“ El estado de Arauco es una provincia pequeña de veinte leguas de
largo y siete de ancho poco más o menos, que produce la gente más belicosa que
ha habido en las Indias y por eso es llamado el Estado Indómito:
llámanse los indios dél araucanos,
tomando el nombre de la provincia”.
Tan indómitos fueron estos
mapuches- su nombre originario- que cuando querían obligarse a cumplir lo
prometido juraban en nombre de Eponamón, un demonio que los acompañaba en las
encrucijadas de la vida.
Y
ya sabemos que los conquistadores convirtieron en demonios a las
deidades de los pueblos que arrasaban.
El feroz encuentro entre los invasores y
esos indios que poblaban el actual territorio de Chile es la materia de
que está hecha una de las obras más poderosas de la literatura temprana de
América: La Araucana, escrita por don Alonso de
Ercilla y Zúñiga, poeta y soldado a la vez.
Y no cualquier poeta. La Araucana es lo que antes se llamaba
una Summa: un desafío totalizador que intenta abarcar a la vez los detalles más
pequeños entre la perspectiva más amplia.
Alonso de Ercilla envainaba la espada y tomaba la pluma. Quería
llegar a la esencia de esos hombres
valerosos, dispuestos a entregar la vida
antes que ceder al invasor un
solo palmo de la tierra heredada de sus mayores.
En esa medida, lo suyo no fue sólo el trabajo de un cronista o de un
historiador, aunque mucho tenía de los dos: su
mirada estaba mediada, además, por esa
clase de compasión necesaria para
entender la grandeza y miserias del enemigo.
Como cuando nos muestra, en el
canto XXIV, ya al final de su obra, al en
otro tiempo valeroso Caupolicán, vencido y a punto de pasarse al bando enemigo, conversión al
cristianismo incluida:
“¡Oh vida miserable y trabajosa
A tantas desventuras sometida!
¡Prosperidad humana sospechosa,
Pues nunca hubo ninguno sin caída!
¿qué cosa habrá tan dulce y tan sabrosa
Que no sea amarga al cabo y
desabrida?
No hay gusto, no hay placer sin su descuento,
Que el dejo del deleite es el tormento”
En ese discurrir sobre el viejo tópico de la fortuna y su
cambiante faz se nos confirma que estamos ante una obra enorme en términos de forma y fondo.
En éste último caso el autor
adelanta un trabajo de investigación que le permite conocer no sólo los
detalles particulares de la historia indígena y de los soldados que integraban
la avanzada española en el Arauco y en el Alto Perú, sino los avatares del Imperio de Carlos V y de sus hijos Felipe II y Juan de Austria,
éste último protagonista de la batalla de Lepanto, crucial tanto en el control
del Mediterráneo para los comerciantes venecianos y sus aliados como para los intereses de la Iglesia Católica,
enfrentados ambos a las amenazas del imperio otomano.
La forma no es un asunto menor: a lo largo de XXXVII cantos el autor mantiene el ritmo sostenido
de los grandes poemas épicos. Un ritmo que conjuga el trepidar de las armas,
las blasfemias y los estertores de la
agonía con breves pero decisivos momentos de placidez. De ese modo nos permite
asomarnos a los cambios de la fortuna y, de paso, le facilita al escritor armonizar los picos y bajos de su canto.
Para muestra, la estrofa veinte
del canto XXVI:
“Pero la muerte allí difinidora
De la cruda batalla porfiada,
Ayudando a la parte vencedora
Remató la contienda y gran jornada;
Que la gente auraucana en poca de hora
En aquel sitio estrecho destrozada,
Quiso rendir al hierro antes la vida,
Que al odioso español quedar rendida”.
Verso tras verso, por Las páginas
de La Araucana desfilan los
guerreros empecinados en defender su
territorio con un ahínco que se hizo
leyenda: el valiente Lautaro, el sabio Colo Colo, el fiero Galvarino, a quien
los españoles, liderados por el virrey Don García, le cercenaron ambas manos, en una práctica
que apuntaba tanto a humillar al
adversario como a escarmentar a su pueblo.
