Caminos de hierro y agua.
A sus
noventa años Aurelia Moreno evoca los
días en que barcos de mediano calado recorrían las aguas del río Cauca llevando
y trayendo mercancías en un surtido que
iba desde las alpargatas de fique y los machetes para tumbar monte, hasta
pianos alemanes que adornaban las mansiones de los nuevos ricos surgidos a la
luz de un intercambio de bienes que incluían el transporte de café de
exportación hasta el puerto de Buenaventura.
“Uno de esos
hombres era don Francisco
Jaramillo Ochoa, dueño de tierras por
estos lados, aparte de importador y exportador. Era tanta su riqueza que hasta
tuvo un puerto propio para recibir y
despachar sus mercancías”, dice Aurelia, diente de oro, tabaco ardiendo entre sus dedos índice
y pulgar, la cabeza envuelta en un turbante rojo y amarillo que le da un aire
de andar envuelta en llamas.
Durante dos
terceras partes del siglo XX por este puerto se llegaba a Medellín y a la costa
Atlántica. También a Buenaventura, con todo el dinamismo económico y social que
eso implica. Por el Mar Caribe y el Océano Pacífico cruzaron los
barcos que transportaban el café, la quina y los minerales, al tiempo que
acarreaban los prodigios de la Revolución Industrial desde Liverpool,
Hamburgo o Marsella. La Virginia estaba
situada justo en un cruce de caminos de
tierra, agua y hierro: mulas, automóviles, trenes y barcos pasaron por
aquí dando lugar a un mestizaje en el que los acentos regionales, las músicas, las gastronomías y
las prácticas religiosas daban lugar a
una manera singular de ver el mundo.
Entre los
portadores de ese legado estaban los padres de Aurelia, Sinforoso Moreno y
Carlina Marín. Partieron desde
Bolombolo, siguiendo la ribera del río Cauca allá por 1925, durante los años finales de la
hegemonía conservadora. Sus únicos bienes eran un par de mulas, un perro y un puñado de semillas de maíz y frijol para plantar en algún recodo baldío
donde pudieran armarse un rancho.
En estas tierras
vino a nacer Aurelia, en un mayo
lluvioso de 1928. Después llegó una docena de hijos que se llamaron Fabiola,
Edelmira, Genoveva, Magdalena, Ruperto, Oriol, Gildardo, Rocío, Miguel,
Bernardo, Agustín y Belarmino. Con el paso de los años, excepto Aurelia, todos
se dispersaron por los pueblos de la cordillera o se adentraron en las selvas
del Chocó en busca de minas de oro, siguiendo la ruta de Pueblo Rico.
“Cuando mis padres llegaron encontraron familias de
muchos lugares del país. De la costa, de Urabá, de Nariño, del Valle del Cauca,
de los llanos y de los santanderes. Todos
se sentían atraídos por un lugar en el que era fácil moverse y hacer
negocios. Mi papá contaba que por esos días se cruzaron con los primeros
comerciantes turcos, llegados a Colombia
por el camino de Barranquilla y de
Buenaventura, que iban de pueblo en pueblo vendiendo telas. La mayoría
de ellos se quedaron en Pereira y Cartago, formando familias con mujeres
nacidas en esos lugares”.
Para antes del tiempo
Pero ya estábamos en la segunda década del siglo
XX. El de las revoluciones políticas,
culturales y tecnológicas. Siglos atrás, por aquí se movían las tribus ansermas
y apías que una vez chocaron con los conquistadores que seguían el camino
desde Santafe de Antioquia hacia las
ardientes planicies del Valle del Cauca. A resultas de esa avanzada surgieron
grandes haciendas que utilizaban esclavos como mano de obra fuerte y rendidora.
De esas
haciendas escaparon hombres y mujeres,
formando los primeros enclaves cimarrones de la zona. Dicen los cronistas que
fueron ellos quienes les dieron nombres como Nigricia y Sopinga a estos
territorios que después se llamaron La
Bodega y La Virginia.
En esos anales
se data a 1905 como el año del primer asentamiento con tintes de poblado. El ya
mencionado Francisco Jaramillo Ochoa, acompañado de Pedro Martínez, Leandro
Villa y Pioquinto Rojas lideraron ese
primer intento, que con el paso de los años daría lugar a barrios bautizados con nombres como La Playa,
San Cayetano, Restrepo, Buenos Aires,
Pedro Pablo Bello, Libertadores y Balsillas.
