Ya les he contado que mi vecino,
el poeta Aranguren, irrumpe en mi casa
cada vez que los desasosiegos del amor, las decepciones propinadas por
su amado Unión Magdalena o la locura del mundo lo asaltan en la alta noche.
“¡Que sí, que si coñooo, que el gobiedno de Duque noj va a jumigad con
el temible Agente Nadanja!”
Bramó a modo de saludo,
estropeando la siesta de nuestra gata
Fortunata.
Durante unos segundos sentí
pánico: los gringos y sus cómplices en el gobierno de Iván Duque habían decidido reemplazar el glifosato por un
defoliante más feroz.
Como ustedes saben, el Agente Naranja es un herbicida
letal del que se
irrigaron más de cuarenta millones de litros entre 1962 y 1970, como
parte de la estrategia de guerra ejecutada por los Estados Unidos durante su incursión en Vietnam.
Las secuelas en la tierra, así
como en humanos y animales continuaban sintiéndose medio siglo después.
Pero no: el poeta Aranguren se
refería a otras cosas.
Desplegando un ejemplar del diario económico La República del 12 de
septiembre de 2018, leyó en voz alta las declaraciones de un funcionario del
gobierno que hablaba en tono perentorio de la necesidad de desarrollar esa rama
de la economía basada en tres puntos
básicos: la creatividad, la cultura y las artes como materia prima; la primacía
de los derechos de propiedad intelectual
y la función directa de los dos anteriores como parte de una cadena de
valor creativa.
Entre esos servicios se cuentan
la cultura y las expresiones artísticas en general.
Es lo que llaman La Economía Naranja.
El presidente lo dejó claro en la
ceremonia de su posesión, el 7 de agosto
de 2018:
“Nos la vamos a jugar para que este país tenga la posibilidad de ver en
los emprendedores tecnológicos unos nuevos protagonistas del progreso. Que el
internet de las cosas, que la robótica, que la impresión en 3D, empiecen a
hacer de Colombia ese centro de innovación que tanto nos merecemos”.
Iván Duque tenía
razones para saberlo: junto a Felipe Buitrago es autor del libro “Economía Naranja: una oportunidad infinita”,
una publicación auspiciada por el Banco Interamericano de Desarrollo. La obra hace énfasis en el potencial de la economía creativa y cultural.
Como sucede tantas veces con cosas y conceptos mal entendidos, desde distintos frentes culturales y artísticos salieron a celebrarlo.
“Al fin la cultura y las artes pueden entrar a competir en mercados
abiertos”, exclamaron algunos artistas y gestores culturales.
La verdad, no me extrañó.
Muchos de ellos se debaten en una
curiosa frontera ideológica: cuando tienen contratos con el Estado son
oficialistas a rajatabla y al mismo tiempo profesan ideas casi socialistas.
Cuando no los tienen o están a
punto de perderlos se convierten en
opositores.
En medio de su entusiasmo, no se
fijaron en un detalle: las cifras utilizadas para impulsar el concepto de Economía Naranja incluyen en la misma
bolsa toda la franja conocida como Entretenimiento:
conciertos masivos, restaurantes, eventos deportivos.
Y al final, como en los noticieros
de televisión, aparecen la cultura y las artes.
En la citada publicación de La República aparecen las siguientes
cifras:
“El potencial de la economía naranja es enorme y ya se observa en el
PIB. Solo el año pasado movió más de $20 billones entre artes escénicas,
productos audiovisuales e industria musical, lo que es casi 2,3% del Producto
Interno Bruto, un porcentaje igual o superior a otras actividades económicas
que reciben más subsidios. En todo el mundo, la economía naranja tiene un valor
aproximado a los US$4,2 billones, en industrias que cada día transforman la
manera cómo nos entretenemos o nos informamos. En América Latina, la cifra casi
se acerca a los US$200.000 millones, en donde Colombia es uno de los más
representativos. Hay mucho por crecer, pero hay que blindar este camino”.
Los
números son sugestivos y pueden encandilar a cualquiera. El asunto de
fondo es
lo que inquieta al poeta Aranguren: bajo esa perspectiva todo queda sujeto a las llamadas Leyes del mercado.
¿Acabarán los artistas
y
gestores sometidos a los caprichos y
gustos de los consumidores? ¿Adónde irán a parar los componentes éticos y
estéticos que se suponen parte de todo acto creador?
Mucho me
temo que esas preocupaciones pertenecen al pasado: en el reino del espectáculo
sólo valen los conceptos de compra y venta
Amadeo Modigliani
.
Ya lo
sabían en París, la ciudad que mató de hambre a Amadeo Modigliani y cuyos
marchantes se enriquecieron décadas más
tarde con la venta de sus cuadros.
No sé, le
digo al atribulado Aranguren: sospecho que
uno de esos marchantes fue el inventor de la Economía Naranja.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
.
No debería confundirse la industria del entretenimiento (que es un tentáculo más de la sociedad de consumo)con las expresiones artisticas. El arte no debería ser afectado por las leyes del mercado ni buscar rentabilidad como objetivo añadido. De ahí que es necesario subvencionarlo, mejor por medios filántropos o en su defecto por via estatal, aunque siempre se corre el riesgo de someterse a los gobiernos de turno. Pero someterse a los gustos y exigencias de los consumidores es pernicioso, como viene pasando en los últimos tiempos, especialmente en el campo de la música y del cine.
ResponderBorrar"El reinado del Karaoke", lo llamaría nuestro querido amigo don Lalo, apreciado José. Es decir, la medianía, cuando no la mediocridad en estado puro. No sé como funcione el formato en Bolivia, pero en Colombia las notas sobre cultura y arte se incluyen en la franja de entretenimiento de los noticieros televisivos. O , lo que viene a ser lo mismo, en el sector de la economía naranja.
ResponderBorrarCon ese estado de cosas, siempre se corre el riesgo de transitar al borde del desfiladero.
Con ese panorama, cobra cada vez más sentido el verso aquel de la agrupación española Aguaviva : "Tantas cosas han muerto/ que no hay más que el poeta".
Uno de los tópicos lamentables en Colombia es el de "Cultura, recreación y deporte". ¿Es que esos ministerios no saben diferencias una palabra de otra? En fin, esa economía naranja, acaramelada, dulzona y ácida, pinta bien pero en la práctica no hace justicia a una verdadera cultura. Por cierto, muy necesaria en un país donde se lee poco, aunque estemos llenos de libros y buenos autores. Muy buena entrada don Gustavo. Abrazos.
ResponderBorrarOjalá fuera ese el orden, apreciado Diego. Pero en realidad es : Deporte, recreación y cultura. Esta última viene a ser algo así como el apéndice, el residuo de una cadena en la que la capacidad para captar mercados y audiencias es el criterio de valoración.
ResponderBorrarMejor dicho, parece hecha a la medida del fútbol y los conciertos de reguetón.
Es de suponer que la pornografía digital y el Brexit también forman parte del "Agente Nadanja" que teme tu vecino Aranguren. Su condición de poeta le permite vislumbrar los riesgos que corren esos "componentes éticos y estéticos que se suponen parte de todo acto creador". En este tipo de situaciones mi abuelo solía decir "Que Dios nos coja confesados", acentuando el verbo, que en mis pagos tiene una connotación non sancta.
ResponderBorrarJa, ja. Eso de coger tiene una connotación similar en México. Tanto, que tengo una sospecha: con la tal Economía Naranja lo que quieren es cogernos a todos, mi querido don Lalo.
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