Según el músico Fito Páez son muchos los que tiran la toalla en tardes de Domingo sin fútbol. Otros se lanzan en avalancha hacia los centros comerciales, aunque no vayan a comprar nada, como si las mercancías expuestas en las vitrinas fueran una especie de divinidad pagana que va a salvarlos de la desazón .Mi vecino , el poeta Juan Carlos Aranguren prefiere, en cambio, sentarse la tarde entera frente a una taza de café humeante acompañada con cigarrillos Pielroja y consagrarse a la curiosa tarea de descifrar los más profundos móviles de los actos humanos, sin otra guía que el análisis de su manera de abordar el bus, de agarrar el teléfono o de cruzar la calle.
Hace unos días, tomando como pretexto las celebraciones de amor y amistad, le dio por escudriñar el estado de la libido de la gente, basándose en la observación de la manera como las parejas salen a la calle. Los que caminan siempre abrazados son los cachondos- dijo- los que desbordan estrógenos y testosterona por todos los poros y en medio de la desesperación que dan las ganas le echan mano a la pareja, temerosos de que algún depredador, de los que no faltan desde el comienzo de los tiempos, se las pueda arrebatar. Mejor dicho, viven en una perpetua tocata con fuego. Fíjese en cambio en los que van tomados de la mano : esa es la clase de enamorado de mucha chocolatina Jet, arrumacos a la luz de la luna y mucha balada de los años setentas , pero más bien poco sexo. Viven al filo de que la pareja les plante los cachos cuando se encuentre en el camino con un ejemplar de la primera categoría, pero no les importa: para ellos una buena dosis de sufrimiento es el mejor condimento para el amor.
Hay otros que cambian de estatus: pasan de ser pareja a convertirse en lazarillos. La mujer o el hombre van siempre prendidos del brazo de su consorte, como si temieran caer o perderse entre la multitud. La última vez que sintieron el asedio de Eros fue la noche cuando concibieron al primogénito, poco antes de la llegada del hombre a la Luna. Viven tan ajenos a los asuntos de la carne, que igual les daría andar tirando de la cadena de un Pastor Alemán o del brazo de un niño: al fin y al cabo lo que pretenden es llegar a buen puerto, no emprender una aventura senil que les arrebate la cordura.
Los últimos no solo evitan tocarse- exclama Juan Carlos encendiendo el enésimo cigarrillo de la tarde- si no que caminan uno detrás del otro, como una pareja de gansos. Solo parecen enterarse de la presencia de su media naranja cuando esta se detiene a saludar a un conocido o a leer los titulares en un puesto de periódicos. Entonces, será objeto de una reprimenda. “Para eso mas bien salgo sola”, grita la mujer, pues invariablemente es el hombre quien va atrás, rezagado hasta de si mismo. Sexo, lo que se dice sexo como lo manda dios y lo prohíbe la santa madre iglesia, nunca tuvieron, ni siquiera con fines reproductivos. Lo que los mantiene unidos es más bien una forma refinada de la indiferencia, sentencia el hombre, despachando la última taza de café y se levanta de la mesa, mientras yo me quedo pensando dónde diablos aprendió tanto si desde que lo trato – poco menos de veinte años- nunca le he conocido mujer.
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