Por lo demás,
muchos de esos barrios fueron fundados por
personas que llegaron a trabajar
en la construcción de la carretera que conduce a Medellín.
La misma
carretera por la que se propagarían mitos como La mula de tres patas, El árbol
del terror, El pez dorado, San Juan pescador, Un pez gigante, y La taconera, la mayoría de ellos surgidos en el fértil y
tantas veces trágico diálogo de los colonizadores con el río.
El pueblo y la
ficción.
Para el escritor Bernardo
Arias Trujillo, Sopinga es el lugar donde la mañana ostenta “sus
alas de colores en arcos luminosos”. En ese tono exaltado por la
contemplación del paisaje está narrada
su novela Risaralda, el más visitado
instrumento de ficción cuando alguien quiere aproximarse a la esencia de lo que
ha sido La Virginia, tanto en su aspecto mítico como su devenir histórico.
En esa
encrucijada entre la historia y la
ficción se entretejen las vidas de Pacha Durán, Francisco Jaramillo Ochoa, Juan
Manuel Vallejo y Carmelita Durán, los protagonistas centrales de esta historia
en la que, siguiendo acaso la ruta trazada por José Eustasio Rivera en La
Vorágine, el paisaje deviene elemento central, escenario y detonante de las grandes
decisiones individuales y colectivas.
Intereses
económicos y grandes pasiones se despliegan en un territorio donde La
Canchelo es a la vez metáfora
de esta tierra feraz y arquetipo de las mujeres que en la segunda década del
siglo XXI van por las calles calcinadas
por un sol mordiente, mientras las nuevas
formas de la violencia aguardan agazapadas a la vuelta de cualquier
esquina.
Viejo farol que
alumbraste mi pena
Desde estas
mismas calles el ebanista Luis Ramírez creó para el mundo un cancionero capaz
de narrar el desarraigo en muchos ritmos y en distintos idiomas. Anclado en La
Virginia, donde hoy lo honran con una estatua erigida en el parque principal, El caballero Gaucho supo como nadie
expresar el sentido profundo de la denominada Música de carrilera. En sus tonadas se recrea una épica de
comerciantes ávidos y de hembras
indómitas. De antiguos cimarrones y de colonizadores que dejaron sus tierras y partieron en busca de una
aventura con nombre propio: La Virginia. Esa visión de hombres y mujeres en perpetuo tránsito le dio material para
sintetizar en unos versos el estado de alma de los andariegos para quienes la
vida toda es una carrilera: “Por ti dejé tras de mí/inciertos pasos/ el
cariñoso hogar donde viví/ dejé mi tierra y mi plantío/ y el viejo tambo donde
nací/ dejé mi raza y mi bohío/ todo lo mío / por verte a ti”.
El puente cuenta historias
Fue el 24 de julio de 1928, el año en que nació
Aurelia Moreno, cuando se inauguró el
puente Bernardo Arango, para unir los
municipios de Pereira y La Virginia, sobre las aguas del río Cauca.
Desde entonces, esa estructura que hasta hace poco
amenazaba ruina, ha atestiguado en
silencio las transformaciones vividas por la región y el país. Para empezar, su
cableado de acero se agitó con los primeros indicios de una violencia política
gestada en los tiempos de la Guerra de los Mil días, acrecentada durante las pugnas entre liberales y
conservadores, para reavivarse en los
años ochentas con el reinado de los narcos que encandilaban a las mulatas,
compraban los mejores predios y amenazaban incluso con apoderarse
de uno de los emblemas del más reciente dinamismo económico regional: el Ingenio Risaralda.
“Fueron esos los días en que ya no bajaban por sus
aguas cardúmenes de peces sino cuerpos de personas asesinadas y a menudo mutiladas”, dice en su casa de La Virginia el poeta, ensayista, cuentista y
maestro Hernando López Yepes. El
hombre tiene razones para saberlo: durante muchos años ha auscultado las
pulsaciones secretas de su gente, al tiempo
que el olfatea el cielo y escudriña las aguas del río en busca de una
señal renovadora.
Asegura que,
hasta ahora, todo ha sido en vano. La Virginia pertenece a la estirpe de los pueblos que aparecen en
las novelas de Faulkner: estacionados en las orillas del tiempo y ahogados por
un calor sin tregua, aguardan- igual que sus habitantes sentados en
sillas de baqueta- que la más
leve brisa sea el anuncio de una nueva forma de redención.
