Lemmy Kimilster
Para todos los que aman el rock and roll
Desde muy temprano me acostumbré a ver a mis músicos favoritos como compinches con los que pude entablar un diálogo interminable a través de sus acordes y canciones. Del Brahms de las Danzas Húngaras hasta el Joaquín Sabina de Mujeres fatal, pasando por el eterno clamor de los juglares del rock, todos le han regalado a mi vida una banda sonora hecha de notas y versos: me basta con tirar la punta del hilo de una canción para que una parte de mi historia personal se desenvuelva en toda su plenitud.
Desde muy temprano me acostumbré a ver a mis músicos favoritos como compinches con los que pude entablar un diálogo interminable a través de sus acordes y canciones. Del Brahms de las Danzas Húngaras hasta el Joaquín Sabina de Mujeres fatal, pasando por el eterno clamor de los juglares del rock, todos le han regalado a mi vida una banda sonora hecha de notas y versos: me basta con tirar la punta del hilo de una canción para que una parte de mi historia personal se desenvuelva en toda su plenitud.
Por eso la muerte de un músico supone para mí una
pérdida íntima. Esos adioses acarrean la erosión de una parte de mi piel. Desde Hendrix, Janis y Morrison, pasando por Keith Moon o Chris Squire hasta hoy, los
heraldos negros no saben qué parte de mí
se calcina con sus malas noticias.
Así que los últimos tres meses
han sido especialmente tortuosos. Primero fue Lemmy Kimilster, el bajista
fundador de Motorhead, que desde su aparición en 1975 se propuso ser “La banda de rock and roll más sucia del
mundo”. Y a fe que sus integrantes lo consiguieron: no por casualidad el
nombre Motorhead fue tomado del lenguaje
utilizado en los bajos fondos para
referirse a un consumidor de anfetaminas.
Kimilster fue una suerte de poeta de la oscuridad que hasta el final de
sus días se ufanó de no saber qué era la sobriedad, al menos durante los
últimos cuarenta años de su vida.
Muy temprano, al despuntar 2016 le correspondió el turno a David Bowie, ese hijo del glamour que hizo del rock toda una puesta en escena,
muy conectada con las estéticas de Andy
Wharol y sus epígonos. Amado y odiado a partes iguales, fue además un buen
actor que nos dejó entre su legado producciones como El hombre que vendió el mundo y Odisea del espacio. A su manera, la vida de Bowie fue una odisea en la que la
reinvención de sí mismo era premisa
constante: su condición camaleónica fue
imitada por muchos que se quedaron a mitad de camino.
El siguiente turno fue para Glenn Frey, el
integrante de The Eagles, una banda marcada por las paradojas : Hotel
California, su más exitosa grabación, no fue
precisamente la mejor de todas. Antes y después de ella produjeron
obras como Long road out of
Eden o Hell Freezes
over. Entendidas como un todo,
las dos podrían traducir algo así como: un largo camino fuera del paraíso hasta que el infierno se congele.
Si Jim Morrison postuló la idea de vivir rápido y morir joven para tener un
cadáver bien parecido, Kimister,
Bowie y
Frey optaron por recorrer todo el
camino. Los tres se hicieron viejos cabalgando ese potro enfebrecido del
rock que ha exigido siembre buenos
jinetes. “Too old to rock and roll/ too young to die” es el
título de una canción de Jethro Tull. Ian Anderson, su creador,
sigue dando la batalla en los escenarios. A lo mejor la tarareó en voz baja
en tributo a sus colegas muertos. Después de todo, él es otro
de esos ángeles sin paraíso que nos han ayudado a vivir a los rockeros en todos
los rincones del planeta.
Sé que es un lugar común: con la
muerte de los seres amados se va también una parte irrecuperable de nosotros
mismos. A esta altura del camino,
cuando tantos de los que partieron se despellejan los nudillos golpeando las puertas del cielo sin obtener
respuesta, quiero plantar aquí esta
flor hecha de palabras a su memoria
y a la de todos aquellos que en
un momento u otro hicieron del rock and roll una parte de su utopía.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=aSsqavYIgNc
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=aSsqavYIgNc
Como amante incondicional del buen cine; la misma desazón, orfandad o llámese vacío, experimento yo cada vez que un actor o actriz entrañable y/o respetable, se va al otro mundo sin previo aviso. El año pasado fue especialmente funesto cuando Robin Williams y Philip Seymour Hoffman morían con meses de diferencia en circunstancias penosas; hace poquito se fue Alan Rickman, un villano muy querido, fallecido de cáncer como David Bowie que dicho sea de paso no era mal actor, le recuerdo especialmente en una película llamada “Feliz navidad, Mr. Lawrence”.
ResponderBorrarSon pedazos de uno mismo que se van quedando en el camino, apreciado José. A propósito de eso, me vienen a la memoria los versos de un poeta colombiano cuyo nombre no recuerdo : " Ah... pero uno sigue siendo fiel a sus pedazos".
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