“El humo, el fuego, el espantoso estruendo
De los furiosos tiros escupidos,
El recio destroncar y encuentro horrendo
De las proas y mástiles rompidos,
El rumor de las armas estupendo,
Las varias voces, gritos y apellidos,
Todo en revuelta confusión hacía
Espectáculo horrible y armonía”
“Espectáculo horrible y armonía”. Por versos como éstos, algunos
especialistas ubican a La Araucana al
lado de los grandes clásicos griegos y latinos.
Y no les faltan razones: para
darle soporte narrativo y hacer verosímiles sus vertiginosos saltos de tiempo y
lugar, Alonso de Ercilla y Zúñiga apela
a recursos propios de las modernas técnicas narrativas. Así, hace que el
narrador se sumerja en un profundo sueño que le permite presenciar las guerras
que el rey Carlos V libra contra los
eternos enemigos de España.
O más aún:
conducido por el mago indígena Fitón
llega a una gran sala desde la que se pueden
contemplar en simultánea todos
los aconteceres del universo: ni más ni menos que el Aleph que, siglos más tarde, fascinara a Jorge Luis Borges.
Recita el mago:
“Y tú, Hécate ahumada y mal compuesta,
Nos muestra lo que pido aquí visible!
¡Hola ¿A quién digo? Qué tardanza es esta,
Que no os hace temblar mi voz terrible?
Mirad que romperé la tierra opuesta
Y os heriré con voz aborrecible
Y por fuerza absoluta y poder nuevo
Quebrantaré las leyes del Erebo”.
Los personajes de la mitología
clásica se pasean por los versos de Ercilla y Zúñiga con dos finalidades precisas: acompañar y decidir la suerte
de los guerreros, al tiempo que
inscriben la obra dentro de una tradición: la de los grandes poemas épicos,
aunque ésta última definición es cuestionada por estudiosos que encuentran la
obra plagada de digresiones que la alejan de los cánones propios del género.
Puede ser. Pero los lectores
gozosos somos como esos amantes que, con tal de poseerla, se niegan a ver los
defectos de la amada.
Los defectos de La
Araucana deben de ser tan incontables como sus virtudes. Pero es mejor quedarse con esa
alucinada- y alucinante- inmersión en la tierra y el alma de unos pueblos
amasados con un sentido del coraje y la dignidad desconocidos en los
tiempos que corren.
Y eso ya es motivo suficiente
para perderse con deleite en los meandros de El Estado indómito.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Podría decirse que La Araucana es la epopeya fundacional de Chile, a partir de cuyo relato se asientan hoy varios de los mitos y valores culturales de la sociedad chilena. A ratos me recuerda a La Eneida y por su ritmo se asemeja a La Iliada y otros relatos, como usted bien resalta. Mas allá de lo que digan los especialistas en el género, es una obra emocionante que no pierde frescura ni vigor, al igual que ese poema criollo llamado Martin Fierro, otra joya que he disfrutado intensamente a pesar de su lenguaje enrevesado.
ResponderBorrarFrescura y vigor, es decir, vigencia, apreciado José. Porque los grandes conflictos de América Latina siguen obedeciendo a estructuras de dominación, independiente de si la justificación ideológica se fundamenta sobre postulados de izquierda, derecha, o el tan promocionado Centro.
ResponderBorrarPor esa razón, una figura como de Lautaro ejerce tanta fascinación en la gente. Su papel en la Historia funciona como lo que algunos llaman un arquetipo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarPARAISO PERDIDO-MILTON-...CANTO GENERAL-NERUDA-,SON TESTIMONIOS DE POESIA EPICA-LA ODISEA...LA ILIADA...LA ENEIDA...LOS GOCE EN SU MOMENTO.ALGO QUEDA,LIC.GUSTAVO...Y,VAYA IRONIA,NO HE VISTO AUTOR CONTEMPORANEO QUE ESCRIBA SOBRE LO QUE ACONTECE EN EL CAUCA CON NUESTROS ABORIGENES...BESOABARZO,CON SALSA Y CONTROL,GRACIAS,LIC...JAVIER-.
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