Durante
años mis prejuicios me llevaron a ver la Crítica de la razón pura, de
Immanuel Kant, como una suerte de desierto intransitable, imposible de cruzar
sin dejar los huesos a mitad de camino. Hasta que hace unos seis meses mi vecino, el poeta Aranguren, me sedujo con una
metáfora feliz :“ Anímate”- me dijo-
“ Es como sumergirse sin escafandra en un mar de
aguas profundas y hallar al fondo un jardín de flores imprevistas”.
Aunque lo de sumergirse sin escafandra resultaba tan
temerario como cruzar el desierto, la imagen de las flores imprevistas
me condujo hasta el fondo, y aquí estoy de vuelta para contarlo. Ustedes conocen la sentencia
aquélla de que clásico es un autor que todo el mundo cita pero nadie lee. Nunca mejor aplicada esa idea que a la obra de Kant. He
escuchado hablar de él desde mis quince
años, en esas extrañas clases de “Filosofía” en las que un profesor por
completo ignorante del asunto resumía la obra toda de un pensador en una frase
sugestiva y se quedaba muy orondo mirando al infinito: “La religión es el
opio del pueblo”, “Sólo sé que nada sé”, “Dios ha muerto”.
Cosas de esas. Pues bien, a medida que
pasaban los años, más temor me daba de adentrarme en los meandros de Kant. No
sabía lo que me perdía.
Para
empezar, conseguí la edición completa de Editorial Losada de Buenos Aires, traducida en la parte I por
José del Perojo y en la parte II por
José Rovira Armentol, en edición cuidada por Ansgar Klein, introducción de Claudia
Jauregui y nota preliminar a
cargo de Francisco Romero.
Nada
más llegar al jardín sumergido empezaron a aparecer las flores imprevistas
prometidas por mi amigo: “Los escépticos, especie de nómadas que
detestan toda clase de obra que sobre el suelo parezca sólida”, nos
dice el filósofo de Koenigsberg antes de
emprender la aventura que lo llevará desde
el pensamiento de la Grecia clásica
hasta sus mismos predecesores y contemporáneos. Epicuro, Demócrito,
Parménides alientan sus reflexiones, al tiempo que Hume Leibniz y Jhon Locke siembran el camino de
postulados que Kant se encarga de interrogar. Lo que de sólido y deleznable
hay todos ellos será también objeto
de su crítica de la razón pura.
Si
pudiera definirse una obra en una sola palabra, la de Kant sería lucidez,
entendida esta última como la capacidad para adentrarse en las propias tinieblas interiores
para salir de allí con un rayo de luz capaz de iluminar al menos una
parcela de las exteriores. Escéptico frente a las pretensiones de la metafísica, nuestro pensador
apela a la razón criticándose-
interrogándose- a sí misma, para
recordarnos que en el camino del entendimiento la sicología se ocupa del ente
que comprende, la cosmología se encarga
de los fenómenos y la teología de lo trascendente. Con esos elementos va
de una respuesta que es en realidad un
haz de preguntas, hasta concluir que nunca podremos conocer lo que somos en
realidad, porque a duras penas nos
conocemos como aparecemos ante nosotros
mismos. Vale decir que somos nuestra
propia representación. Poco menos que una fantasmagoría.
Si
eso pasa con el yo, el universo exterior
no corre mejor suerte: imposible conocer las cosas en sí, porque solo
nos es dada la comprensión de los fenómenos desde un ente que establece
relaciones entre ellos. De ahí que
solo nos quede apelar a la posibilidad
de lo trascendente. A una entidad capaz
de contener a todas los demás. Si el
tiempo y el espacio son apenas convenciones para ubicar lo interior y lo exterior- es decir, el yo y los
fenómenos-, entonces habrá que buscar a partir de la razón una causa primera de
todo. Algunos lo llaman Dios; otros lo nombran como la nada; los de más allá
aluden a lo infinito, los de aquí prefieren hablar de lo indeterminado, todos
ellos plantas de ese jardín que Immanuel Kant
sembró en el siglo XVIII y cuyas flores podemos disfrutar
los hombres de estos días como un
regalo llegado de más allá del tiempo.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de estaentrada
Y yo sigo siendo víctima de mis prejuicios, pues me he figurado que Kant es un autor inabordable o pesadamente engorroso como la mayoría de los filósofos de lengua alemana: me atraganté con Heidegger y me dormí con la densidad de Wittgenstein. Pero me agradan Schopenhauer y Nietzsche por su pesimismo inquebrantable y lúcido cinismo, sobre todo el último (de viejos neuróticos los calificó una amiga alemana cuando le mencioné). Pero fue el siempre socarrón Umberto Eco quien me previno de Kant, sugiriendo que era un autor apolillado, pues concluía jugando al editor que él “no cerraría trato con gente de esa calaña, que las pilas de libros se iban a dormir en el almacén”. Y es que los peluquines de esa época tampoco son buena señal para el abordaje a sus obras.¿será que me estoy perdiendo mucho?
ResponderBorrarJa, ja: no había pensado en los peluquines, apreciado José. Creo que nuestro vecino de abajo ( El Eskimal) tiene razón: es mejor esperar a volverse viejo para disfrutar este tipo de lecturas... si uno tiene el tiempo y la paciencia para emprender la aventura.
BorrarGustavo:
ResponderBorrar¿Será que para leer a autores como Kant, autores que en sus textos reflejan una carga conceptual muy rica, habrá que llegar a cierta edad lectora? Un profesor de la maestría me advirtió que filósofos de tal talla, aquellos que emprenden una travesía metafísica para desarmar al hombre y su realidad con el fin de encontrar respuestas, no son disfrutados por el lector si no tiene experiencias, un bagaje filosófico e histórico. Por eso, supongo, las personas extraemos frases sin sopesarlas, una especie de efecto teleológico.
Pienso que su profesor tiene toda la razón. Igual que en literatura no se puede llegar a El Quijote o a la obra de Shakespeare sin haber recorrido un largo camino, en autores como Kant puede afirmarse lo mismo... aunque eso tampoco garantiza que el aventurado lector no se lastime la nariz contra una tapia.
BorrarBueno, estimado, has sido tan elocuente que me dan ganas de leer a Kant, algo que yo había dejado de lado bien calladito, sin pregonarlo ni negarlo. A propósito de lo que apunta el Eskimal, encuentro esta cita del viejo: "Experiencia sin teoria es ciega, pero teoría sin experiencia es mero juego intelectual".
ResponderBorrarMi querido don Lalo: de cualquier manera, salvo toda responsabilidad sobre lo que pueda sucederle en esa peligrosa travesía.
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