Con seguridad,
muchos de ustedes han recibido el
mensaje por el correo electrónico, las redes sociales o incluso en una
hoja volante deslizada bajo su
puerta. La invitación dice así:
“Descubre al niño interior dormido en ti. Talleres todos los sábados en
horarios adaptados a tus necesidades”.Y sigue una lista de números de
teléfono disponibles para quien desee acometer la enojosa tarea de despertar a
los infantes.
Como creo que en
lugar de un niño dormido los humanos tenemos adentro una bestia herida por
siglos y siglos de represión, propongo desde
esta ventana una defensa del hijo calavera. Al fin y al cabo, no tiene
sentido despertar a los chicos a un mundo de pesadilla. Hace poco leí en el
periódico que uno de ellos fue arrojado
desde un piso diecisiete , al parecer
por un prójimo incapaz de manejar
a su bestia .
Para empezar,
debo decir que toda familia digna de ese nombre precisa de un hijo calavera
que la salve de la neurosis. Bien sabemos que el exceso de normas y reglamentos es el camino más corto para
llegar a la locura. De hecho, la historia de
nuestro modelo educativo es un extenso decálogo de prohibiciones ¿No
dijo un gracioso por ahí que todo lo bueno de este mundo engorda, es pecado o las dos cosas juntas?
En realidad, no
sé si el hijo calavera, dichoso como vive al margen de sus parientes desquiciados, precise de alguna defensa. Pero
aquí van algunas de mis razones :
Para empezar, con todo y lo saludable que es un buen polvo, seguimos regidos por religiones empecinadas en abominar del sexo, produciendo de paso una legión de pederastas, violadores y obsesos adentro y afuera de su estructura burocrática. Una sesión de talleres con un hijo calavera podría resultarles de más provecho que un año entero en manos de un experto en despertar niños dormidos. Sólo él conoce el arte de deslizarse en camas propias y ajenas sin caer en la tentación de la culpa.
Para empezar, con todo y lo saludable que es un buen polvo, seguimos regidos por religiones empecinadas en abominar del sexo, produciendo de paso una legión de pederastas, violadores y obsesos adentro y afuera de su estructura burocrática. Una sesión de talleres con un hijo calavera podría resultarles de más provecho que un año entero en manos de un experto en despertar niños dormidos. Sólo él conoce el arte de deslizarse en camas propias y ajenas sin caer en la tentación de la culpa.
La segunda no es
menos valedera. El tamaño de las
prohibiciones acabó por convertirnos en organismos siempre a punto de estallar,
como si en lugar de sujetos pensantes y gozosos fuéramos calderas a presión ambulantes. Para
liberarlas se inventaron los espectáculos deportivos (¿Han visto a un hincha de
fútbol puteando a toda la parentela del árbitro?) Los centros de diversiones
(¿Se han fijado en los ojos desorbitados y en la tez lívida de un adicto a la
rumba?) La pornografía ( Ah... la parábola de la impagable gratificación del
sexo sin cadenas a la vista) y los cultos religiosos ( Siempre es bueno
delegarle a la insondable divinidad
nuestra incapacidad para resolver los nudos de la propia vida).
La tercera
reside en que las explosiones sociales derivan a la larga en una irreversible decepción. Según algunos sociólogos y antropólogos, el último
gran intento de liberación colectiva fue
el sobre dimensionado mayo francés de 1968. Ya todos conocemos el final: A la vuelta de pocos años sus más incendiarios protagonistas estaban acomodados en las
poltronas del poder. Para completar, sus descendientes se convirtieron en los sumos sacerdotes de esa religión del
arribismo y el consumo que hoy gobierna el planeta entero. Los teóricos
de la conducta nos dicen que las claves
de esta última se explican por el estímulo incesante de las pulsiones de deseo
y frustración que nos atan la cadena
producción-consumo-derroche-produccción por los siglos de los siglos. Nadie
como el hijo calavera para sortear la dificultad : Toma la flor del día y se
marcha a sus cuarteles de invierno.
Si usted es
un hijo calavera- condición envidiable- o si es padre de alguno-
situación deplorable- conoce la contradictoria posición de las familias frente a ese fenómeno de la cultura y la naturaleza.
Al mismo tiempo les huyen y los
reverencian como a los monstruos de los
viejos relatos. La razón es simple y ya
fue esbozada al comienzo : Los
necesitan para preservar la propia salud mental, como los griegos precisaron del Minotauro para comprender esa parte de sí mismos que la
batalla entre los instintos y la civilización dejó encerrada para siempre en el
laberinto.
