Imaginemos la final del mundial de fútbol Catar 2022,
suponiendo que para esas fechas las
turbulencias en el Medio Oriente no hayan mandado el negocio al carajo.
Para variar, el partido final lo disputan Alemania y
Argentina.
Minuto 90 del segundo tiempo. Un Messi ya otoñal y algo cansino le lanza desde el medio
campo un pase preciso a un Lautaro
Martínez exuberante que se da vuelta y
vence a Ter Stegen.
Los argentinos asistentes al estadio y los devotos de la
gloriosa albiceleste regados por el mundo
traspasamos las puertas del delirio: el gran Lionel se despide del
fútbol alzando el único trofeo que le faltaba.
Pero los dioses son crueles y alevosos. Ya lo dijo Héctor
Marcó, autor del tango Tu íntimo secreto:
“La dicha es un castillo/ con un puente
de cristal”
En este caso, las divinidades del fútbol encarnaron en una
entidad ominosa que ostenta el extraño nombre de Mister Var: Video Assistant Referee.
El juez del partido ha hecho
el gesto que dibuja con los dedos una pantalla en el aire: la señal del
juicio final.
La felicidad ha sido puesta en suspensión.
De ahí en adelante los segundos se estiran, se dilatan, se detienen: así debe
ser el momento que precede el ingreso a
los infiernos.
Los alemanes celebran echándose al coleto barriles enteros
de cerveza y devorando enormes salchichones tan
rojos y gordos como sus cuellos de buey.
Entre tanto, los
devotos de la Argentina sollozamos, puteamos,
bajamos a los infiernos y morimos.
Ya adivinamos el desenlace. Al fin y al cabo nos gusta el
tango y bien sabemos que esa es una música de pesimistas.
Y… cuidado. A menudo suicidas.
Y homicidas también: lo siento en mi corazón cuando este
tipo de apellido ucraniano señala que el
gol se anula.
Se anula, cabrones ¡Por todos los hijos de la gran puta de
este planeta!
Mister Var lo ha dictaminado : los análisis de
video han determinado que al momento de
puntear el balón, la nariz de Lautaro-
esa criatura mitológica con nombre de guerrero araucano- estaba adelantada un
nano milímetro con respecto a la oreja del defensor alemán.
Así que el juego sigue cero a cero.
No les cuento el final porque todos ustedes tienen buena
imaginación.
Me consta.
El cuento es que el tal Mister
Var le asestó la estocada final a lo poco
que de magia, error y azar le
restaba al fútbol.
Y no es poca cosa: de magia, error y azar están hechas las
cosas esenciales de la vida.
El resto es burocracia, tramitología, formas. Vacío en
estado puro.
El esperpento tiene dimensiones cósmicas: a
partir del advenimiento del Video Assistant Referee Dios ha sido puesto en duda
una vez más. Ya no puede hacer goles con el pie y mucho menos con la mano,
porque se los pueden anular.
Tampoco puede volar de palo a palo para sacar balones imposibles,
encarnado en criaturas aladas que antes respondían a los nombres de Raúl Navarro, Lev Yashin,
Amadeo Carrizo, Ubaldo Fillol, René Huguita y hoy se llaman Franco Armani,
Buffon, Ter Stegen, qué se yo.
Cuando la pelota, arañada por sus manos divinas, ya esté
fuera del campo, las imágenes
demostrarán que antes de salir hizo una leve parábola en el aire y se
introdujo, caprichosa, en la red.
Por lo tanto, es gol del rival.
A esta altura del juego solo nos queda recitar a un cielo
ciego, sordo y mudo los versos de don César Vallejo: “Hay golpes en la vida/ tan fuertes/ yo no sé”.
El gran Lionel se despedirá del fútbol sin alzar la copa
mundo y la envidia de sus enemigos se lo enrostrará por el resto de la vida.
Pero qué le hacemos, si en estos tiempos de vigilancia y
control ni el fútbol escapa a los asedios del
Gran Hermano.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
Lo del Var no puede seguir así. Es imprescindible una reforma en su aplicación. Por ejemplo, un margen de tolerancia en los offsides, de 15cm, digamos. Si el offside es menos de esa medida, se admite la decisión original del árbitro. De otro modo, terminará por imponerse otro tipo de injusticia, la del agrimensor enloquecido.
ResponderBorrarUsted lo acaba de anotar, mi querido don Lalo : lo del "agrimensor enloquecido" pone este asunto justo en el territorio del universo kafkiano.
ResponderBorrarSólo faltaba eso para reducir el fútbol a una ecuación burocrática.
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