Seducidos por la idea de lo
fantástico como otro plano de la realidad, Jorge Luis Borges y Lewis Carroll,
postularon un mapa dibujado a escala de 1: 1. Es decir, un mapa del tamaño del
mundo con sus ríos y montañas, con sus hombres y mujeres de todas las razas,
con su Rey Carmesí y su Aleph.
En realidad, los dos escritores
estaban trasladando al terreno de la
ficción un viejo anhelo de sucesivas
generaciones de hombres, desde los días de la fundación mítica del mundo hasta
los tiempos del imperialismo cibernético: el diseño de un mapa global que diera
cuenta de un universo en el que nada escapa al control de la divinidad primero
y de los potentados después.
En busca de las claves de ese
imposible, el escritor británico Jerry Brotton emprendió una investigación que
lo llevó a la escritura del libro Historia
del Mundo en 12 Mapas, publicado en 2014 en la colección editorial Debate.
El resultado es un viaje en el espacio y en el tiempo, que conduce al
lector desde Sippar, actual Irak, en el siglo VI antes de Cristo, hasta
nuestros días, cuando los mapas de Google Earth son consultados por
millones de personas que sueñan con ver
el planeta representado por fin a escala real.
Todo empezó cuando el arqueólogo
de origen iraquí Hormuzd Rassam
descubrió un pequeño fragmento de una tablilla cuneiforme de 2.500 años de
antigüedad en las ruinas de lo que fuera la ciudad babilonia de Sippar, hoy
conocida como Tell Abu Habbah, en la periferia suroriental de la actual Bagdad.
Se trata, según coinciden los
eruditos modernos, del primer mapa del mundo del que se tiene noticia.
Aunque debemos precisar que aquí
se habla del mundo conocido por una cultura. Es decir, del concepto encerrado
en el vocablo Ecúmene.
Desde entonces, al ritmo del
viejo impulso humano por la conquista de territorio, el mundo conocido no ha
cesado de ampliar sus fronteras.
Y con él, la necesidad de representar las tierras conquistadas en un gráfico
que sea a la vez síntesis de los propios
dominios y fuente de identidad.
Es decir, de lo que suele
llamarse una nación.
Para Brutton, de entrada resulta
claro que, más allá de una representación de
lugares, un mapa es una forma de validar el poder político, económico,
religioso y cultural de un pueblo en una determinada coordenada del tiempo y
del espacio.
Lo que en nuestra
época llamamos geopolítica.
Desde esa mirada, el mapa de Ptolomeo, datado en
150 después de Cristo, ilustra el poderío militar de la Hélade, encarnado en
la figura de Alejandro Magno, que hizo de Alejandría ejemplo vivo de una polis
griega trasladada a tierras egipcias.
Siguiendo la ruta del
Mediterráneo la pesquisa de Jerry
Brotton nos instala en Sicilia, año de 1154, cuando la isla era protagonista del intercambio entre la cultura musulmana y una
tradición occidental representada en Roger II “rey de Sicilia, del ducado de Apulia y del principado de Capua”.
Al – Idrisi recibe el encargo de
confeccionar un mapa en el que la promocionada
igualdad de condiciones entre árabes y occidentales se revelará como
mera ilusión: lo que Roger II y su descendencia pretenden es reafirmar su supremacía sobre el mundo conocido.
Y se valen de una mente tan brillante como la de al-
Idrisi. Así lo describe Jerry Brotton:
“Los datos escritos que se
conservan sobre la vida de al-Idrisi son escasos y a menudo contradictorios.
Sigue abierto el debate en torno a su lugar de nacimiento: algunos sugieren que
fue España, otros Marruecos o hasta Sicilia; pero todas las evidencias apuntan
a que se educó en Córdoba.
En su apogeo durante los siglos VIII y IX como
capital del califato omeya, Córdoba fue una de las mayores ciudades del mundo,
con una población estimada en más de 300.000 habitantes. Contaba con la
mezquita más grande del mundo, fundada
en 786, y era la sede de la que se puede
considerar la mayor universidad de Europa, de la que salieron algunas de las
mentes más brillantes del periodo
medieval, entre ellos el filósofo musulmán Ibn
Rushd ( Averroes) y el rabino,
filósofo y médico judío Moshé Ben Maimón
( Maimónides)”.