“En lugar de un niño dormido los humanos tenemos adentro una bestia herida por siglos y siglos de represión”, qué bella y certera frase, mi estimado Gustavo. Yo me pregunto, de qué niño interior dormido hablan los nuevos estudiosos de la conducta, si al fin y al cabo, la misma sociedad nos trata como a niños, y bien despiertos, sólo que no nos damos cuenta porque ya venimos programados y encorsetados por esos siglos de represión traducidos en el exceso de normas y principios que usted propone, y el apegarse rígidamente a esos cánones nos mantiene en una suerte de infantilismo perpetuo.
ResponderBorrarPor suerte, la misma sociedad, en una suerte de válvula de escape, permite cada cierto tiempo el “nacimiento” de nuevos monstruos o minotauros que renuevan el aire enrarecido por tanta quietud y conformismo. ¿Qué sería de nosotros, como ente colectivo, si no existieran las ovejas negras, los enfants terribles o los hijos calaveras?
Y otra cosa, no solamente es saludable un buen polvo, sino también una necesaria borrachera, siguiendo la receta de nuestro buen amigo Baudelaire: “Hay que estar siempre borracho. Todo radica ahí: es la única cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que les destroza las espaldas y los inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua. ¿Y de qué? De vino, de poesía o de virtud, a su antojo, pero emborráchense”. ¡Salud!
Por ese pensamiento tan hedonista es que vamos de mal en peor. Hay que estar siempre borracho, hay que estar siempre drogado, de culo pal estanco. Por pensar así la sociedad invirtió los valores y estamos ante el resultado de una catástrofe y una falta de faro moral. Sigamos así, muy bien, emborrachándonos y trasgrediendo las normas, drogándonos, cometiendo ilícitos, acabando con la vida. Las normas son más que necesarias, señores. Pero más necesario aún es hacerlas respetar. Ahí la corte constitucional con su aprobación al libre uso de las drogas nos está llevando a más perdición de la que ya tenemos. Ahora los hombres calavera tienen luz verde para sus excesos y sus ilícitos, que por lo general son producto de la "borrachera sin tregua" en la que viven.
BorrarSi que es necesario el Hijo Calavera Gustavo. Es también la proyección de lo que n podrán o pudieron hacer los padres. Les muestra una libertad merecida, es, como dices, salud. Pensemos en que por más doblegado a las reglas, siempre quisimos serlo, siempre quisimos sus aventuras, su risa o su tristeza. Abrazos Gustavo,
ResponderBorrar"¿Cómo es posible atravesar de proa a popa, sin llevar en la panza un trago de ron, que nos ayude a mantener el equilibrio?" se pregunta el narrador de El barco de la muerte, la novela de ese misterioso escritor que firmaba con el nombre de B Traven, apreciado José. Creo que allì está resumida su inquietud : Cada cierto tiempo necesitamos desdoblarnos si no queremos acabar más desquiciados de lo que estamos.
ResponderBorrarEl peligro es que en uno de esos desdoblamientos las cosas se nos salgan de control y entonces ahí sí acabemos desquiciados cuando recuperemos la cordura, cuando tengamos que afrontar las consecuencias de lo que hicimos en medio del desdoblamiento.
BorrarApreciaado Eskimal : Alí resside la importancia del doble, del otro. Eso que nos permite por momentos despojarnos de ese fardo que llamamos identidad, para convertirnos en algo distinto. Ese es el rol que juegan, entre otros, el carnaval y la literatura.
ResponderBorrarMencionas al Minotauro como una clave para orientarnos, y entonces cabe preguntarse si Teseo era o no un calavera. Lo que le hizo a Procusto, cortándolo en pedacitos para que cupiera en su propia cama, parece sugerir que era sádico, una característica de los calaveras (y no hablemos de lo que hizo antes con él, y qué es lo que le atrajo para meterse con el Minotauro… ¿la misma bestia o los jovencitos y doncellas que ella tenía para disfrutar?) Lo de burlar a Ariadna, a quien abandonó por su hermana Fedra, llena el otro requisito de la inconstancia y el libertinaje… y entonces… Nada, Gustavo, que me he divertido leyendo tus reflexiones sobre el calavera como antídoto del tedio. También, claro, por las ilustraciones de los Minotauros de Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz, que era bastante calavera, como sabemos.
ResponderBorrarJa.Como buenos paganos, los antiguos eran pródigos en calaveras y calaveradas, mi querido don Lalo. Un paseo por el Olimpo equivalía a un doctorado en la materia. O si no, fijémonos en Zeus y su colección de disfraces que le permitía colarse en los lechos de las humanas criaturas. A propísito de disfraces, nótese la inclinación de Shakespeare por las ovejas negras y sus múltiples formas de infiltrarse en sacros recintos.
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