¿Sueñan los androides
con ovejas eléctricas?
Philip K.
Dick
En las primeras páginas de La Suma
Teológica Tomás de Aquino advierte que Dios creó el universo de una vez y
para siempre. De ahí en adelante, éste se encargaría de auto engendrarse y
perfeccionarse como una prueba de los atributos divinos. La metáfora bíblica de
la creación del mundo en siete días apunta en esa dirección.
De esa sencilla idea después se derivaron discusiones y concilios sobre el
libre albedrío, la predestinación, la índole de la naturaleza angélica y demás
asuntillos a los que son tan proclives obispos y cardenales.
A menudo olvidamos que la teología es una rama de la filosofía, y por eso
mismo un camino hacia el conocimiento, en este caso al conocimiento de Dios.
¿Y a cuento de qué la alusión a santo Tomás planteada en el título de esta
entrada?, se preguntarán ustedes. ¿Cuál es su relación con las máquinas
pensantes, los androides de los que tanto se habla por estos días?
Bueno, para empezar, creo que, por ahora, no deberíamos hablar de máquinas
pensantes sino de máquinas pensadoras, en la medida en que son diseñadas por
una mente humana para desempeñar funciones similares a las del cerebro. Un
programa para jugar ajedrez, los dispositivos para cirugías no invasivas o el
sistema de control electrónico de un automóvil pertenecen a esa categoría.
Por ahora, dije, porque las máquinas serán pensantes cuando adquieran la
autonomía y el discernimiento necesarios para la toma de decisiones frente a
situaciones complejas planteadas por el entorno o por su propio mecanismo de
funcionamiento. Esa es, nos dicen, la tercera
fase de la Inteligencia Artificial.
Y es ahí cuando afloran desafíos tan caros al devenir de la filosofía, como
la ética, la moral y los valores vistos a la luz del derecho y la religión. Una
de las grandes preocupaciones surge cuando se plantea la pregunta acerca de la
capacidad que tendrán las máquinas para rediseñarse, (perfeccionarse , según el teólogo ) y
multiplicarse( auto engendrarse) de manera exponencial.
Tomás de Aquino
Si a lo largo de los siglos millones de seres humanos dejaron de creer en
el Dios de los teólogos y lo dejaron atrás para dedicarse a adorar otras cosas,
entre ellas la ciencia y la razón, con las secuelas por todos conocidas, del
mismo modo- aseguran- en su avance la Inteligencia Artificial nos
dejará atrás a los humanos en mucho menos tiempo.
Para probarlo, basta con echarle un vistazo a la velocidad con que se han transformado las cosas después de la Segunda Guerra Mundial, dándole de paso la razón a las
intuiciones de Einstein sobre la relatividad de la relación espacio- tiempo.
¿En qué nos convertiremos cuando las máquinas tomen el mando? Se preguntan
los pensadores más pesimistas, abrumados por la idea de que nos aproximamos sin
remedio a la reedición electrónica de la fábula del Aprendiz de Brujo – ¿Lo
recuerdan en la película de Disney?-, incapaz de controlar las fuerzas que él
mismo desató, seducido por su insensatez?
Si el mundo de hoy está interconectado-insisten- cualquier acto derivado de
la decisión de la Inteligencia Artificial podría generar una reacción en cadena
que afecte los servicios públicos y financieros, los sistemas de salud, el
suministro de alimentos y materias primas, la actividad educativa, la seguridad
misma de los países y los impulsos privados de los individuos.
Escuchándolos y leyendo sus artículos, se hace inevitable evocar la
sentencia de un personaje de la película Network
(1976) de Sidney Lumet, que citaba a su vez a George Orwell: “El infierno acaecerá sobre la tierra cuando
todos estén conectados”.
En el otro bando-siempre habrá otro bando- se ubican quienes señalan las
bondades de la Inteligencia Artificial en el campo de la ciencia y la
investigación científica. En la medicina, por ejemplo, se podrán instalar Nanorobots que recorran el cuerpo humano
en todas las direcciones, reparando cuanto órgano dañado encuentren en el
camino.
Siguiendo esa ruta, nos acercamos cada vez más a la inmortalidad,
sentencian algunos, en los límites de la euforia.
Eso de acercarse a la inmortalidad no deja de producir desazón. Porque los
límites de la inmortalidad suelen estar siempre cerca del abismo.
Es entonces cuando resurgen preguntas incómodas del tipo. ¿Para qué
deseamos la inmortalidad? ¿Para hacer examen de conciencia y cambiar de rumbo o
para seguir arrasándolo todo y a todos a nuestro paso?
¿Y qué haremos con todo ese tiempo? ¿Volvernos creativos y solidarios o
abandonarnos del todo en los brazos de la industria del entretenimiento, hija
natural del tedio y la consiguiente desesperación del que no sabe qué hacer con
sus excedentes de ratos libres?
De paso, no olvidemos el perturbador sentido de la palabra pasatiempo o, peor aún, de la expresión matar el tiempo.
Por lo pronto, ya que estamos en el plano de las preguntas, no sobra
formular otra: ¿Si la condición de mortales no ha podido aplacar en nosotros la
codicia, la soberbia y el afán de dominación, qué podremos esperar cuando nos
sintamos libres de esas ataduras?
Es de suponer que, más allá de los prodigios de los Nanorobots, en el plano ético no haríamos más que empeorar la
situación… aunque, bueno, en mi remota adolescencia, en una película entonces
futurista de cuyo título no puedo acordarme, un cruce de poeta y científico loco diseña un androide capaz de
rigor moral.
No sé qué fue de él. A lo mejor ande todavía por ahí.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=D_8Pma1vHmw
Hola, Gustavo, de nuevo te visito, disculpa la demora pero (escribe aquí la excusa que más te convenga). Tu reflexión sobre IA me sugirió un experimento. Accediendo a la invitación de Bing, le pedí que escribiera un cuento a la manera de Borges "about a dream shared by two different dreamers, a man and a woman". Y me largó el texto que copiaré más adelante. Después le dije que escribiera un poema sobre el mismo asunto a la manera de Emily Dickenson y después un texto "filosófico" al estilo de Michel Foucalt. Finalmente, le pregunté qué diría el crítico literario Harold Bloom sobre sus esfuerzos imaginativos. Perdóname que abuse de tu paciencia, pero copiaré todo esto. Gracias,
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ResponderBorrarQué bueno tenerlo de nuevo por aquí, mi querido don Lalo.
ResponderBorrarComo siempre, mil gracias por sus valiosos aportes que tanto aportan a un debate que apenas comienza.
Dejando a un lado las grandes obras de ficción en las que ya se vislumbraban los alcances de la Inteligencia Artificial, pensadores y ensayistas llevan varias décadas ocupándose del asunto. En 1995 Nicholas Negroponte publicó un libro titulado Being Digital, en el que aborda algunas entre las muchas aristas de ese universo cada vez menos virtual.
Y, sobre los ejemplos que usted nos comparte... bueno, no está lejano el día en que nos resulte diferenciar entre un texto escrito por una máquina y otro redactado por un humano inteligente.
Ah... y me quedé con las ganas de leer los textos eliminados.
Un abrazo y muchas gracias.
Gustavo