Un día el viajero se hace al camino, animado por la leve gravidez del que
se sabe piedra en movimiento.
Canto rodado.
Like a Rolling Stone.
Con los sentidos bien dispuestos,
escucha todo lo que el camino tiene para
contarle y lo graba con fuego en la memoria.
Una mañana, con sus botas de
siete leguas bien amarradas, comprende al fin que solo el camino puede hacernos
sabios.
Y entonces se sienta a escribir
en un fajo de hojas sucias y
arrugadas que guarda en su morral, junto a un botellín de agua y una colección
de lápices que le ayudarán a convertir sus visiones en palabras escritas: las
cuentas de un rosario con el que entonará su plegaria para conjurar a los dioses del olvido.
En el caso que hoy nos ocupa el
resultado lleva el título de Diario sucio,
Un viaje por México y su autor se llama Felipe García Quintero, escritor y
profesor del programa de Comunicación Social de la Universidad del
Cauca, en Popayán.
Nombre equívoco, este último:
como si todo acto de comunicación no fuera social.
Sutilezas aparte, Diario sucio supone de entrada un
regreso a la esencia del viajero: su talante errabundo. Su eterna disposición a
las sorpresas, por terribles que puedan ser.
Todo lo contrario del turista:
ese consumidor voraz de paisajes y lugares, que va por el mundo con un destino
fijo y asegurado, tomando fotografías y comprando productos típicos que
distribuirá al volver a casa con desganada eficiencia.
“Para tantas calles andar, pocas las líneas de un poema”, nos dice
Felipe García en el primer verso de un poema titulado “Camino la luz”, escrito en Coyoacán un 4 de
julio.
Coyoacán, ese pueblo orillero del
D.F, adonde fue parar León Trotsky en
su interminable saga de fugas.
El lugar de los amores tormentosos
y la obra siempre en llamas de Diego Rivera y Frida Kahlo.
Con razón escribe García que son pocas las líneas de un poema.
Por eso es mejor caminar la luz y
no correr el riesgo de convertirse en estatua de sal, como en el relato bíblico.
Así que el viajero sigue su
marcha. A esta altura ya sabemos que Diario
Sucio es, como todas las narraciones de ese tipo, el relato de un viaje
interior: una mirada a los abismos del propio corazón.
El afuera es apenas un pretexto
para abismarse en los meandros de sí mismo.
Así se explica que en la página 31 podamos leer:
“(Me siento cansado y tantas cosas todavía por ver. Encontrarme así es
una manera involuntaria de pausar el corazón. Mas esta vez no es la ciudad con
sus lugares sin espacio, ninguna libre de miradas o pasos, lo que cierra el
camino a la luz. Se trata mejor de algo
interior, un leve malestar que crece adentro y hace que no desee la escritura
para hablar ni pensar…
Y por delante de mí, incluso atrás también, logro ver un horizonte de
calles, todas ajenas aún. La distancia de la voz me aproxima al silencio de las cosas).”
Para ver y contar tantas cosas no
basta un género literario: Felipe García
Quintero explora y no agota las posibilidades del poema, de la crónica, del
relato breve. Cada experiencia exige un lenguaje distinto, como el de los
hombres antiguos, enfrentados a la
exigencia de nombrar el mundo nuevo que se desplegaba ante sus ojos. Así
aprendieron- y aprendemos- lo que quiere decir la palabra Guanajuato.
“Cerro de ranas. Eso quiere decir
Guanajuato en lengua nativa. Por
ello las imágenes de los anfibios talladas en piedra que adornan la plaza de
ingreso norte de la ciudad. Allí un letrero grande anuncia con orgullo que se
pisa suelo declarado patrimonio de la humanidad. Uno más de los treinta y nueve
sitios que ostenta México.”
Una vez más, el viajero es
asaltado por la elocuencia de las piedras, la vocinglería de los caminos, la
promesa siempre renovada de la tierra que ensucia y por eso mismo embellece las
páginas de su diario.
A diferencia de otros que se
hacen a la mar y se adentran en ríos tormentosos, Felipe García Quintero se entierra para ponerse a salvo de las
inquietudes del agua. Por eso su Diario es sucio.
La edición que nos presenta Sílaba Editores en este 2018 alcanza las 172 páginas.
Quién sabe cuántas más aguardan
su hora en el fondo de ese morral curtido por
el sol y el polvo de México.
PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
“Para tantas calles andar, pocas las líneas de un poema”, Esto me recuerda algo atribuido a Galileo, “la danza de las estrellas”, que según mucha gente es un poema en una sola línea. Pero la belleza no está en esas cinco palabras. Si no supiéramos que lo dijo Galileo podríamos atribuirlo a José Feliciano, quedaría de lo más bien en un bolero. O en una letra de Lepera, el que escribió “las estrellas celosas te miraran pasar” (en la misma canción se recupera con un “el día que me quieras no habrá más que armonia”, un verso sublime). Por qué es bello “la danza de las estrellas”? Porque, más allá de las palabras, está el genio de un pionero, de una víctima de la Iglesia, de una persona a la que debemos buena parte de nuestra libertad, física tanto como intelectual, de un personaje que hace quinquicientos años observó esa danza... Incorporamos todo eso a nuestra apreciación de esa solitaria línea, y la transformamos. La felicidad es armonía...
ResponderBorrar"Pueblo mío que estás en la colina/ tendido como un viejo que se muere". Qué cosa tan bella esa- por el pueblo y por el viejo- y la canta José Feliciano, mi querido don Lalo. De modo que tiene usted toda la razón: sólo a una época como la nuestra, que lo instrumentaliza todo, se le ocurre pensar que la ciencia y la poesía son antagónicas, cuando es exactamente al revés: son dimensiones distintas de un mismo universo.
ResponderBorrarY eso lo sabían genios como Galileo.
Esas líneas, ¿fueron escritas por Feliciano? Chapeau!
ResponderBorrarNo, mi querido don Lalo. El título original de la canción en italiano es "Che Sará".Los compositores son Jimmy Fontana y Franco Migliacci.
ResponderBorrarPero Feliciano la interpreta con una fuerza.
Aquí va el enlace.
https://www.youtube.com/watch?v=sb1_b8y5XZ0