Por supuesto, el hombre no podía faltar.
En la madrugada del martes 1 de
enero, el poeta Aranguren, lúcido como sólo pueden estar los borrachos y los
locos, tocó a mi puerta, y sin saludar
siquiera, descargó la que él llama “Mi
colección de agujeros negros”,
una antología completa de tribulaciones y preguntas sin respuesta que convierte a partes iguales en aforismos y
poemas.
“Llegó diciembre con su alegría / mes de parranda y animación” dice
el estribillo de una canción que entre los colombianos es una suerte de
himno a la alegría y el jolgorio.
Al poeta le sucede al revés:
diciembre lo arroja de bruces a la sima. Es decir, a la certeza del sinsentido.
Entre el día de los alumbrados y la noche de
navidad la gente se entrega a una orgía de consumo y derroche. Una suerte de
tobogán enloquecido por el que se arrojan tratando de escapar de no se sabe
qué.
O mejor dicho: lo saben, pero
prefieren hacer caso omiso. En diciembre intentan lo imposible: escapar de sí
mismos.
Todos quieren
desayunar, comer, almorzar, cenar, beber, reunirse, regalar ¡Pero ya!
Antes de que se acabe el año y los arroje a las riberas de la vida- como a
todos- hechos una piltrafa.
Luego, entre el 25 de diciembre y
el 2 enero acaece lo que san Agustín llamó Tristeza post coitum.
Una melancolía, una sensación de
hartazgo y, ante todo, de inutilidad.
En ese momento el tiempo entra en
suspensión, y los que una semana atrás eran presa del frenesí se miran unos a
otros con el aire culpable de quien acaba
de sobrevivir a una bacanal.
Es una semana en la que Aranguren escribe esos versos suyos tocados por el aire
ingrávido de quien se siente a salvo de
los afanes humanos.
“La celebridad y la fama
Son agujeros negros
Que se tragan lo mejor de las personas
Y luego devuelven la cáscara vacía del ser
Destinada a dar vueltas y vueltas sobre su órbita
Por los siglos de los siglos.”
Escribió en una servilleta con
esa letra suya, nerviosa y apretada, mientras escurría una botella de ron Tres Esquinas.
No contento con eso me espetó, de
golpe, una pregunta:
“¿Te haj fijao, compadde, en que el autijmo se ha ido apoderando del
prójimo? Y no me refiero sólo a la manera como
la gente je clava en la pantallita del teléfono y se deja caed por un
pozo jin fondo.
“Ej otra cosa. Ej como ji peddiedan el jentido. En toda ejta regaladera dejembrina hay algo de rejpuejta autijta a laj órdenej del medcaddo.”
No sé compadre, le respondí. Se me ocurre que nos volvimos viejos y ya no entendemos los
códigos de las nuevas generaciones.
"Ññññeerdaaaa, compadde. Tú y tuj
códigoj.
"Qué códigoj ni que coñoj. Ej como
si la gente se dejconectada de la vida. Ej decid: de ji mijma. Cuanto más se
conectan al apadatito, maj je dejconectan de
ji mijmoj".
Y claro, Aranguren tiene razón.
Solo que si quiero seguir caminando por el mundo y ganarme honradamente el
sustento de los míos, debo hacer como si
no pasara nada.
Fingir que el rey no está
desnudo.
Pero ya logró plantar en mi
interior una buena dosis de desasosiego.
Sobre todo en lo relacionado con
el autismo: un distanciamiento progresivo de las cosas esenciales de la vida.
La gente se echa un polvo con el
aire mecánico y ausente de quien se bebe una cerveza, se come un perro caliente
o saca plata del cajero automático.
Un polvo, un eructo y lo que siga
en el menú.
Sin historia. Sin relato. Sin
esas cosas que a lo largo de los siglos le han dado sentido a lo que no lo
tiene: la vida.
Y así pasa con todo.
Pienso en esas muchedumbres que
atiborran los centros vacacionales, donde se reúnen para deshacerse del
aburrimiento y la frustración acumulados durante semanas y años.
Con el mismo aire ausente parten
hacia lugares remotos, con el único fin de consumir paisajes que luego guardan
en sus archivos digitales como mariposas muertas entre las páginas de un libro
viejo: tiempo disecado.
Ustedes dispensarán, pero, como
ya lo habrán notado, el poeta Aranguren consiguió su propósito: dejarme
colgado en mi propio agujero negro, cuando el nuevo año apenas despunta.
PDT . les comparto enlace a la banda sonra de esta entrada
Usted ha arrancado el nuevo año inspiradísimo,el penúltimo párrafo es impagable, hay que tragárselo a sorbos como un buen tintico para apreciarlo completamente."Consumir paisajes" es la nueva enfermedad del viajero, y con esto de los selfies ha devenido en epidemia: se ha vuelto una especie de necesidad básica eso de sacarse fotos con el fondo de un atractivo turístico allá donde se vaya.
ResponderBorrarPS. Sospechaba que su amigo Aranguren pertenecía a la estirpe de Pessoa, segun dicen el luso se inspiraba con buenos tragos de cachaza y Aranguren no se desprende de su ron Tres Esquinas que desde el nombre sabe mítico. Con eso de que a usted le inoculó el bichito del desasosiego me terminó de confirmar.
Qué cosa tan bonita eso de " Un buen tintico", apreciado José. Sospecho que, como la cachaza de Pessoa, ese tintico sirve para conjurar el desasosiego.
ResponderBorrarO para exacerbarlo... va uno a saber.
De cualquier manera, es muy bueno tenerlo a usted como contertulio.
Así que ¡ Salud!