Siempre han existido personas
que dicen escuchar voces provenientes de
este mundo o de los otros.
El Nuevo Testamento nos cuenta
que Saulo de Tarso, judío perseguidor de cristianos, escuchó una voz que lo
conminó a la conversión mientras galopaba en su caballo camino de Damasco.
Ya sabemos lo que ocurrió
después: fue Saulo, devenido apóstol, quien
le dio forma teórica al cristianismo
Más tarde, Juana de Arco juró
haber escuchado voces que la impulsaban a defender su patria francesa de las
acometidas del demonio inglés. Traicionada y entregada al enemigo, fue arrojada
viva a la hoguera en Ruan, el 30 de mayo
de 1431.
El sacrificio no tardó en dar
réditos: con el paso de los años fue convertida en Santa Juana.
Relatan algunos biógrafos que, durante sus ataques de
epilepsia, el gran escritor ruso Fiódor Dostoyevski se veía
sitiado por coros enteros que después convertía en materia de sus novelas.
Mucho más
prosaicos y banales, nuestros tiempos apenas si pueden dar cuenta de voces
provenientes de los electrodomésticos.
“No quedan huevos para mañana” anuncia,
lapidaria, la voz proveniente de una nevera- heladera, le dicen en el cono sur
de América- de última generación.
La familia entera,
nada heroica, entra en pánico, como si una voz
del más allá advirtiera sobre la inminencia del juicio final.
Así que la tribu
en pleno, incluido un perro y dos gatos, examina las entrañas de la ballena blanca para descubrir que, además de los
huevos, falta leche, cerveza, tocineta, cebollas rojas, salchichas y, por supuesto, golosinas para
las mascotas.
Empujados por
una fuerza superior a la que arrebató a los cielos a Remedios la Bella, papá y mamá no dudan: es el momento de tomar medidas para
defender a la prole.
Así que, en pantuflas el macho Alfa y sin limpiarse el menjurje de pepinillos para combatir las arrugas la dama, suben al auto y emprenden una travesía que los llevará a sortear toda clase de riesgos entre el tráfico enloquecido.
Así que, en pantuflas el macho Alfa y sin limpiarse el menjurje de pepinillos para combatir las arrugas la dama, suben al auto y emprenden una travesía que los llevará a sortear toda clase de riesgos entre el tráfico enloquecido.
Llegar el
supermercado más cercano es cuestión de supervivencia.
Una vez
instalados frente a las góndolas caen en
la cuenta de que muchas cosas más están a punto de agotarse.
Y no es
propiamente que vivan en la Venezuela de
la Revolución Bolivariana.
Sólo que la
egocéntrica “nevera inteligente” no
quiso advertirles de que el hambre se
abatía sobre la familia.
A la muy maldita
le gusta jugar con las emociones y
con el tiempo de la gente.
Por si acaso, papá
y mamá renuncian a la pequeña canastilla. Magnánimos, optan por el más grande entre los carros de la compra y
empiezan a llenarlo hasta el tope.
No vaya a ser que
al volver a casa, la ballena blanca les anuncie que falta alguna cosa: los
pasabocas de salmón del gato o las galletitas de malvavisco de los niños.
Como todas las
criaturas inteligentes, las neveras también son impredecibles y llenas de caprichos.
Tengo un vecino
que casi no duerme: se despierta cada dos
o tres horas al llamado de una voz que le advierte sobre el tamaño de su desamparo: la crema de
afeitar no alcanzará para el afeitado de mañana.
Sucede que el
fulano en cuestión tiene la manía de guardar la crema en la nevera: dice que
esa blancura helada en las mañanas le
recuerda sus días de estudiante en Suecia.
Y la nevera toma
atenta nota.
Cuando le digo que
el humilde y polifacético Jabón Rey cumple
mejor sus funciones que la aristocrática crema con marca en inglés, el hombre
me fulmina con el destello de sus ojos verdes.
Está claro que siempre preferirá obedecer el mandato del monstruo y estará siempre dispuesto a
salir en pijama a las dos de la madrugada, aunque deba enfrentarse a mañanas
tan heladas como las suecas.
Como les he
contado, mis amigos más queridos
conforman una legión de ángeles
terrestres, siempre preocupados por mi frugal existencia.
Así que si un día,
solidarios como son, deciden regalarme una “nevera inteligente”, ya les tengo
preparada la respuesta: tienen huevo.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
Es casi inevitable la comparación entre tu heladera/nevera parlante, controlando los hábitos adquisitivos de la gente, y la telepantalla que el Gran Hermano imaginado (¿imaginado, realmente?) por George Orwell en "1984" utilizaba para someter a la población de su Oceanía totalitaria. En una Oceanía moderna, Nicolás Maduro sería el ministro de Propaganda, Michael Jackson el de Educación y Donald Trump el de Integridad Ética. Queda por verse quién sería Gran Hermano... ¿Jeff Bezos, de Amazon? ¿Jack Ma, de Alibaba? Lo cierto es que la realidad ya se está alejando de la perspectiva política que le dio Orwell para caer en abismos patológicos más dignos de Dostoyevsky.
ResponderBorrarRecordemos que Orwell escribió "1984" en... 1948. Un genio visionario, el hombre.
Ja, ja, ja. Menudo ministerio el que acaba de sugerir usted, mi querido don Lalo. En algún círculo del infierno deben estar tomando atenta nota.
ResponderBorrarAsí que pongamos nuestras barbas en remojo.
Un abrazo,
Gustavo
Ja, menos mal que no nos ha hablado del “inodoro inteligente” que dicen que tienen los japoneses, tan exquisitos en sus costumbres pero también maniacos para algunas cosas. Imagínese que el cacharro tal, en cuanto entremos al baño, nos esté recordando con voz robótica que nuestra orina o deposiciones no pintan nada bien, sembrando alarma acerca de nuestra salud. Suena de pesadilla o de mundos distópicos o absurdos que ni siquiera Orwell hubiera imaginado.
ResponderBorrarAh, carajo. Usted dio un paso más allá de lo planteado por don Lalo, apreciado José. Eso de que el " inodoro inteligente" se anticipe al diagnóstico clínico, es como para salir corriendo y no parar hasta llegar, digamos, a los predios de una tribu amazónica en la que-para bien de todos- aún cagan en un hueco silencioso abierto en la tierra.
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