Como es habitual, los medios de
comunicación se dieron el gran festín informativo con la muerte el 13 de mayo
de los mineros en Riosucio, Caldas, una región de explotación aurífera desde
los tiempos de la colonia.
Fieles al manual, respondieron con gran diligencia
a las clásicas preguntas del qué, quién,
cómo, cuándo y donde. Para no perder audiencia frente a sus competidores
registraron en detalle las pequeñas historias de las víctimas. Algunos, incluso
, fueron más allá y se excedieron en la
exhibición de imágenes escabrosas. Nada nuevo en realidad.
Un primer y significativo
detalle: de entrada las noticias sobre
la tragedia fueron confinadas a las secciones judiciales, lo que no es un asunto
menor. Todo lo contrario: resume con creces la noción que tenemos acerca de los
dramas del prójimo , es decir, un mero señuelo para atraer consumidores de información.
Y entonces todo se disolvió en el aire. El drama empezó
a perder interés. En últimas , es como
si no hubiera pasado nada.
Pero pasó y sigue pasando, no
solo en Ríosucio, sino en toda la geografía colombiana, asaltada por una nueva
fiebre del oro, con todos los ingredientes propios de ese tipo de fenómenos
: migración interna de campesinos empobrecidos,
llegada de aventureros urbanos, destrozos ambientales, conformación de mafias
orientadas a monopolizar la parte grande de los beneficios. Y tragedias, muchas
tragedias.
Jhony, así a secas, es un minero
nacido en la zona, que ha hecho hasta lo
imposible por cumplir todas las exigencias de ley para ejercer el oficio.
Pero en esa voluntad residen casi todos
sus problemas y los de quienes, como él, intentan ganarse la vida en este trabajo
seductor y riesgoso. Para empezar, ni siquiera existen conceptos claros
que permitan diferenciar entre minería legal
e ilegal o entre minería formal o informal. De ese modo, nunca se sabe a
cierta si se está cometiendo un delito
o solo se transgrede una norma. A la luz del derecho, ese no es un
aspecto a pasar por alto de buenas a primeras.
Pero lo peor viene después. A
pesar de que el gobierno colombiano dice tener las cosas claras, los ministerios del ramo no han podido
ponerse de acuerdo acerca de la ruta a seguir. Por eso , el ministerio del trabajo impone unos requisitos cuyo
cumplimientos depende la atención a las
exigencias del ministerio de minas... que a
su vez exige constancias expedidas
por el primero. Es decir, que el
ciudadano dispuesto a acatar las leyes encuentra el primer obstáculo en los
organismos encargados de facilitarle las cosas. Eso para no hablar del rol
nunca claro de las Corporaciones Autónomas Regionales, encargadas de la gestión
ambiental, otro componente clave en la explotación minera.
Pero hay todavía más. Según declaraciones de Johny,
cuando intentan tramitar el documento de identificación tributaria no
pueden declarar la minería como su ocupación. Se les registra entonces como comerciantes,
ambigua expresión que a la luz del orden
jurídico los deja en una tierra de nadie. Lo anterior paraliza la gestión de una cuenta bancaria...
condición previa para la obtención del mencionado documento tributario.
Como pueden ver, a estas alturas
uno empieza a sentir vértigo. Aparte del riesgo permanente de acabar
la vida en un socavón que de repente se convierte en tumba colectiva,
los mineros colombianos deben enfrentar
otra clase de extravío : el de los laberintos burocráticos que no conducen a
un lugar distinto al de los viejos mecanismos de corrupción que exigen dinero a
cambio de desenredar la cadena.
Por esas y muchas otras razones,
resultaría saludable que el debate sobre la situación de los mineros
colombianos pasara de las páginas judiciales a las secciones de información
política, económica y de opinión. Esa es
una buena manera de recordarle al
gobierno nacional, así como a sus
agentes locales y regionales, que las enormes riquezas derivadas de la minería exigen
acciones legales en correspondencia
con los sacrificios de quienes se ganan la vida o la pierden en los socavones.
La situación de mineros como Johny me recuerdan a la del capitán Yossarian, en la novela de Joseph Heller Catch 22: un piloto de bombardero que pide que no lo manden en misiones por razones de salud, debido desequilibrio psíquico, como dice el reglamento, pero se lo niegan porque negarse a ir en peligrosas misiones de guerra es un claro signo de que está cuerdo. Total, siempre pierdes. Esto, más allá del humor con que lo trata Heller, es una situación muy frecuente en la vida real.
ResponderBorrarMi querido don Lalo : años atrás circulaba una viñeta titulada " El extraño mundo de Subuso". Allí se desnudaba de manera feroz la faceta absurda de un mundo que presume de coherente.
ResponderBorrarBueno, seguimos habitando ese mundo.
Hay un riesgo más grande para los mineros: los grupos armados que cobran impuestos en las zonas de producción. Como el negocio arroja ganancias del 400% mensual sobre lo invertido (según un reportaje de El Colombiano), es apenas obvio que aparezca mucho pájaro volando encima de los socavones. Lo de los accidentes parece tan inherente al oficio de desafiar la tierra que uno podría leer en Efe Gómez hace cien años (cito):
ResponderBorrar"Al día siguiente fuime a conocer los trabajos de la
mina en compañía de Ambrosio. Rodábamos acomodados
en cochecitos empujados por muchachas, en
dirección a los socavones. Y vi la boca negra de uno
de éstos que se me venía encima y nos engullía. Al
principio, la luz del día era bastante para dejarme ver
los forros de madera redonda de la galería. Luego las
tinieblas empezaron. Perdí la percepción de las direcciones.