Aparte de
conectar dos poblaciones, al agilizar el intercambio comercial, el puente
Bernardo Arango facilitó el contacto con
Medellín, uno de los centros de acopio para los
negociantes de Pereira y de los municipios de lo que hoy son los
departamentos de Risaralda, Caldas y Quindío. Esas circunstancias empezaron a
consolidar a Pereira como el gran punto
de operaciones comerciales, sentando las condiciones para que en la década del sesenta se crearan los mencionados departamentos.
Atravesando esas
puertas llegaron a La Virginia Olinda y Miguel, dos nigerianos que
adoptaron esos nombres para hacerse
pasar por chocoanos llegados desde lo
más hondo se la selva, según ellos desplazados por una nueva avanzada de
colonizadores paisas atraídos por el
negocio de la madera y las minas de oro. Aurelia Moreno los recuerda bien.
“Eso fue por los días en que Fidel Castro llegó a
gobernar a Cuba. Lo recuerdo porque al principio pensé que Olinda y Miguel venían huyendo de ese país. Las únicas
palabras que pronunciaban era buenos días y gracias. Como eran los guapos pa
trabajar la tierra les dimos albergue en
una pequeña parcela que mis hermanos tenían en el camino hacia Belálcazar.
“Muy pronto descubrimos que eran grandes pescadores.
Compramos anzuelos, sebos y atarrayas y los pusimos a trabajar en compañía:
mitad y mitad de las ganancias. Trabajando
como pescadores se hicieron a unos ahorros y un día nos dijeron que
seguían hacia Ecuador, en busca de unos familiares que habían entrado por Brasil. Fue en ese
momento cuando nos dijeron que eran nigerianos, pero yo todavía no alcanzo
a ubicar bien ese país, aunque mis
nietos, bisnietos y tataranietos me lo muestren en internet. Por eso prefiero
seguir pensando que eran cubanos”, sentencia
Aurelia, diente de oro, tabaco ardiendo entre sus dedos índice y pulgar, la
cabeza envuelta en un turbante rojo y amarillo que le da un aire de andar envuelta en llamas.
De tantas
sangres
Usted se sienta
a tomarse un café o un refresco en un lugar céntrico de La Virginia y ve pasar
el país entero: Negros de Urabá expertos
en sembrar y descuajar bananos. Baquianos de
Granada, Meta, exiliados en estas tierras donde todavía añoran los
cánticos ancestrales a la hora del encierro del ganado. Descendientes de las
madamas que un día se instalaron con sus cantinas, seducidas por el dinero que
por momentos parecía brotar de una fuente inagotable. Campesinos de La Celia,
Balboa, Santuario, Apía y Belén,
desterrados por la chusma y los “ Pájaros
“ en los días turbulentos de la violencia liberal conservadora. Por eso se
ven allá en lo alto los brazos abiertos
del Cristo de Belálcazar, erigido a por los feligreses
del padre Antonio José Valencia en un
intento por conjurar el horror.
Una nueva
corriente de peregrinos ha llegado a estas tierras ardientes. La de los
obreros que participan en la construcción de las Autopistas 4G a lo largo de ciento
cuarenta y seis kilómetros. En este caso las vías conectarán las localidades de
La Virginia y La Pintada. Las mismas que una vez estuvieron unidas por las
aguas del río Cauca y por las líneas del ferrocarril a partir de 1942.
Hace muchos años
pasaron los días de gloria de empresas como La
royal, Montoya y Trujillo y la Compañía Cafetera de Manizales, que se anticiparon en mucho a la apertura del Ingenio Risaralda en 1973,
apenas seis años después de la creación del Departamento.
También están lejos
los días en que la Hacienda Balsillas, propiedad de Roberto Marulanda, fungía
como un próspero centro de negocios para
inversionistas llegados de Pereira y Manizales.
En eso piensa
Aurelia, masticando su tabaco y sorbiendo a tragos lentos un vaso de jugo de mandarina.
Ignora que a unas cuantas cuadras de su casa el
poeta Hernando López Yepes se empeña, con paciencia de orfebre, en tejer versos como éstos:
“Mi
lora ha muerto/y me he quedado solo/el mundo que me imponen/ clava en mí su
lanza/un poco más arriba del costado.”
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=ArphFyyHJ6U
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: