Nació el 24 de junio de 1911 en La Plata , Argentina , de modo que en esa fecha iba a cumplir cien años. Pero hasta en eso fue aguafiestas don Ernesto, así que optó por dejar con los crespos hechos a quienes en el mundo de habla hispana se preparaban para rendirle toda suerte de tributos. Conferencias, reediciones de libros, reseñas, encuentros y lecturas en voz alta de esos textos implacables y lúcidos que lo caracterizaron formaban parte de las actividades que se quedaron esperando a que el autor de obras tan decisivas como El Túnel, Uno y el Universo, Heterodoxias, Sobre Héroes y Tumbas, Abadón el Exterminador o La Resistencia , saliera aunque fuera por un momento de su refugio en Santos Lugares para recibir el último gesto de reconocimiento que el mundo le estaba debiendo.
Pero el viejo sabio prefirió salir por la puerta de atrás. Incluso se fue antes de que lo homenajearan en la Feria del Libro de Buenos Aires. La Santa María de Los Buenos Aires fundada por don Pedro de Mendoza. La ciudad de inmigrantes provenientes de todos los lugares de la tierra. La de los laberintos que alimentaron buena parte de sus obsesiones y las de ese otro grande que fue Jorge Luis Borges. La de los rufianes que improvisaban oscuros heroísmos en burdeles propicios a la bravuconada. La de los dictadores que hicieron del país entero el reino de paranoia y dolor presentido por el poeta Andrés Calamaro. La de los barrios donde se fundaban equipos de fútbol que tomaban sus colores de las banderas de los barcos que atracaban por decenas en La Boca , esa puerta de entrada a la tierra de promisión a la que millones de europeos llegaron a “ hacer la América ” cuando la guerra y la miseria asolaban sus lugares de origen.
Con todos esos materiales amasó don Ernesto su destino de exterminador, que lo llevó primero a explorar en los meandros de la ciencia para anclar más tarde, decepcionado y lúgubre, en los terrenos todavía más inciertos de la creación literaria, esa especie de realidad paralela edificada con palabras. De allí salió Juan Pablo Castel, un pintor enfurecido al que el mundo de afuera se le escapa entre los pliegues del pincel. Allí nacieron Martín del Castillo y Alejandra Vidal Olmos, personajes de ficción más consistentes que muchos de carne y hueso, a los que miles de adolescentes siguen visitando con desesperada obstinación, tratando de encontrar en sus vidas la clave del propio destino. De esos mismos territorios surgió Bruno Bassán, una especie de sombra que va por las calles del Gran Buenos Aires con el aire inconfundible del que se sabe perdido en el universo. Todos ellos se movieron en un mundo de pesadilla anclado de lleno en una realidad que, en el caso de los argentinos, está marcada por el desarraigo de quien desembarca en una tierra baldía para tratar de reinventarse un destino y por la presencia ominosa de sucesivas dictaduras militares, en cuyos intermedios los políticos y los mafiosos hacían de las suyas.
Esa fue la pradera en la que don Ernesto Sábato, frecuentador de infiernos y fanático del equipo de fútbol Estudiantes de la Plata , apacentó una legión de fantasmas que son comunes a la humanidad. Esa pradera que apenas empieza a entrever el tamaño de su ausencia: un agujero negro así de grande desde el que evoco el momento en que, adolescente y trémulo, me asomé a la insondable dosis de desamparo de una mujer llamada María Iribarne.
... DoN Ernesto seguramente no se fue muy lejos... mas bien ahora recorre el mundo que creo con sus personajes oriundos de lo mas profundo de su alma. :)
ResponderBorrarMuy buena crónica maestro :) Saludos Y felicidades :)
Como siempre, me alegra mucho tener noticias suyas Gabriel, donde quiera que esté en el planeta virtual.
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