Para cumplir con una tarea escolar con motivo del aniversario 156 de la
segunda fundación de Pereira, dos estudiantes me pidieron a quemarropa que definiera la ciudad en una frase.
Les respondí que una persona o
una ciudad no se pueden definir sin recortarlas o, peor aún, sin reducirlas al
peligroso estereotipo de las frases hechas, útiles para campañas publicitarias
y por eso mismo perniciosas a la hora de
aproximarse al talante diverso y cambiante de todo organismo vivo.
Y las ciudades lo son en grado
sumo.
Pensé en adefesios como ese de “La ciudad de la eterna primavera”, “La ciudad
milagro” “La sucursal del cielo”
o “La capital musical de Colombia”, para nombrar sólo cuatro en una lista
que se haría interminable nombrar aquí.
Bien sabemos que la primavera
puede devenir tormenta tropical, el milagro puede ocultar una estafa, el cielo
convertirse en infierno y la capital
musical de este país puede ser cualquier
rincón donde un grupo de personas se empecinen en ponerle ritmo y voz a sus
dichas y desventuras.
De modo que, en lugar de una
definición, les ofrecí una colección de
rostros y voces, porque una
ciudad es eso: un juego de voces y rostros que, empujados por el azar o
la esperanza, se dan cita en el tiempo y el espacio para desvanecerse después
en un incesante ir y venir del que sólo puede rescatarlos la memoria.
Y esto último demanda mucho más
tiempo del que se necesita para fabricar una frase efectista.
Cuando les dije que Pereira había
sido fundada por primera vez tres siglos antes del 30 de agosto de 1863, la
fecha establecida para los festejos oficiales, abrieron unos ojos así de
grandes.
Y ese es el mejor síntoma de que
se ha encendido la chispa de la curiosidad. De ahí en adelante, los chicos no
pararon de hacer preguntas.
Les inquietaba saber por qué
desapareció Cartago Viejo y para dónde
se fueron sus habitantes.
Dicen algunos cronistas que, como
en las páginas de la novela de José Eustasio
Rivera, “se los tragó la selva”.
Luego les conté que el relato de
la colonización antioqueña era, en todo caso, una verdad a medias, porque al
territorio ubicado entre los ríos Otún y Consota llegaron caucanos, negros,
indígenas y más tarde, algunas familias palestinas, judías y siriolibanesas expulsadas de sus aldeas en el Medio Oriente por
guerras seculares y asaltos coloniales.
Aproveché la ocasión para
hacerles un relato de otra avanzada de
inmigrantes: la de los futbolistas
paraguayos llegados a Pereira
desde el inicio del primer torneo colombiano, hasta finalizar los años ochenta
del siglo XX.
Como sucede en todos los rincones
de la tierra, el fútbol tocó una fibra
esencial de esos muchachos.
Puestos en ese terreno, no me
fijé en gastos para narrarles la epopeya de Roberto Vasco, un arquero diminuto
que “Volaba de palo a palo”, para
utilizar una frase cara a la poética de los narradores de fútbol. Les
mencioné - cómo no- que una tarde de
1971, el paraguayo Apolinar Paniagua dejó sin pan ni agua a Otoniel
Quintana, un portero que llevaba una
docena de juegos con la valla invicta.
Y, claro, evoqué el grito de
batalla de Isaías Bobadilla, un
defensor central duro y afilado como el pedernal, cuya consigna era “Pasa el balón, pero no pasa el rival”.
Pero como no sólo de fútbol vive
el hombre les recomendé – por si algo- la lectura de “Estaba
la pájara pinta sentada en el verde limón”, la novela en la que Albalucía
Ángel desvela los muchos rostros y las muchas voces de una Pereira que a
partir de 1948 empezaría a recibir racimos enteros de familias
desgajadas desde sus pueblos y veredas por los embates de la violencia entre
liberales y conservadores.
Con esos rostros y esas voces, más los que siguieron llegando, se alimenta el rumor de sangres que le dan vida a la ciudad como otros afluentes de los ríos que la circundan.
Ese rumor brota en el pregón de
los vendedores de chontaduros y en el grito de los que ofrecen baratijas en las
esquinas. Alienta en ese caudal de
músicas de todos los géneros imaginables que
se escuchan por donde uno pasa.
Brilla en la piel de negros,
indígenas y mestizos cuando les pega de
lleno el sol del mediodía. Corre por la
espalda de los varios miles de
venezolanos que van y vienen por las calles en una especie de reflujo de la marea que condujo a
tantas familias pereiranas hacia Caracas
o Maracaibo a partir de los años
sesenta.
A esa altura del camino, uno de
los muchachos recordó que tenían que
llevarle la tarea a su profesor: la frase aquella de marras.
-¿Y entonces, qué le llevamos al
profe? Preguntó Camilo, toda una
urdimbre de piercings en nariz y orejas.
-“ Pasa el balón pero no pasa el
rival” contestó- lapidario- Sebastián, agitando su pelambrera roja y se
alejaron pateando piedras calle abajo.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
Por lo visto eso de la 'ciudad de la eterna primavera' es un cliché universal que para algunos publicistas y otros promotores es lo más original en este mundo. Llega septiembre, y coincidiendo con el aniversario departamental, aquí en Cochabamba ya debemos alistar las orejas para la lluvia de estereotipos que se oirán en la televisión y otros medios, empezando por la socorrida frase de "capital gastronómica de Bolivia" que será repetida hasta el hartazgo, y ojalá fuera de verdadera comida. Habrá que 'hacer de tripas corazón', dice también un dicho popular.
ResponderBorrarClaro, José : ese tipo de frase es multiusos y, por eso mismo, puede adaptarse a cualquier lugar donde pretendan vender alguna cosa: comida, sexo o paisajes, da igual.
ResponderBorrarHe vivido en varias ciudades de distinto tamaño y diferentes culturas, en países muy diversos.Todas tienen una frase que pretende definirlas. Unas hablan del sol, otras del vino, otras del río, otras de la cultura. La que más se me ha pegado es lo que el Doctor Samuel Johnson dijo a su biógrafo Boswell: “Quien está cansado de Londres está cansado de la vida”. Me atrajo porque no habla de una supuesta cualidad física o moral de la ciudad, sino del carácter y la vida cultural de la persona (de recursos, por supuesto) que acierta a vivir allí o a pasar por allí. Es elitista, por supuesto, pero tengamos en cuenta que Johnson fue un personaje del siglo XVIII.
ResponderBorrarMás que oportuna la cita del inefable Doctor Johnson, mi querido don Lalo, porque apunta al viejo y - a mi modo de ver- acertado tópico que habla de " El alma de las ciudades".
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