Descubrí el texto gracias al
médico venezolano Evaristo Bohórquez, uno de los miles de estudiantes formados
en Cuba durante la primera etapa del gobierno de Hugo Chávez.
Hasta hace unos días estuvo
hospedado en casa de mi vecino, el poeta Aranguren, mientras esperaba la
confirmación de un empleo en un hospital de Guayaquil, Ecuador.
Durante una larga tertulia
amenizada con ron Tres Esquinas y canciones de
Felipe Pirela, surgió el tópico del venezolano más admirado por los
asistentes.
-
Simón
Bolívar, dijeron unos.
-
El músico
Gustavo Dudamel, sentenciaron otros.
-
El
escritor Arturo Uslar Pietri,
aseguró un veterano profesor, borracho
como un corsario
-
¡Pastor López!, exclamé con una
vehemencia que dejó en silencio al auditorio.
“¡Coooñññoooo! Por allí tengo
algo que te va a gustar", respondió el médico y en el acto se dirigió a una
de las habitaciones del fondo. Esa donde el poeta Aranguren pintó un mural de
caimanes, micos y guacamayas que conviven en medio de una plantación de
marihuana.
A su regreso traía un ejemplar
amarillento de la revista Perfiles,
que se editaba en Caracas al finalizar los años ochenta del siglo anterior.
Las dos terceras partes estaban
dedicadas a una crónica perfil de “El
indio” Pastor López, ese músico excepcional que animó la vida de varias
generaciones con canciones elementales
pero cruzadas por unas cadencias capaces de hacer dulces las penas más amargas.
El texto estaba firmado por un autor llamado
Christian Martínez, que para la época contaba veinticinco años, según la breve reseña biográfica publicada al final
de la crónica.
En su relato, Martínez cuenta que acompañó a Pastor López y
su banda durante una gira decembrina por veinte ciudades grandes, medianas y pequeñas de Colombia
empezando, cómo no, por Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, hasta finalizar en los Carnavales
de Blancos y Negros en Pasto.
En el recorrido todos, empezando
por el cronista, pisaron a fondo el acelerador de la bohemia: rumba, alcohol,
drogas y mujeres, muchas mujeres.
Esa correría le sirvió a Martínez
para corroborar una vieja intuición: que los hombres buscan la fama porque
siempre llega acompañada de sexo.
“El cronista se comió a más de
una a cuenta de la fama de Pastor López”
dijo el médico Bohórquez .
A continuación empezamos a leer
el texto, turnándonos para hacerlo en
voz alta.
Dueño de un estilo exquisito y de
un ritmo heredado de las canciones de la Billo´s
Caracas Boys, Christian Martínez describe paisajes, lugares, ambientes,
rostros, sabores y formas de bailar,
mientras intercala apreciaciones sobre los estados de ánimo del músico, a
menudo bastante alejado de la dicha
perpetua sugerida por su cancionero.
“El indio vivía una pena de amor perpetua” leímos en uno de los
capítulos de la crónica.
“El asunto es sencillo: como en cada lugar tenía mínimo una novia,
resulta que siempre había sido abandonado o estaba a punto de ser abandonado
por alguna. Y aunque a muchos les resulte inconcebible, a todas las amaba y les
entregaba lo mejor de sí mismo, aunque fuera durante esa clase de eternidad que
mediaba entre un concierto y otro”.
El relato me devolvió de golpe
una imagen del final de mi adolescencia: un hombre de tez morena, parado en la
puerta del Hotel Soratama, ubicado en la Plaza de Bolívar de Pereira.
Lo recuerdo ataviado de una
manera bien singular: camisa roja estampada de flores de todos los colores,
pantalón amarillo, mocasines blancos sin calcetines y enormes anillos dorados en todos los dedos de
las manos.
A cada mujer hermosa que pasaba- y, por lo visto, todas le
parecían hermosas- le obsequiaba un piropo.
Unas se sonrojaban, a otras
parecía indignarlas, y a veces algunas cruzaban la puerta del hotel y abordaban
el ascensor rumbo a las habitaciones del cantante.
Dulce colegiala
Reiniciamos la lectura de la
crónica con un fragmento en el que Martínez pone a prueba su destreza
narrativa.
“Un año antes de la gira en la que lo acompañé, Pastor López sedujo a
una quinceañera, hija de un ganadero de Montería. Uno de esos patriarcas que no
dudan en pistonearse a la hija del vecino pero están dispuestos a matar si les
tocan la propia.
“Cuando el padre se enteró, el cantante ya estaba fuera de Colombia.
Con paciencia de padrón vengativo esperó
su regreso a Montería. Al llegar el día
del concierto, desde muy temprano comisionó a dos de sus guardaespaldas con la
orden expresa de matarlo y escapar luego rumbo a
San Andrés, donde podrían vivir a todo timbal durante una temporada.
“En efecto, los pistoleros
entraron desde muy temprano al lugar donde se realizaría el concierto.
Muy pronto escogieron pareja, bailaron y se emborracharon. A la madrugada
se acercaron a la tarima… pero a pedirle
autógrafos al autor de Colegiala. Dice
la leyenda que esa canción la compuso a la adolescente morena que durante años
lo visitó en sueños en las habitaciones
de hotel donde acababa de ponerle fin a su último romance”.
Dice Martín Caparrós que un gran
cronista es un gran mentiroso.
No sé si Martínez lo sea, pero
recuerdo a un par de mujeres, vecinas del barrio Corocito de Pereira, que presumían de haber amanecido en los brazos
de Pastor López. A modo de prueba,
exhibían dos de esas viejas fotografías
Kodak en las que el cantante las besaba
mientras alzaba una copa que daba destellos ambarinos.
A lo mejor no fueron tantas
mujeres, pero si las suficientes para inspirar la canción que le dio
título a la crónica: “Tantas caleñas tan
lindas que hay…”.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
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