“ No podemos echarnos a llorar
por una simple torre. Si debe demolerse, se demuele y punto”, me respondió
tajante a través del teléfono un
ingeniero que me pidió reservar su nombre,
cuando lo llamé para consultarle sobre la intención de destruir la
torre que hace parte de los diseños del
arquitecto Willy Drews para el
viejo aeropuerto Matecaña, hoy en fase de remodelación.
La frase resume una visión
utilitarista del mundo empecinada en descalificar bajo el calificativo de “ nostálgico” todo intento de conservación
de la memoria de una comunidad.
Pero no se trata solo de la obra física. El arquitecto mismo
es objeto de un desconocimiento similar al padecido por la escritora Alba Lucía
Ángel, a pesar del visible
impacto de sus propuestas en otros
lugares del país e incluso del exterior.
Nacido en Pereira en 1937, Willy Drews cursó estudios de arquitectura en la
Universidad de los Andes. Fundador de la
sociedad Drews y Gómez en compañía su colega Raimundo Gómez, ha sido profesor invitado en la
Universidad Técnica de Berlín, la
Universidad Veritas de San José de Costa Rica y la Escuela de Arquitectura y
Diseño Isthmus- Ciudad del Saber, en Panamá.
En un mundo de culto al cemento y
el funcionalismo, Drews convirtió desde
muy temprano su trabajo en un
pretexto para reflexionar
sobre el papel de los seres humanos en ciudades como las nuestras,
caracterizadas por el crecimiento
caótico y por la voracidad de los
tiburones involucrados en el negocio de
la construcción.
Sus preguntas
pasan entonces por conceptos como
la dignidad y la belleza. El primero implica una preocupación por la noción de lo público como territorio
común, es decir, el escenario donde se
gestan y consolidan los lazos
comunitarios. El segundo nos habla de la
armonía, de propuestas capaces de estimular y satisfacer la dimensión de lo
estético, cara a las aspiraciones de
todas las personas, independiente de su
situación social y económica.
Desde su condición de decano en
dos ocasiones de la Facultad de
Arquitectura y Diseño de la Universidad de los Andes, el arquitecto hizo de sus
convicciones una escuela. En ciudades preocupadas cada vez más por la seguridad, sus conjuntos multifamiliares apuntaron siempre a brindarla, eludiendo de paso la tentación de esos espacios agresivos que después hicieron
carrera entre nosotros. Conjuntos como Belmira, la Unidad Residencial
Colseguros o San Sebastián de los Andes, ubicados todos en Bogotá, expresan su intención siempre
materializada de encontrar el equilibrio entre espacios interiores y
exteriores, capaces por lo tanto de brindar a habitantes y transeúntes una
experiencia amable de lo urbano.
En el caso de Pereira, su
impronta está presente en el edificio Banco Popular, ubicado en la Plaza de
Bolívar, sobre la carrera séptima, en el
Centro Comercial Alcides Arévalo, en el Terminal de transportes y,
por supuesto, en el Aeropuerto Matecaña,
hoy objeto de intervenciones con miras a
su modernización para hacerlo competitivo y de paso cumplir con normas de aeronavegación.
Perfilado sobre el paisaje, el
Edificio Balcones de los Alpes, ubicado sobre la carrera catorce bis, detrás de
la Avenida Circuvalar, es un ejemplo de convergencia entre sobriedad
y comodidad, dos cosas difíciles de
lograr en tiempos gobernados por
la estética de los narcos.
A sus setenta y ocho años, el
arquitecto Willy Drews es autor de un legado que forma parte del patrimonio local y nacional.
Sin embargo, como sucede a menudo entre nosotros, el olvido ronda su puerta. Ni
siquiera la celebración del sesquicentenario de Pereira en el año 2013 fue
motivo suficiente para identificar , divulgar y conservar su legado. Quizás todavía estemos a tiempo de reconocer
sus aportes para hacer de nuestras
ciudades lugares habitables , en la acepción más amplia de esa palabra. De
paso podría servir para curarnos un poco nuestra irremediable inclinación hacia
la indolencia y el olvido.
En mis tiempos de estudiante, en Córdoba, compartí un "departamento" (así lo llamábamos, aunque era poco más que una tapera) con un grupo de estudiantes de arquitectura. Algo se me pegó, si no el buen gusto, la apreciación de la belleza y el sentido de las proporciones (que siguen estando fuera de mi alcance), por lo menos la comprensión de ese vínculo inmaterial que liga las (buenas) construcciones con el alma de la colectividad donde yacen. De modo que simpatizo con el arquitecto Drews por esta situación. Uno de los problemas, creo, es que los encargados de decidir si una obra ya no representa ni sirve adecuadamente las necesidades de una sociedad son casi invariablemente los especuladores de tierras/propiedades y los burócratas que muchas veces tienen un interés muy particular ($$$) en el asunto.
ResponderBorrar" Especuladores". Que amable adjetivo para referirse a las mafias de la propiedad raíz, mi querido don Lalo. Tienen sus tentáculos metidos en cuanto ente posea autoridad para definir los usos del suelo urbano... ah ... Para eso también tienen una expresión aséptica: " Capacidad de gestión".
ResponderBorrar“Por una simple firma, por un simple arroyo, por un simple árbol, por un simple muro, etc; se hacen tanto problema” he oído una y otra vez, típico lenguaje cínico de la burocracia que infecta a nuestros países. Lo peor es que el ejemplo cunde, una vez le oí decir a un chofer arrestado por ocasionar un accidente con heridos graves: “tanto lio por una latita (de cerveza) si sano estaba, además ¿cuál es el problema si el seguro va a pagar?”. Y sobre el apunte de Lalo, aquí no nos andamos con sutilezas a la hora de nombrar a los negociantes de bienes raíces. Se les dice despectivamente “loteadores” (por lote en vez de terreno o parcela), y son verdaderas mafias que aparte de “lotear” áreas verdes y terrenos fiscales aunque sean eriales, estafan todo el tiempo vendiendo terrenos, casas y otras propiedades que ya tienen dueño, siempre coludidos con abogados y funcionarios municipales incluso. Toda una red sistematizada con incontables tentáculos. Se ha dado el caso de que al propio director de Derechos Reales de Cochabamba le estafaron una buena suma de dólares por el falso anticrético de una casa.
ResponderBorrarHerencias coloniales, apreciado José. Digo, esa costumbre de torcer la ley ante las narices de todo el mundo, sin que a nadie parezca importarle lo más mínimo. Con tal de que les den una parte minúscula del botín, los encargados de vigilar y preservar los bienes públicos se vuelven de repente sordos, ciegos y mudos.
ResponderBorrarUna entrada interesante y muy formativa de la que se podrían escribir miles de páginas desde cualquier parte del planeta. En todas partes existen estos parásitos de lo ajeno que creyéndose alguien siente la imperiosa necesidad de arrasar con todo aquello que no les repercuta dinero directo o a su allegados, el resto ¡a quien le importa!.
ResponderBorrarSaludos desde Tenerife.
Mil gracias Gloria. En este caso de las mafias de la propiedad raíz vale a cabalidad el viejo refrán aquél de " En todas partes se cuecen habas"... lo que hace todavía más desolador el panorama.
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