A la memoria de Jaime Garzón
Con la gente que no tiene sentido del humor no se puede hablar en serio. Esta frase que parece un juego de palabras, es en realidad la continuación de un viejo diálogo iniciado hace muchos años entre sorbos de whiskey de centeno con el caricaturista Matador sobre las tortuosas y muchas veces nefastas relaciones entre la risa y el poder. Independiente de su naturaleza, sea esta política, económica, sexual, religiosa, académica, laboral o familiar, el poder solo resiste el humor si es inocuo. Es decir si acontece en los territorios preestablecidos para ello como recurso para neutralizar sus efectos. Ya se trate de las fiestas familiares, las integraciones empresariales, los carnavales o las caricaturas de los periódicos, los poderosos siempre trazarán un círculo a su alrededor, más acá de del cual no están autorizadas ciertas licencias... como reírse en serio de sus abusos, por ejemplo. El irreverente que se atreve a cruzar esa línea tan invisible como certera la paga. Para muestra, citemos algunos casos.
En el centro del mito amoroso occidental alienta una relación de poder: la ejercida, muchas veces de manera despótica, por el amado sobre el amante. Este último llega incluso a enajenar su voluntad en un grado que es directamente proporcional a la soberbia de su contraparte. Enamoramiento llamaban a eso los místicos, los trovadores provenzales y esos equivalentes modernos que son los compositores de boleros, tangos y baladas. Encoñamiento severo, le dicen los más prosaicos integrantes de la cofradía de los que no creen en nada ni en nadie. En ese estado de alienación, a nadie se le ocurriría reírse de las debilidades y carencias de su objeto de adoración, entre otras cosas porque no las ve. En caso de permitirse algún arrebato, corre el riesgo de ser desterrado al círculo del infierno del Dante donde deambulan los que renegaron de la divinidad. Por eso resultan tan extraños y refrescantes los versos de una canción inolvidable de la banda rockera Aterciopelados: “ Te dije no más... y te cagaste de risa”.
Pasados a otro plano, la ausencia absoluta de humor en el mundo religioso ha sido documentada con profusión de detalles como para detenernos allí. Además podríamos ser señalados por el dedo flamígero de Dios y convertidos en estatua de sal. Y ya sabemos que las estatuas no ríen o cuando lo hacen nadie les cree. Para acabar de completar está demasiado fresco el recuerdo del caricaturista danés perseguido por los fundamentalistas musulmanes como para aventurarnos en esas arenas movedizas.
Así que mejor sigamos transitando en tierra firme. A ningún gerente con aspiraciones de continuar ascendiendo se le pasaría por la cabeza tolerar que sus subordinados - “colaboradores” les dicen en el lenguaje aséptico de las técnicas modernas de administración- insinuaran aunque sea a través de una sonrisa que el entramado de convencionalismos y códigos con los que está confeccionado su traje puede desbaratarse ante el menor asomo de ironía. Se quedaría desnudo, y es bien conocido que el homo sapiens sin ropa se acerca bastante al ridículo absoluto... sobre todo cuando está a puertas del coito, cópula, ayuntamiento o acto del amor, que llaman.
De manera que el poder es cosa seria y por lo tanto terrible. Lo sufrió en sus propios huesos el caricaturista sirio Alí Ferzad, molido a palos por los sicarios del régimen de su país. Y nadie como Jaime Garzón y quienes lo quisieron o admiraron ha experimentado en la reciente historia de Colombia las consecuencias de atravesar esa línea invisible trazada desde el comienzo de los tiempos por los detentadores del poder. Los señores de la guerra y los capos de los carteles legales o ilegales que controlan el mundo saben que, a pesar de su ilimitada capacidad para hacer daño, nunca podrán sentirse seguros si a su alrededor revolotea como un moscardón ese incómodo especímen que no tiene nada que perder excepto, a duras penas, la risa.
