En una animada conversación con regusto a café amargo, surgió de nuevo la inquietud por los riesgos que implica el activismo en los medios de comunicación en tiempos de corrección política, glorificación de las víctimas, cacería de brujas y cruzadas de todo tipo a favor o en contra de algo.
En suma, concluimos que un periodista activista no sólo tiene aire a cacofonía
sino que, a menudo, es un peligro público.
Y es que desde hace rato vivimos, como quien dice, al filo de los ismos.
Desde que las grandes ideologías pasaron a mejor vida y las religiones
trascendentes fueron reducidas a la condición de manuales de autoayuda, no han
cesado de multiplicarse por todo el planeta pequeñas sectas impulsadas por la
defensa de una causa, noble o no.
Animalistas, ambientalistas, proabortistas o anti abortistas, feministas,
neocomunistas, neofascistas, toda una legión de activistas recorre las calles
en una y otra dirección con sus carteles y consignas a menudo gastadas o
incomprensibles.
Todos ellos están hermanados por un factor común: el fundamentalismo. Es
decir, el ismo supremo, la ortodoxia en estado puro; la convicción de que se es
poseedor, no de una verdad sino de La Verdad, así con mayúsculas. Y bien sabemos que quien se cree poseedor de
La Verdad vive siempre a punto de emprender una cruzada cuyo único propósito es
mandar a la hoguera a herejes y apóstatas. El problema reside en que, cada vez
con mayor frecuencia, las hogueras y los patíbulos se trasladan de las plazas
públicas a las redes sociales, con su conocida capacidad de multiplicación.
Si bien en todo medio de comunicación subyace una declaración de principios
sustentada en un conjunto de concepciones del mundo, salvo extremos como el
comunismo, el fascismo o el nazismo, su accionar se soporta en el respeto por
la pluralidad de opiniones y la diversidad de maneras de ser y obrar.
Pero de un tiempo para acá el panorama empezó a oscurecerse. En un intento
de limpiar el alma colectiva de las
viejas culpas coloniales, con su saga de
atrocidades ancladas en el racismo y la expoliación, las democracias
occidentales engendraron el lenguaje hipócrita de la corrección política para
hacerse a la idea de que los males del mundo habían desaparecido por obra y
gracia de la pirotécnica verbal.
Fue así como un día las putas desaparecieron de las calles para ser
reemplazadas por las” Trabajadoras sexuales”, los indigentes se convirtieron en
“habitantes de calle” sin que cambiara un ápice
su situación; los negros dejaron de serlo y fueron confinados en una
tierra de nadie donde reina el prefijo “afro” ;los viejos rejuvenecieron y fueron despachados a una suerte de
País del Nunca Jamás donde se utilizan expresiones tan patéticas como “Edad
Dorada” para referirse a quienes, sin
estridencias, ya emprendimos el tránsito
hacia el ineludible reino de la muerte.
Ese fue el germen de la asepsia del lenguaje que anidó en los medios de
comunicación y muy pronto se trasladó al lenguaje político, dando paso a todo
un diccionario de eufemismos donde tienen cabida absurdos como ese de llamar “falso
positivo" a un asesinato o “retención “ a un secuestro a secas.
Desde luego, los consumidores de información no tardaron en hacer suya esa
forma de velar la realidad y despojarla por lo tanto de toda su sustancia.
Sustancia: la esencia de los seres y las cosas.
En esas aguas navegan los activismos habidos y por haber, estimulados por
editorialistas, columnistas de opinión, reporteros, presentadores, cronistas y
dueños de medios de comunicación. Hace poco hablé con un muchacho convencido
hasta los tuétanos de que un “ habitante de calle” no es un ser humano
arrinconado por la miseria, las heridas que propina la vida y por el asedio de sus propios
demonios, sino una suerte de excéntrico que un día decidió irse a vivir bajo
las estrellas en comunión con los elementos.
Con seguridad, ustedes ya se fijaron en un detalle: desde hace al menos una
década los premios artísticos y culturales, creados en principio para reconocer
y estimular el talento, son otorgados a películas, libros, documentales,
canciones y relatos que se ocupan de las causas consideradas “ nobles”. Es
decir, la creación pasó a un segundo plano: ahora se reconocen las buenas
intenciones y ya sabemos que con ellas está empedrado el camino a los infiernos.
Al caer la tarde, un profesor de sociología, atraído por el aroma del café,
solicitó licencia para unirse a la conversación. No tardó en montar en cólera cuando
se enteró acerca de qué versaba el asunto. ¿Acaso
no entienden que esos activismos son el síntoma de la buena salud de una
democracia? Exclamó mientras arrojaba en todas direcciones el aliento de
muchos cigarrillos ¿ Quién reivindicaría
entonces los derechos de los excluidos? Continuó en un tono que empezó a
parecerme leninista, no sé bien.
Y si: en principio pudo ser así. Pero la mayoría de esos discursos no tardó
en adquirir un tono agresivo y descalificador. Se percibe en la retórica de los
feminismos de línea dura que claman por llevar a los patriarcas al paredón sin
fórmula de juicio, tanto como en la actitud de esos muchachos de mirada
alucinada que, apostados a la salida de las plazas de toros, amenazan con
cortarles los cojones a los toreros y dar con ellos la vuelta al ruedo.
Viéndolos, uno no puede menos de pensar que así empezaron muchas formas de
exterminio, real o simbólico: con la redacción de un catecismo biempensante
en las páginas de un periódico o en la sección editorial de un
noticiero. Por ese camino, de a poco, nos descubrimos un día arrinconados al
filo de los ismos.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=u1ZoHfJZACA
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