El camino de regreso
Cada año, por noviembre, Luis
Eduardo Marín, comerciante de frutas y verduras en Corabastos, parte desde Bogotá a las dos de la madrugada en compañía de Lucía
su mujer, de Julián y Lorena, sus hijos,
además de Paco y Luna, un perro y una gata que se acomodan en la parte de atrás
de su campero Land Rover.
Van en busca de un pueblo anclado en una de las estribaciones de
la Cordillera Occidental, fundado poco más de un siglo atrás, en unas
tierras que una vez fueron habitadas por los indios Umbrás.
Mejor dicho: su mujer, sus hijos,
el perro y la gata lo acompañan en busca del paraíso perdido de su infancia,
transcurrida en una vereda llamada El Tigre,
ubicada a tres horas de caminata desde la cabecera municipal.
A esa vereda, recuerda Luis Eduardo, llegaba el acordeonista belumbrense Alberto Laverde a mecer con los acordes de su instrumento las nostalgias bohemias del vecindario.
Antes de llegar a su destino
tendrán que bajar hacia las planicies
ardientes del Tolima. Luego de pasar por
Cajamarca toman la empinada cuesta hacia el Alto
de La Línea, tan célebre por sus
trancones monumentales como por las
hazañas protagonizadas en su cumbre por héroes del ciclismo del talante de
Ramón Hoyos, Cochise Rodríguez,
Lucho Herrera o Nairo Quintana.
Al pasar por Armenia Luis Eduardo empieza a sentirse en casa: hasta aquí viajaba en tren con sus
padres a visitar a sus parientes Rosario
y Lorenzo, desterrados de su vereda durante los días cruentos del Corte de franela y otras
atrocidades perpetradas por la chusma
durante los tiempos de la violencia liberal conservadora.
En esa estampida, Alejandrino y
Purificación, los padres de Luis Eduardo, fueron a parar a una barriada
miserable en el sur de Bogotá.
Ellos, que habían descuajado
montañas con sus propias manos y
convertido un erial en una próspera finca de café y ganado.
Luego de un almuerzo en Pereira buscan la ruta hacia La Virginia y
emprenden una breve travesía por entre los cañaduzales que surten al Ingenio Risaralda. A la altura de Remolinos cruzan el puente y entonces al
jefe de la familia le da un vuelco el corazón: allá arriba en las fincas
cafetaleras y en los plantíos de plátano se ven los guayacanes que a la
menor ventisca se arremolinan en
una danza de flores doradas, lilas,
blancas y rosas.
No por casualidad su pueblo es
conocido como La villa de los Guayacanes.
Disfrutando esa fiesta de colores
el hombre siente que solo por eso vale la pena emprender cada año el camino de
vuelta a casa.
Más tarde, una vez ya instalado con los suyos en algún
hostal, activará el ritual de recorrer la plaza y las calles tratando de
reconocer algún compinche de estudios en la
Escuela Santander, o el rostro de una muchacha de la que estuvo enamorado
cuando se encontraba con ella haciendo
fila para entrar a matiné en el teatro
de Domingo Moscoso.
Quien sabe, a lo mejor ese amigo
es el hombre de panza cervecera que
contempla la llovizna como si fuera una materialización del tiempo perdido.
Tal vez la mujer amada sea esa
abuela que se distrae comprando globos
de colores para sus nietos.
De golpe, recuerda el título de
una película que lo sobrecogía de terror y lo obligaba a doblarse en la silla, resignado a recibir el
golpe mortal: Santo, El Enmascarado de
Plata, contra las momias de Guanajuato
Belén de Umbría, su pueblo,
celebra sus fiestas aniversarias en noviembre. Aunque, como sucede con todos
los pueblos de la tierra, una es la fecha de fundación en las leyendas, otra la de sus primeros
asentamientos y otra muy distinta la de los hechos administrativos.