En ese párrafo Brotton nos deja
un mensaje claro : desde el comienzo de los tiempos los cartógrafos han sido
personas de poder, en concordancia
con quienes los escogen para adelantar
la tarea de dar forma al tamaño de los imperios, de los reinos y, más tarde, de
las naciones.
Esa condición resulta más
evidente cuando nos adentramos en esa combinación de poder religioso, político
y económico que supuso la conquista
española de América: la Ciudad de Dios y la
Ciudad del rey se hacen una en los trazados de mapas que cobran forma
definida a medida que la cruz y la
espada se juntan para extender las fronteras del mundo conocido: la vieja
ecúmene se apresta a gestar lo que los
discursos del siglo XX llamarían La globalización : ese entramado de
especulación financiera, explotación de los recursos naturales, uniformidad cultural y perfeccionamiento de
los medios de comunicación como avanzada del control planetario por parte de
las grandes corporaciones.
Superados los desafíos de la
Guerra fría, el mapa del mundo conocido aparece pintado de un solo color… hasta
que la emergencia de China y el resurgir de Rusia le dan otro tinte a las
cosas.
Sobre todo China, cuya Ecúmene
comprendía tanto las líneas del cielo como las de la tierra. Al respecto
Brotton nos cuenta que:
“Los mapas a los que aluden los
poetas Song incluyen no sólo la estela del Hua yi tu, sino también otros
ejemplos contemporáneos grabados en Xilografía, como el Mapa topográfico
general de los territorios chinos más antiguos que se conservan. El incremento
de la administración pública de la dinastía Song en los siglos XII y XIII hizo
que el número de candidatos que se presentaban a sus exámenes aumentara hasta
las 400.000 personas, y parte de su preparación consistía en dominar los usos
prácticos y administrativos de los mapas”.
El mapa como cifra de la
dominación y como herramienta para
el ejercicio del poder surca así las
seiscientas páginas del libro de Jerry Brotton, quien, a modo de colofón le recuerda al lector:
“Durante más de tres mil años, la humanidad ha soñado con crear un mapa
del mundo universalmente aceptado, ya desde que el anónimo artífice del mundo
babilonio diera forma a su tablilla con la arcilla de la tierra. Hoy, esta
sigue pareciendo una fantasía idealista, y siempre estará condenada al fracaso
por la imposibilidad de crear una proyección de la Tierra comúnmente aceptada.
Pese a las pretensiones de Google Earth, ¿será alguna vez posible, o siquiera
deseable, crear lo que quería Abraham Ortelio, un mapa exhaustivo y universalmente aceptado de toda
la Tierra que pueda actuar como el
ojo omnisciente de la historia?
Por lo visto, se trata de una
fantasía tan irrealizable como los
delirios de Borges y Carroll.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Y el 'mundo conocido' no deja de expandirse y al contrario de la antigüedad, un concepto que solo implicaba a una cultura, ahora abarca a la humanidad entera, al extender los horizontes fuera de nuestro planeta, hasta los confines del Universo, o al infinito y más allá como dijera cierto personaje de dibujos animados. Ahora toca cartografiar los otros planetas y así sucesivamente, como símbolo de poder.
ResponderBorrarBueno, si los fieles devotos de La Guerra de las Galaxias tienen mapas en sus casas, eso le da toda la razón a usted, apreciado José. Como quien dice, el poder en expansión cósmica.
ResponderBorrarPoderosa y erudita entrada, Gustavo, la he disfrutado mucho. No conocía la obra de Brotton; ahora veo que es una carencia lamentable, pero no irremediable.Lo que cuentas de Lewis Carroll y Borges me recuerda una ocurrencia paralela de Borges: en El Aleph, Carlos Argentino Daneri [así bautizado por Borges como una ironía sobre el carácter de muchos compatriotas, especialmente aquellos con veleidades de escritores] ha acometido la empresa más gigantesca que pueda intentar un ser humano: la descripción literaria, minuciosa, del mundo entero, con todas sus vacas, bosques, colinas, ríos, osamentas... Un poema para leer en la bañadera durante toda la eternidad. Ptolomeo o Daneri? Con quién te quedas?
ResponderBorrar¡Ay Dios! ¿En qué laberinto me he metido? Dedicaré el resto de la eternidad a meditar sobre el asunto y le cuento, mi querido don Lalo.
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