadores Boca- River se jugara a diez mil kilómetros de casa, en ese templo de la asepsia, el
clasismo y el racismo llamado estadio Santiago
Bernabeu.
La vida es sabia y da lecciones, poeta- le dije-. Al tiempo que el presidente Macri recibía a sus colegas del G20 con la
esperanza de recoger algunas migajas, la dirigencia deportiva de su país era
incapaz de organizar y controlar dos partidos de fútbol.
Un aguacero primero y una pedrada
después hicieron trizas el hiperbólico lenguaje de los periodistas porteños,
que hablaban de El partido del siglo
y anunciaban- apocalípticos- que el perdedor de
ese juego desaparecería de la faz
de la tierra por lo menos durante veinte años.
¡Qué Boca ni qué Rived, coooññooo!Te
estoy hablando del Unión Maddalena, replicó, dispuesto a echarme las
manos al cuello.
Y sí. Como siempre, Aranguren
tenía razón. El equipo cantado por Carlos Vives y por más de un juglar
vallenato está de regreso a la primera división, después de un calvario
de trece años en la B.
Salió campeón en 1968, con una
nómina en la que brillaban el gran Alfredo Arango, Aurelio Palacios y el paraguayo Ramón Rodríguez, entre otros.
A partir de ese momento empezó a
desvanecerse, cuando cayó en las garras de una
familia de mafiosos que lo
utilizó para lavar dineros provenientes del
tráfico de marihuana plantada en la Sierra Nevada de Santa Marta.
En 1979 , una década después de
alcanzado su único título, disputó las finales con el América de Cali,
que también estaba en manos de otro clan de narcos, el de los Rodríguez
Orejuela.
Luego cayó en picada hasta las
tinieblas de la segunda división.
Durante todo ese tiempo, como
corresponde a los nacidos para perder, vivió del recuerdo de haber visto surgir
en su cantera al grandísimo Carlos “El pibe” Valderrama.
Pero el poeta Aranguren, romántico al fin y al
cabo, nunca dejó de amarlo.
Durante sus periódicos viajes a
la costa caribe, lo siguió por pueblos más o menos perdidos que lo acogieron
durante su exilio de equipo sin estadio.
¡Miedddaaa, podfin volvijte a la
senssatej! Me dijo, ya calmado, como uno de esos fanáticos religiosos que recuperan la cordura cuando
uno les dice que sí, que sí, que tranquilos, que su Dios es el único Dios
verdadero.
No es para tanto, viejo- le respondí- De cualquier manera, no puedo
evitar pegarles una puteada de vez en cuando a esos que secuestraron el juego
que aprendí a amar desde el remoto día de mi infancia en que mi abuela Ana María, alma bendita, me regaló la primera súper bola número cinco
que cayó a mis pies.
Todos esos Infantinos, Domínguez,
Bedoyas, Vélez y Jesurunes me provocan una acidez estomacal que solo puede
aliviar uno de esos tragos largos de ron Tres
Esquinas que el poeta Aranguren
desembarca por cajas luego de sus viajes
a Santa Marta.
La Santa Marta de sus versos, sus
vallenatos, sus mulatas y su “Ciclón
Bananero”.
Así le decían al Unión Magdalena
en sus
breves tiempos de gloria.
Aunque, la verdad, hoy no sea más
que un vientecillo incapaz de empujar la
más ligera embarcación.
Pero eso a Aranguren no le importa.
Al menos por ahora.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
El Ciclón Bananero... qué bonito apodo. En Argentina tenemos "El Ciclón de Boedo", uno de los numerosos apodos de San Lorenzo de Almagro, adoptado según creo para neutralizar el nombre de su rival más temido/odiado, Huracán, que "no pasa de céfiro", según me dijo un hincha "santo" (otro apodo de los "gauchos" o "cuervos"). A esto los hinchas de Huracán podrían replicar que ese nombre no alude al viento ("como creen esos salvajes"), sino al globo en el que Jorge Newbery, uno de los pioneros de la aeronáutica argentina (quien murió estrellado en el aeródromo de mi ciudad, Mendoza), batió un récord de larga distancia en 1909. El globo se llamaba "El Huracán" y el escudo del club, fundado en la misma época, tiene un globo aerostático como emblema... de allí el apodo de "globo" o "globito de Parque Patricios". En fin... Hasta en estas cositas aparentemente insignificantes el fútbol deja su marca en la cultura popular.
ResponderBorrarUn Huracán sí era el equipo de Menotti en 1973, mi querido don Lalo. Brindisi, Babington, Houseman, Avallay : todo un lujo para el alma y los ojos.
BorrarEn esos tiempos, algunos futbolistas todavía parecían poetas. Empezando por eso de usar las medias abajo, sin respeto por las normas de urbanidad.
Ah, ya estaba extrañando al poeta Aranguren,cuyas fantasmales apariciones no tienen desperdicio. Por estos lares tenemos al verdadero Ciclón (equipo más popular de la sureña Tarija), aunque solo de nombre ya que ni siquiera es un surazo sino mas bien un vientecito esporádico que tarda más en subir que en bajar de primera división. En ese destino errático y lodoso se parece al Unión Magdalena, su hinchada vive de añoranzas y sigue soñando con tiempos mejores, como todos los equipos románticos.
ResponderBorrarhttps://www.youtube.com/watch?v=U5fhfbsbGqI
Para empezar, mil gracias por el oportuno enlace, apreciado José.
BorrarY en segundo lugar ¿ Cómo no amar a esos equipos que parecen habitar un día si y otro también " En la posada del fracaso/ donde no hay consuelo ni ascensor"? , para citar- por enésima vez, al poeta Sabina.
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