Con el perro andariego
De acuerdo con las primeras crónicas, por aquí
anduvieron los Umbrás, los Andicas, los
Chápatas antes de que las huestes de Jorge Robledo bajaran desde Antioquia para adentrarse en
estos territorios en busca de las minas de oro que siempre estaban un poco más
allá de la leyenda.
Por los caminos del
conquistador llegarían tres siglos
después los primeros colonos seguidos por el perro andariego que hoy ya es parte de la mitología de esta zona.
Fue el 10 de agosto de 1890 cuando entre esos andariegos cobró
forma la idea de fundar un pueblo que
les permitiera poner fin a sus afanes. Dicen que fue don Antonio María
Hoyos el hombre al que se ocurrió la
idea.
También estaban José María
Londoño, Isidro Flórez, Benancio Parra, Santiago Velásquez, Víctor Impatá,
Manuel Betancourth y Manuel Hoyos.
Ellos y otros tantos cuyos
nombres se han perdido en la desmemoria formaron la primera junta pobladora.
Con el auspicio del párroco Pedro Orozco
se dirigieron a la prefectura de
Riosucio, que a su vez se encargó de gestionar
ante la gobernación de Popayán lo concerniente a su paso de caserío a corregimiento.
Para esa fecha de 1890 al Inspector de Policía Pío Ramírez le correspondió la
tarea de gobernar esa aldea habitada por cuatrocientas personas, resultado de
los primeros cruces entre los colonos paisas y los indígenas originarios.
Pasaron veintiún años, hasta que
el 27 de abril de 1911 la Asamblea de
Caldas expidió la ordenanza mediante la cual se creó el municipio de Belén de
Umbría.
Como cada año, en noviembre de
2017 los descendientes de esos pioneros se dan cita en el pueblo para reconocerse continuadores de una empresa que no solo ha sobrevivido a las arremetidas
del infortunio, sino que hoy la tiene como la localidad de mayor dinamismo
económico y social en el occidente de
Risaralda. De hecho, Belén de Umbría es
hoy el mayor productor de café en el
departamento y ocupa uno de los primeros lugares en el concierto nacional.
Aparte de eso, algunos
emprendedores han desarrollado todo un frente económico alrededor del plátano.
La prueba visible son las
plantaciones que se ven al fondo. El viento de la tarde sacude las hojas
húmedas y deja ver los racimos opulentos.
“Hace veinte años, pa disfrutar plátanos de ese tamaño había que viajar
hasta Pueblo Tapao, en el Quindío”, grita un finquero a modo de declaración
de principios y completa la faena
bebiéndose una botella de cerveza de un solo trago.
¡Salud! Le dice a su caballo, amarrado a la puerta del bar y el animal le responde
con una serie de relinchos entusiastas.
Breve encuentro
A las nueve de la noche del
sábado la fiesta alcanza su máximo furor. La plaza principal de Belén de Umbría
es la expresión sonora de lo que en el mundo de
la música se conoce como la onda crossover: vallenatos, reguetón, salsa,
baladas, rancheras, corridos, cumbias, despecho, carrilera, boleros, tangos,
valses, pop, y unos cuantos géneros más forman una masa compacta de sonidos que abrazan a la
multitud y elevan la temperatura del ambiente
de por sí enfebrecido por el licor que corre a chorros desde un
dispensador inagotable.
Desde su reino de siglos, la estatua de Simón
Bolívar los contempla. Por un momento
pareciera que quiere bajar de su pedestal para sumarse a la rumba.
En un café de la esquina una
panda de viejos amigos celebra el reencuentro
alrededor de una garrafa de aguardiente. Miguel, que vive en
Barranquilla donde regenta un almacén de repuestos. Gabriel, residenciado en
Palma de Mallorca, ha venido porque su
mujer española quería conocer ese pueblo
al que los relatos de su marido a la hora de la cena acabaron por convertir en leyenda.
Belén, por los pesebres y Umbría por
la región donde nació san Francisco de Asís.
