Para usted, señor censor
No sé si es de su autoría, pero
el crítico literario colombiano Jaime Mejía Duque patentó la expresión “
Gregoquimbayismo”, para referirse a un particular modo del habla y la escritura
utilizado por quienes se consideraban cultos en la región del Viejo Caldas . En realidad
se trata tanto de un vicio regional como nacional. La grandilocuencia,
la adjetivación desmedida, el uso indiscriminado de adverbios para transmitir
la sensación de algo incontrovertible y
el artificio exacerbado dieron lugar a un discurso inflado, ampuloso y por lo tanto vacío: basta con
cascar la superficie aplicando un poco de perspicacia y humor para que el
edificio se derrumbe.
Los herederos naturales de esa
corriente fueron los comentaristas deportivos
de esta región del país. Uno de ellos, Javier Giraldo Neira , todavía es
capaz de utilizar expresiones como esta : “ Ortiz es un jugador rápido, veloz,
vertiginoso, presto, presuroso, acelerado...” Por lo visto, el periodista cree
que los sinónimos son algo así como un
martillo que al golpear una y otra vez
contra los muros de la realidad pueden conducirnos a una suerte de
revelación : en este caso, las indudables cualidades de Ortiz, aunque para
comunicarnos eso le hubiera bastado con la primera palabra de la lista. Por su
lado, un colega suyo de nombre Carlos Antonio Vélez nos regala perlas como esta: “El futbolista golpeó el esférico con la extremidad inferior izquierda”. A
mi modo de ver, a un oyente le resulta más cálido y cercano cuando le
dicen que pateó el balón con la zurda.
Trasladados a los terrenos de la creación literaria esos
vicios resultan letales. El buen lector
desarrolla una agudeza mental que
lo capacita para identificar el manierismo al primer golpe de vista. Sabe cuándo
la frase y el párrafo siguen su
ritmo natural, como el río que va
creando su propio cauce y cuándo el autor se vigila con ayuda de un reglamento y un manual para
no caer en incorrecciones que solo
existen en su antología particular de prejuicios. Los casos más socorridos son
los de las cacofonías y las palabras repetidas en el curso de una oración
breve. Aterrorizados por el censor instalado en
algún lugar del cerebro, editores y autores corren en busca del
diccionario de sinónimos como quien se
aferra a un madero salvador. Ignoran que
en ese tránsito corren el riesgo de despeñarse con todo y madero,
sembrando el texto de confusión y
provocando el pánico de los escasos lectores.
El peligro reside en que no existen
palabras con significados
iguales- Isomórficas les dicen quienes estudian la lógica del lenguaje
-. Cada vocablo tiene sus matices
particulares y su propia dosis de
ambigüedad. Basta con asomarse a un
término como ilusión. Esta palabra
lleva implícita una sugerencia de
engaño que no poseen otras como esperanza, anhelo, expectativa, sueño,
legitimadas como equivalentes en muchos diccionarios. Luego, es mejor jugarse
la carta de la cacofonía o la repetición que correr el riesgo del extravío:
algo fatal para quien pretende comunicar ideas o contar historias. Al fin y al
cabo, el secreto del diálogo consiste en que el receptor perciba y comprenda con exactitud y claridad lo que le quiso
expresar el emisor. En caso contrario,
estaremos frente a una de esas conversaciones
entre sordos , que tanto gustan a los caricaturistas y a los escritores de cómics.
Aunque ha perdido buena parte del
poder de seducción de otros tiempos, el grecoquimbayismo sigue vivo entre nosotros. Basta con echar un
vistazo a las revistas académicas y a
muchos de los libros que se publican. El
rebuscamiento y la oscuridad parecen ser la norma en un alto porcentaje de esos
textos. El truco de ser oscuro para parecer profundo encanta a muchos espíritus
dispuestos a arrojarse al abismo del sinónimo , con tal de no ser acusados de
violar- en el sentido literario y sexual de la palabra- alguna norma
gramatical. Pero es cuestión de
elecciones. A diferencia de los poetas herederos de Guillermo Valencia, que hablaban de sacrificar un mundo
para pulir un verso, prefiero salvar el sentido aunque caigan sobre mí los
rayos y centellas del censor.
Claro, tu artículo es útil, conveniente, oportuno, adecuado, provechoso, beneficioso, favorable, servible, ventajoso, saludable... pero no me parece bondadoso, afable, tierno, compasivo, honrado, virtuoso, recto, justo, honesto, bonachón, servicial, benévolo, bienhechor, caritativo, humano, humanitario, piadoso, sensible, comprensivo, indulgente o amable, que también figuran como sinónimos de bueno. Me gustó tu descripción de ciertos relatores deportivos, a quienes yo pondría en el mismo circulo del infierno que los analistas políticos que razonan demasiado, como Rogelio, el personaje de Landru. El vicio de los relatores (como muchos latinoamericanos que conozco) más detestable es el machismo en sostener el grito de gol, como gorilas en celo, ocupando el tiempo que podrían utilizar en ofrecer datos inteligentes y útiles, "buenos", a sus oyentes.
ResponderBorrarJa, ja . " Gorilas en celo". No había escuchado una definición más lapidaria, implacabe, certera, aguda, tenaz, despiadada...
ResponderBorrarMil gracias, mi querido don Lalo.
BIen merecido lo tiene ese catón.
ResponderBorrarPobre Catón, con esa progenie inabarcable de herederos, querido compadre.
ResponderBorrarCiertamente nadie está exento de cometer algunos de los errores que cita, y los blogueros (como yo, o prefiere que diga “servidor”, que no tenemos a un editor al lado, ja) y además por las prisas y otras vainas personales seguramente se nos cuela algún sinónimo o vocablo redundante. Pero aun así, con todos estos vicios del lenguaje a las espaldas yo jamás incurriría en esa moda contemporánea en la que caen muchos literatos y redactores de noticias de no llamar a las cosas por su nombre, una suerte de “pensamiento higiénico” que les lleva a nombrar una cocina como “la habitación donde se preparaba alimentos” o el mas risible todavía: “ese lugar donde la familia hacía sus necesidades” en vez de baño y toda la sarta de sinónimos que este sitio del hogar tiene. A sus ejemplos de relatores deportivos emperifollados yo le respondo con un gol desde media cancha: en nuestra tele local había un joven comentarista que a menudo se le escapaba la frase “la zaga defensiva del equipo X”. El tipo era incorregible o no parecía darse cuenta.
ResponderBorrarApreciado José. A veces los refranes resumen parcelas enteras de la existencia. " Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre", reza uno de ellos.
ResponderBorrarEn reciente conversación con mi amigo el escritor Rigoberto Gil llegamos a la conclusión de que, lejos de ser un dictador sin entrañas, el diccionario debe ser un amoroso cómplice.