martes, 9 de mayo de 2023

Al filo de los ismos





En una animada conversación con regusto a café amargo, surgió de nuevo la inquietud por los riesgos que implica el activismo en los medios de comunicación en tiempos de corrección política,  glorificación de las víctimas, cacería de brujas y cruzadas  de todo tipo a favor o en contra de algo.

En suma, concluimos que un periodista activista no  sólo  tiene aire a cacofonía sino que, a menudo, es un peligro público.

Y es que desde hace rato vivimos, como quien dice, al filo de los ismos. Desde que las grandes ideologías pasaron a mejor vida y las religiones trascendentes fueron reducidas a la condición de manuales de autoayuda, no han cesado de multiplicarse por todo el planeta pequeñas sectas impulsadas por la defensa de una causa, noble o no.

Animalistas, ambientalistas, proabortistas o anti abortistas, feministas, neocomunistas, neofascistas, toda una legión de activistas recorre las calles en una y otra dirección con sus carteles y consignas a menudo gastadas o incomprensibles.

Todos ellos están hermanados por un factor común: el fundamentalismo. Es decir, el ismo supremo, la ortodoxia en estado puro; la convicción de que se es poseedor, no de una verdad sino de La Verdad, así con mayúsculas.  Y bien sabemos que quien se cree poseedor de La Verdad vive siempre a punto de emprender una cruzada cuyo único propósito es mandar a la hoguera a herejes y apóstatas. El problema reside en que, cada vez con mayor frecuencia, las hogueras y los patíbulos se trasladan de las plazas públicas a las redes sociales, con su conocida capacidad de multiplicación.




Si bien en todo medio de comunicación subyace una declaración de principios sustentada en un conjunto de concepciones del mundo, salvo extremos como el comunismo, el fascismo o el nazismo, su accionar se soporta en el respeto por la pluralidad de opiniones y la diversidad de maneras  de ser y obrar.

Pero de un tiempo para acá el panorama empezó a oscurecerse. En un intento de limpiar el alma  colectiva de las viejas culpas coloniales, con su  saga de atrocidades ancladas en el racismo y la expoliación, las democracias occidentales engendraron el lenguaje hipócrita de la corrección política para hacerse a la idea de que los males del mundo habían desaparecido por obra y gracia de la pirotécnica verbal.

Fue así como un día las putas desaparecieron de las calles para ser reemplazadas por las” Trabajadoras sexuales”, los indigentes se convirtieron en “habitantes de calle” sin que cambiara un ápice  su situación; los negros dejaron de serlo y fueron confinados en una tierra de nadie donde reina el prefijo “afro” ;los viejos rejuvenecieron y fueron despachados a una suerte de País del Nunca Jamás donde se utilizan expresiones tan patéticas como “Edad Dorada” para referirse  a quienes, sin estridencias,  ya emprendimos el tránsito hacia el ineludible reino de la muerte.

Ese fue el germen de la asepsia del lenguaje que anidó en los medios de comunicación y muy pronto se trasladó al lenguaje político, dando paso a todo un diccionario de eufemismos donde tienen cabida absurdos como ese de llamar “falso positivo" a un asesinato o “retención “ a un secuestro a secas.

Desde luego, los consumidores de información no tardaron en hacer suya esa forma de velar la realidad y despojarla por lo tanto de toda su sustancia. Sustancia: la esencia de los seres y las cosas.

En esas aguas navegan los activismos habidos y por haber, estimulados por editorialistas, columnistas de opinión, reporteros, presentadores, cronistas y dueños de medios de comunicación. Hace poco hablé con un muchacho convencido hasta los tuétanos de que un “ habitante de calle” no es un ser humano arrinconado por la miseria, las heridas que propina  la vida y por el asedio de sus propios demonios, sino una suerte de excéntrico que un día decidió irse a vivir bajo las estrellas en comunión con los elementos.




Con seguridad, ustedes ya se fijaron en un detalle: desde hace al menos una década los premios artísticos y culturales, creados en principio para reconocer y estimular el talento, son otorgados a películas, libros, documentales, canciones y relatos que se ocupan de las causas consideradas “ nobles”. Es decir, la creación pasó a un segundo plano: ahora se reconocen las buenas intenciones y ya sabemos que con ellas está empedrado el camino a los infiernos.

Al caer la tarde, un profesor de sociología, atraído por el aroma del café, solicitó licencia para unirse a la conversación. No tardó en montar en cólera cuando se enteró acerca de qué versaba el asunto. ¿Acaso no entienden que esos activismos son el síntoma de la buena salud de una democracia? Exclamó mientras arrojaba en todas direcciones el aliento de muchos cigarrillos ¿ Quién reivindicaría entonces los derechos de los excluidos? Continuó en un tono que empezó a parecerme leninista, no sé bien.

Y si: en principio pudo ser así. Pero la mayoría de esos discursos no tardó en adquirir un tono agresivo y descalificador. Se percibe en la retórica de los feminismos de línea dura que claman por llevar a los patriarcas al paredón sin fórmula de juicio, tanto como en la actitud de esos muchachos de mirada alucinada que, apostados a la salida de las plazas de toros, amenazan con cortarles los cojones a los toreros y dar con ellos la vuelta al ruedo.

Viéndolos, uno no puede menos de pensar que así empezaron muchas formas de exterminio, real o simbólico: con la redacción de un catecismo  biempensante  en las páginas de un periódico o en la sección editorial de un noticiero. Por ese camino, de a poco, nos descubrimos un día arrinconados al filo de los ismos.



PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=u1ZoHfJZACA

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