O por los indios Umbrás que habitaron la región.
Los hijos de esta tierra no acaban de ponerse de acuerdo al respecto.
Porque también se llamó Mocatán.
Y Arenales.
Bueno, a la mesa también está sentado Rafael, que comercia con pescado
seco del Amazonas.
A estos tipos con nombre de arcángeles solo le falta
el Ángel de la Guarda para
completar una buena delantera.
Porque a esta hora hablan de
fútbol y, entonces, un auditorio empieza a congregarse a su alrededor.
Gabriel alza el dedo índice de su
mano derecha y empieza la homilía:
“En Belén tuvimos uno de los mejores futbolistas del país en su momento.
Solo que para la época no había tanta televisión, ni publicidad, ni
empresarios. Pero si le hubiera tocado hoy, estoy seguro de que habría
terminado jugando en un equipo europeo.
Yo he visto jugar en España tipos troncos
por los que pagan millones de euros y a los pocos meses los devuelven pa la casa.”
Gabriel habla de Hugo Sánchez,
claro. Un futbolista nacido en Belén de
Umbría que desató procesiones fervorosas
cuando llegó a jugar en el Deportivo Pereira. Era uno de esos punteros
habilidosos que ya no se ven. Igual que
cuando jugaba en los potreros de su
pueblo, hizo estragos en las defensas de los equipos profesionales de Colombia.
En Barranquilla hizo recordar a Caldeira. Sus gambetas hicieron que en Medellín
los hinchas del Atlético Nacional evocaran a Víctor Campaz. En Bogotá los
seguidores de Millonarios lo sufrieron una tarde entera y, para conjurarlo,
hicieron que los directivos lo contrataran.
Pero, como tantos otros futbolistas con raíces demasiado profundas,
Sánchez no resistió la capital y se regresó a Pereira, donde le bastaba una
hora y media para reencontrarse con
los que amaba.
Y ese fue el comienzo del fin de sus días de gloria.
Viviendo en el pasado.
Lucía, la esposa de Luis Eduardo
Marín, es bogotana. Sus hijos, al igual
que el perro y la gata, también nacieron allí. Pero todos disfrutan viéndolo
recorrer las calles con el aire embelesado de un niño en una feria. Más que con
el sabor, viaja a otra dimensión de su
vida aspirando hondo el olor de las
empanadas con ají. Unos pasos más adelante se queda mirando, atónito, a un viejo centenario que camina apoyado en
un bastón de palo de café, en el que
cree ver a su profesor de primaria. Pero la voz de Julián lo devuelve de golpe
al presente:
“¿No nos dijiste que ese
profesor había muerto en un accidente?”
Vencido, Luis Eduardo decide
llevarlos a conocer el Museo Bolívar.
La familia en pleno, incluidos el perro y la gata, lo acompaña, solidaria,
hasta la finca La Arboleda, donde
ahora está emplazado el museo.
Durante el recorrido les cuenta
que todo empezó con la llegada de don Eliseo Bolívar a san Antonio del Chamí,
hoy corregimiento de Mistrató. Había
partido de Jericó, Antioquia, siguiendo
la ruta colonizadora que conducía hacia el Chocó. Años después se trasladó al caserío de Arenales, donde fue parte de la
junta fundadora.
“Como era muy inquieto por las artes,
se dedicó a coleccionar toda
clase de cosas que después se volvieron
importantes para conocer la historia del municipio. Además escribió crónicas sobre la fundación del pueblo” les contó Luis
Eduardo mientras tomaban aire antes de emprender la cuesta final.
Allí mismo les dijo que el actor
Pedro Montoya, célebre por su
encarnación de Bolívar en un seriado de televisión, había nacido en
Belén de Umbría un 10 de octubre de 1948
“El museo como tal fue creado en 1942, gracias a la iniciativa de su
hijo Carlos Bolívar. Fue él quien lo convirtió
en un lugar organizado. Luego de su muerte en los años ochenta sus herederos, la familia Gil Bolívar, se encargó de conservarlo.”