No hay mosca mas incómoda para el poder que el azote del humor irreverente, especialmente el gráfico, que tiene esa rara cualidad de ridiculizar en tiempo real y de manera mas patente que el humor entre lineas. De ahi que los inquisidores se ensañen con los dibujantes.La sátira gráfica tiene el equivalente de sacar una fotografia a un poderoso pillado en paños menores o asquerosamente desnudo. Al pensar en la denuncia politica, me hace recordar a las andanzas de Fantomás y su lucha contra el poder establecido. Un antiheroe donde no los hay.
ResponderBorrarNo olvidemos, José, esa vieja y terrible sospecha de los teólogos medievales : dios no ríe.
ResponderBorrarContra la fórmula medieval (en lo absoluto olvidada, por lo demás) recuerdo que Kundera escribe "Dios ríe, mientras el hombre piensa". La sonrisa de Dios, esa blasfemia, ese rictus de la boca que además acerca al hombre más al mono que a la divinidad, según el bibliotecario de Eco, Jorge de Burgos, vuelve a plantearnos el problema de un país como Colombia donde el humor crítico es una cosa bastante peligrosa; y claro, siendo "el país más feliz del mundo", es fácil entender el carácter acrítico de esa felicidad.
ResponderBorrarLa lección de Garzón es brutal y contundente: para hacer humor crítico en Colombia hay que ser muy valiente. La otra opción es la que han tomado los caricaturistas y los creativos detrás de las marionetas de caucho los domingos en la noche, porque ¿de qué otra forma se puede expresar lo políticamente incorrecto sin arriesgar el pellejo en mi país?
Dos corolarios sobre la relación conflictiva entre humor y poder: 1) la sonrisa de las derechas es cínica, y 2) las izquierdas no ríen.
La risa aún sigue, a pesar de todo sigue allí. El humor gráfico es el equivalente a una columna o investigación rigurosa y crítica, claro, esto es para los poderosos; les incomoda, les inquieta y buscan cómo solucionar ese problema.
ResponderBorrarUstedes dos tienen la razón, amigos Eskimal y Olave : La risa sigue allí... incluso a pesar del país más feliz del mundo. Como siempre, me alegra mucho estar en contacto con ustedes.
ResponderBorrarA los amigos lectores... y a los enemigos también, les comparto el texto que me envió a través del correo electrónico Felipe Pérez, una persona muy querida para mi, que se despachó con todo frente a mis planteamientos sobre risa y poder. Lo cual, desde luego, me complace.
ResponderBorrarMe parece que para un muy buen tema das un argumento que no comparto nada. Y no creo que el poder es el que se resiste al humor, creo que es el “absolutismo”. Creer que se tiene la razón absoluta y nadie te puede corregir. Conozco a muchos de estos personajes, sin poder, que te destruyen y si tienen la posibilidad de molerte a patadas o mandarte a moler a patadas, lo hacen con gusto. En cambio conozco a muchos con poder que se lo toman bien. Y ahí paso a esa frase “A ningún gerente con aspiraciones de continuar ascendiendo…” bueno, tengo muchos casos de gente que tiene aspiraciones de seguir creciendo, yo mismo las tengo, y no solo toleramos sino que generamos un equipo que se ríe 360 grados. Y tampoco creo que sean nuestros subordinados sino definitivamente nuestros colaboradores. Yo también soy un colaborador para ellos. El mundo si cambia en este sentido, como con los hijos, que antes se creía que venían para aprender de nosotros y nos debían respeto, hoy muchos tenemos claro que somos nosotros los que aprendemos mas de ellos, que somos nosotros los que nos los jodemos y que el respeto es mutuo. Y creeme, no es un lenguaje aséptico, es de corazón que lo siento.
Tenemos tema para unos rones en mi próxima ida a Pereira. Y para darte un ejemplo de un gerente, que ha tenido mucha gente a cargo y que conoces bien no es como en tu artículo, es Mauricio.
Un abrazo,