No sabía en qué sentido era arrastrado. La
copa del sombrero frotaba contra el techo del socavón,
haciendo caer fragmentos sueltos. Traté de acomodarme
mejor y me agaché: hilitos de agua helada se me
colaron por entre el espacio libre que dejaba por detrás
el cuello de la camisa, y me hicieron estremecer todo
al sentirlos resbalarse espalda abajo.
Olía a humedad y a madera podrida. El humo de
los candiles y el vapor de agua formaban en el seno
de ese aire viciado y denso, un vaho espeso, en medio
del cual se veían arder las luces como en el centro de
una aureola luminosa estrechada por todas partes de
las sombras. Allí no había luz difusa. A veces veía venir
a mí un rostro barbudo y sucio, rojo por los reflejos
de la luz artificial, flotando en una bruma espesa y
blanca. Otras, unas caderas andando solas, cuyos pies
iluminados a intervalos por la luz que se desparramaba
cayendo de las manos que sostenían la bujía, chapuceaban
sobre el fango encendido de filetes de luz. Y
como allí los objetos recibían la luz de un solo lado,
las sombras se cortaban en contornos decisivos y a
veces era una cara en escorzo o una pierna colgando
de una viga lo que alcanzaba a ver al pasar por debajo
de un tambor vertical, allá arriba suspendido en el
vacío. A intervalos oíase el retumbar de alguna mina,
o el estrépito desigual y fragoso del mineral chorreado
por troneras inclinadas de las galerías más altas.(...) Una vibración enorme sacudió toda la roca, cuyos
fragmentos volaron rebotando contra el techo y contra el
suelo y contra los muros, acompañada de una explosión
asordadora que se fue extendiendo, hasta extinguirse,
por toda la red de los socavones de la mina. Luego el silencio, la obscuridad y la muerte reinaron
en el frente de la galería de Bomboná."
Efe Gómez, en las minas, pág. 77.
Saludos, cami.
Mil gracias, por los más que oportunos datos, apreciado Camilo. Ah... no conocia el texto de ese formidable cronista que es Efe Gómez.
ResponderBorrarHasta se me ocurre que tumbas y socavones suena a pleonasmo por el constante goteo de muertes que acontecen en mi país. Ciertamente hace mucho que no se dan tragedias colectivas en las minas nacionales, pero es bastante normal que uno, dos o tres mineros caigan sepultados por las condiciones pésimas de trabajo, o el descuido al utilizar explosivos, coyuntura que se ha agravado en la última década por la proliferación de las llamadas cooperativas mineras -en desmedro de la minería estatal algo mas organizada y profesional- que por el boom de los precios internacionales se han abalanzado en masa sobre cualquier yacimiento, incluso horadando en vertical pozos peligrosos con escaleras de madera en busca del codiciado oro. Además, el minero boliviano es tan supersticioso que asume con naturalidad los decesos, amparándose en la creencia de que es tributo obligado al Tío (una suerte de deidad demoniaca que habita en los socavones), que si no corre sangre es probable que ahuyente la veta del metal o traer mala suerte a toda la comunidad.
ResponderBorrarBueno José, en realidad muchas de esas muertes si son un auténtico tributo obligado al Tío... Sam.
ResponderBorrarPor lo demás, coincido plenamente en eso de que tumbas y socavones es una redundancia.
A veces, con demasiada suspicacia de mi parte, lo admito. creo que todo este desgreño al momento de tramitar permisos no es más que una excusa para llevar a la completa informalidad un oficio que se desea estigmatizar, en aras de beneficiar al Tío... Sam, como bien lo insinúa Martiniano.
ResponderBorrarNo me extraña, además, que detrás de esta informalidad se esconda también la mano criminal, una mano de muchos uñas y con demasiado alcance en nuestro país.
Los viejito suspicaces como usted saben más por diablos y por viejos que por todo lo demás. Sobre la informalidad de las minas está este trabajo del Bajo Cauca antioqueño, ¡ah, Antioquia! ¡Bella tierra entre breñas y cañadas donde brota el maíz y el progreso de esta nación!
Borrarhttp://www.elcolombiano.com/especiales/antologia-periodistica/no-hay-quien-detenga-la-mineria-ilegal-en-el-bajo-cauca-AL962112
Parafraseando a Supermán, podríamos decir : " Este es un trabajo para Traslacoladelarata".
ResponderBorrarGustavo, tantos requisitos extraños y circulares, que convierten al minero en un señor K, son la evidencia de nuestra falta de comprensión sobre lo que es administrar un país. Además, para muchos de nosotros los mineros son ladrones, pero en este punto no detallamos que se habla de un trabajo difícil con el cual se sostienen muchas familias campesinas, y no de grandes industrias que vienen del exterior a reventar montañas de manera descomunal.
ResponderBorrarSaludos.
Apreciado Eskimal : según el agudo Abelardo Gómez, todos esos trámites no serían más que una estrategia para obligar a los mineros pobres a permanecer en la informalidad, facilitando así su acorralamiento. De ese modo el camino quedaría abierto para los más poderosos, empezando por las mafias y las grandes corporaciones.
ResponderBorrarSospecho que el hombre tiene mucho de razón.