En esa casa finca que data de
1894, los recuerdos de Luis Eduardo
conducen a su familia de la mano por unos salones donde se encuentran,
como si se acabara de instalar allí, con el piano donde se compuso el himno de
Belén de Umbría.
También está la biblioteca, que
llegó a contar hasta con cinco mil ejemplares, entre los que destacan libros de
ocultismo y masonería, así como las obras de Vargas Vila.
Y eso en una sociedad gobernada
con mano de hierro por el clero y por el Partido Conservador, que desde esos días son como decir la misma cosa.
“Y lo más importante: - y
los señala con el índice- aquí están
estos ejemplares que pertenecieron al
virreinato de la Nueva Granada y otros que dejó el general Tomás Cipriano de
Mosquera cuando estuvo por estos lados”
A
Luis Eduardo no le cabe el orgullo en el cuerpo cuando comparte esas
joyas con los suyos. Y eso que les falta
visitar El Salón de Antiguedades Paisas y El Salón de Arqueología, donde se cruzan los caminos de los
pobladores indígenas de la zona y los colonos llegados del sur de Antioquia con
los que se amalgamarían después.
De regreso a la plaza
principal no dejan de advertir la
cantidad de negocios que han florecido en Belén, a resultas de los
recursos provenientes del café y el
plátano, y también de las remesas de quienes a partir de los años sesenta del
siglo veinte emigraron a Venezuela, a Estados Unidos, a España, a Inglaterra y
Australia. Almacenes, boutiques, restaurantes, bares, distribuidoras de
productos agrícolas, bancos y puntos de
venta de teléfonos celulares les dan a
sus calles el aspecto de uno de esos distritos comerciales de Nueva
York, San Francisco o Miami que antes
solo se veían en las películas.
Cosas de la globalización, recitan algunos.
O de la pura necesidad, replican los más escépticos.
La última travesura.
Es el último día de las fiestas
aniversarias en Belén. Ya han partido
casi todos los que llegaron desde lugares muy lejanos. Solo quedan los
residentes en Pereira y municipios cercanos como Anserma o Riosucio.
Pero Luis Eduardo ha insistido hasta
el final porque quiere permitirse una última travesura. Después de regatear el
alquiler durante un buen rato, ha conseguido que lo dejen conducir uno de esos
viejos camperos Carpatti que prevalecen
solo en Belén, desafiando el reinado ejercido por los Willys en el resto
de la zona. Cuentan que un político de Pereira que fue embajador en Rumanía
aprovechó sus nexos con una
familia poderosa del pueblo y se dedicó a importar esos camperos que hoy siguen
transitando con su carga de hombres, mujeres, niños , víveres y bestias por
unos desfiladeros que harían dudar al más avezado de los animales de carga.
Durante dos horas, sentado al volante del Carpatti alquilado, Luis Eduardo Marín,
Ingeniero Agrónomo y comerciante en
Corabastos, desanduvo los meandros
de su propia memoria en compañía de Lucía, Julián, Lorena, Paco y Luna.
Lugares como Guayabal, La Planta, La Selva y El Tigre le devolvieron el aroma
de la pulpa del café, de los fríjoles con coles hirviendo en los fogones de
leña, de las astromelias en sus tiestos,
de la pelambre mojada de los perros, de la boñiga fresca de las vacas y del
cagajón humeante de los caballos.
De vuelta, empezó a subir el equipaje de los suyos al Land
Rover con parsimonia deliberada. Quería gozar cada minuto antes del viaje de regreso
que los llevaría por La Virginia, Pereira, Armenia, La Línea, Cajamarca e Ibagué, antes de cruzar la llanura ardiente que precedería su
ascenso hacia Bogotá.
Después de todo, tendrá que
esperar un año antes de volver a la
sombra de los guayacanes en flor.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=4KpPcNndcm4
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: